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Gatto, Ezequiel (2016). Nuevo activismo negro. Lecturas y estrategias contra el racismo en Estados Unidos. Buenos Aires: Tinta Limón
Papeles del CEIC. International Journal on Collective Identity Research, núm. 1, pp. 1-7, 2018
Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea

Revisión Crítica

Usted es libre de: copiar, distribuir y comunicar públicamente la obra Bajo las condiciones siguientes: Reconocimiento — Debe reconocer los créditos de la obra de la manera especificada por el autor o el licenciador (pero no de una manera que sugiera que tiene su apoyo o apoyan el uso que hace de su obra). No comercial — No puede utilizar esta obra para fines comerciales. Sin obras derivadas — No se puede alterar, transformar o generar una obra derivada a partir de esta obra. Entendiendo que: Renuncia — Alguna de estas condiciones puede no aplicarse si se obtiene el permiso del titular de los derechos de autor Dominio Público — Cuando la obra o alguno de sus elementos se halle en el dominio público según la ley vigente aplicable, esta situación no quedará afectada por la licencia. Otros derechos — Los derechos siguientes no quedan afectados por la licencia de ninguna manera: Los derechos derivados de usos legítimos u otras limitaciones reconocidas por ley no se ven afectados por lo anterior. Los derechos morales del autor; Derechos que pueden ostentar otras personas sobre la propia obra o su uso, como por ejemplo derechos de imagen o de privacidad. Aviso — Al reutilizar o distribuir la obra, tiene que dejar bien claro los términos de la licencia de esta obra. El/la autor/a puede hacer libre uso de su artículo indicando siempre que el texto ha sido publicado en Papeles del CEIC. International Journal on Collective Identity Research y cualquier re-edición del mismo deberá contar con la autorización de la revista.
Gatto Ezequiel. Nuevo activismo negro. Lecturas y estrategias contra el racismo en Estados Unidos.. 2016. Buenos Aires. Tinta Limón. 219pp.

DOI: https://doi.org/10.1387/pceic.18015

El trabajo que aquí reseñamos es una compilación de textos de fisonomía diversa sobre el activismo negro norteamericano de los últimos años, que repone diferentes interpretaciones y estrategias contra el racismo. La arquitectura editorial ofrece diversos trayectos de lectura. Al menos tres. Una lectura ordinal y correlativa a la numeración de las páginas; una lectura segmentada que, reconociendo la polifonía que caracteriza al libro y sus diferentes niveles, opte por la vía de ingreso de los documentos y entrevistas a los activistas y movimientos; la de los trabajos más analíticos, históricos y genealógicos; o la de los textos urgentes escritos en el fragor de la lucha. Y una tercera lectura, focalizada pero a la vez transversal, centrada en sus intensidades, en los puntos nodales desde los que se proyectan hipótesis y discusiones que rizomáticamente se esparcen y desbordan hacia otras espacialidades y temporalidades. Porque este libro sobre nuevo activismo negro estadounidense, compilado en Argentina, como este mismo gesto lo sugiere, no es un libro insular.

Señalizaremos el primer y un (posible) tercer camino.

En cualquier recorrido que se escoja, la introducción oficia como un imprescindible pulmón. Arma una malla densa, profusa, que oxigena a los no avezados en la historia negra estadounidense. Y, por otra parte, arroja interpretaciones que, como bocanadas de aire, vuelven en el transcurso de la lectura. Su propósito, muy bien logrado, es recuperar las modalidades históricas de la dominación y las resistencias negras como “vía de ingreso a la conversación política actual” (p.12). Repone lecturas sobre el régimen esclavista y sus estrategias de regulación del fantasma de la rebelión así como sobre las figuras de resistencia esclava (la construcción de solidaridades y zonas autónomas). También recupera el movimiento por los Derechos Civiles y su tránsito de estrategias judiciales a acciones movimentistas; el Black Power y las Panteras Negras, entre otras escenas de dominación y resistencia. Una introducción que como una suerte de represa que contiene -y en parte modela- deseos de lectura, abre sus compuertas en un punto final que llega antes de lo previsto y deja sin contextualizar -intencionalmente- lo que sigue de ahí en más.

El primer circuito, fiel al sentido correlativo de las dieciséis piezas y los tres bloques que contiene, comienza con “Genealogía”, una parte inaugurada por un sugerente trabajo de Michelle Alexander sobre la emergencia de un nuevo Jim Crow. Analiza el encarcelamiento masivo como sistema de control social racializado amplio y bien disimulado, que encuentra continuidad fuera de la experiencia carcelaria. Una puerta de entrada a un sistema mayor de estigmatización, una máquina basada en un esquema de castas raciales y en la que la justicia penal, en tanto bestia, no requiere hostilidad o intolerancia declarada sino indiferencia racial.

Este análisis se encadena con la propuesta de Keeagna-Yamahtta Taylor que recupera el tránsito que, en los últimos veinte años, experimentó la política estadounidense, al pasar de la dominación blanca al actual poder político negro. Instala la pregunta por la viabilidad electoral como vehículo para la liberación negra, señalando la insalvable distancia entre los representantes políticos, y su tino conservador, con la ciudadanía negra. Ya no sólo es subrayada la discusión sobre la indiferencia racial sino también sobre el sistema de dominación intra-racial, des-escencializando, desde el inicio, cualquier noción plana de negritud. O mejor, abriendo -con audacia- la pregunta por la negritud como subjetividad política y como dispositivo de poder. Discusión que toma más cuerpo en el escrito de Darryl Pinckney en el que tensiona categorías como post-racial (estar más allá de la raza) y post-negro (estar arraigados a la negritud pero no restringidos a ella) volviendo a interrogarse sobre si acaso hay posibilidad de una solidaridad compulsiva negra y, más profundamente, qué puede la comunidad de la raza en sociedades altamente racistas. Así también las posturas post-raciales nítidas son puestas, incisivamente, en jaque.

En el primero de los “Textos urgentes”, que componen la segunda parte, Adam Hudson arroja una cifra estremecedora (cada 28 horas un negro es asesinado por la policía o por vigilancia privada) para situar -abruptamente- al lector, por si acaso hacía falta a esta altura del trayecto. Inmediatamente, Mychal Denzel Smith analiza cómo la muerte de Trayvon Martin -joven de deiciseis años asesinado en Sanford, Florida- puso en escena una nueva generación de activismo negro, impidiendo que el lector solidifique imágenes heroicas, a partir de introducir con lucidez sus desafíos y complejidades. Lo hace a través de una crítica sensible al liderazgo masculino carismático que se centra en preocupaciones de hombres negros. Complejidad que asfixia, en parte, lo que parecía un respiro, puesto que es recién aquí donde aparece por primera vez en el denso paisaje configurado hasta el momento, el activismo que profesa el título del libro.

Davey D, Joy James, D’ Juan Hopewell, Terrel Jermaine Starr y Liz Mason-Deese traman, en adelante, una variedad de matices, de colores borrosos, que obturan cualquier mirada simplista, celebratoria o moral de estos movimientos. La imaginación se abre cuando se presentan iniciativas como las patrullas comunitarias o campañas como Blackout Friday Boycotts o Buy Black destinadas a herir el corazón del poder económico blanco (y negro). Y las consignas clásicas se disuelven cuando se relatan los acuerdos entre militantes y pandillas -cuestionando sin piedad la anquilosada ética militante- o cuando se desguazan los métodos convencionales de protesta y se apuntan -sin reparos- los procesos de subalternización al interior de las resistencias negras.

La compilación de “Documentos y entrevistas a organizaciones” ocupa la tercera parte y no el cómodo espacio que se les destina habitualmente en los anexos. Las intervenciones tocan otros nervios sensibles del activismo, como el llamado de Alicia Garza a que las organizaciones sean afirmativas y espacios de celebración y humanización de vidas; la urgencia que señala Figueroa de re-editar y explicitar acuerdos básicos al interior de los movimientos sobre temas vertebrales, como qué es la violencia, antes de diagramar acciones de protesta. O la preocupación por cómo sostener la bronca masiva de modo paralelo al auto-cuidado o al auto-amor (sin que ello suponga miradas románticas) junto a la invitación a trazar una agenda para mantenernos a salvo, planteado por Bentley y complementado por los textos que coronan el libro.

El tercer trayecto de lectura que propusimos al comienzo, se diagrama a partir de hacer zoom en los puntos de mayor intensidad de estas escrituras y configurar zonas específicas de pensabilidad. Una de esas zonas se dibuja en torno a una preocupación -que ronda espectralmente todo el trabajo- acerca de la época, sus violencias y los cuerpos que la soportan. Cualquier plácida lectura es horadada, una y otra vez, por relatos sobre las brutalidades ejercidas sobre los cuerpos negros, en una repetición compulsiva. Re-vivencian, componiendo por momentos una suerte de intimidad biográfica, los modos en que fueron y son tratados (desde el encarcelamiento masivo, al uso excesivo y grotesco de la fuerza y los asesinatos emblemáticos). La reiteración abruma y evidencia como el cuerpo negro aparece como superficie que soporta y garantiza el funcionamiento e, incluso, la posibilidad de la sociedad blanca.

Esta propuesta invita atender tanto a la dimensión cuantitativa como cualitativa de la violencia. Para ser más precisos, recala de modo implícito en su dimensión estética, en su componente expresivo. Invita a pensar las escenificaciones, las necro-teatralidades que se diseñan sobre determinados cuerpos en cada gramática social (los negros aquí, los jóvenes de sectores populares en otras sociedades, los migrantes o las mujeres). Cuerpos que se convierten en textos sociales y políticos. Podríamos inferir que lo que preguntan estos escritos es, más profundamente, ¿cómo se compone ese tratamiento social de la corporalidad con las necesidades de los cuerpos activistas?, ¿cómo estimular la capacidad de percepción de la contigüidad sensible entre el propio cuerpo y el cuerpo del otro (codificado, torturado, encerrado o, acribillado)? Y, en otro orden, ¿qué nuevas imaginaciones pueden darse ante una corporalidad política atravesada por el espectáculo en un doble sentido: el que transcurre en las pantallas -donde se diluyen los cuerpos- y el que marca activamente el pulso cotidiano de la crueldad donde el cuerpo se hiperintensifica?

Estas preguntas conducen al segundo nudo de problemas que identificamos. A saber: los modos de la política y los repertorios de la acción colectiva. Smith en su crítica al liderazgo masculino carismático asevera: “elevar a Trayvon Martin a la altura de un mártir singular conlleva el riesgo de retratar la lucha de esta nueva generación de activistas bajo dominio exclusivo de los hombres negros. Eso sería repetir los errores de generaciones pasadas” (pp. 136-137). Por una parte, sitúa, como hemos mencionado, la disputa intra-racial de corte de género, pero también convida, indirectamente, a otra lectura que pone en tensión la figura del mártir como motor de los activismos. En la historia de este tipo de procesos políticos, no exclusivamente del activismo negro, ha sido habitual construir figuras de mártires así como iconografías y teatralidades del dolor. Operatoria asociada a una esfera ritual y mística inescindible y siempre necesaria que convivió en algunos movimientos, tensionadamente, con el esfuerzo por construir disciplinas políticas felices.

Joy James, en medio de sus relatos sobre los fraccionamientos entre líderes y activistas negros y la crisis de los liderazgos transformativos, traza una avenida para pensar las formas en que politizamos el dolor. Reivindica la proximidad con el sufrimiento (las penas, la sangre y las lágrimas) como una fuente experiencial que garantiza cierta legitimidad y fidelidad política. Dice: los que sufren resisten. Sostiene que las narraciones e imágenes del sufrimiento, han logrado en territorio estadounidense radicalizar a segmentos del público. Cita, por ejemplo, el funeral con ataúd abierto de Emmett Till, un joven mutilado en 1955, como catalizador del movimiento por los Derechos Civiles. Su análisis provocativo motiva inquietudes como: ¿los activismos deben hablar dentro de la gramática de la necro-teatralidad o es necesario fisurarla e intentar componer lugares enunciativos y visualidades fuera de ese código expresivo?, ¿quienes son los receptores imaginarios de estas prácticas? y ¿cómo se hiere a otros poderes que regulan la existencia más difusos y escurridizos?

La intervención de Hopewell se convierte en un bálsamo en esta instancia. En un lúcido escrito sobre los objetivos del movimiento surgido en Ferguson a raíz del asesinato de Mike Brown baleado por un policía blanco en la cara, en el medio de la calle y a plena luz del día, se interroga: “¿pretendemos simplemente que el oficial asesino sea arrestado?, ¿estamos esperando purgar colectivamente aquellos elementos conscientes e inconscientes de racismo de nuestro propio núcleo interno que llevan a que la policía incurra en todo tipo de asesinatos contra los negros? (p. 162). Se contesta: “el arresto del Wilson (el comisario) no detendrá el siguiente asesinato y las protestas no pueden por sí solas cambiar las actitudes y los prejuicios básicos” (p. 162).

Este diálogo incisivo pone en entredicho las esperanzas (de manual o bolsillo) de la ocupación de las calles y la insurrección popular como el orden de lo más ansiado -en clave activista-. Anhelos que postergan pensar la nueva fisonomía de las calles, de los poderes y de los cuerpos políticos. En esta línea, realiza una contundente crítica a la mecánica de la protesta social. Más precisamente, cuestiona la actualidad de la manifestación callejera, forzándonos a imaginar otros horizontes posibles de insurrección. No subestima su necesidad pero pone duramente en cuestión cierto placebo o comodidad depositada allí. Plantea que la consigna “No dispare”, utilizada en las movilizaciones por Mike Brown, es de débiles hacia poderosos y que más allá de las protestas y los litigios judiciales, los negros desarmados seguirán siendo fusilados. A su entender, si no se hiere el corazón del poder económico, la protesta es insuficiente.

Y aquí se vislumbra uno de los más claros atractivos de este trabajo. Presenta un racimo de opciones que, diseminadas en las voces de los diferentes autores, animan imaginaciones sobre nuevas tácticas y estrategias que permiten multiplicar las caras de la acción política. Además de las interrupciones en el transporte, las vigilias, los bloqueos, las campañas virtuales y las intervenciones estéticas (como rituales fúnebres en restaurantes), pueden rastrearse dos preocupaciones neurálgicas que des-romantizan la cara externa del activismo. Una, que dirigida a lastimar el poder económico blanco, supone como reverso una pregunta por las propias prácticas cotidianas de vida y de consumo. Un mirar hacia adentro de nuestras vidas -como dice Bentley-, y que conlleva acciones que van desde revueltas de consumidores, hasta estrategias comunitarias como la gestión comunal de territorios o la creación de nuevos mecanismos financieros y la capacitación financiera de los negros. Y, otras, que abordan el problema del auto-cuidado y la auto-defensa. Los rescates de esclavos, la organización de las patrullas comunitarias en Ferguson junto con los acuerdos entre organizaciones y pandillas como un legado vigente de las Panteras Negras, abren un diálogo con la pregunta sobre la justicia -como horizonte deseado- que navega en los debates acerca de la economía de la violencia contemporánea y las resistencias. Interpela respecto a si los esfuerzos políticos deben ir orientados exclusivamente a la búsqueda de justicia, y en ese caso qué tipo de justicia o si, acaso, no es tiempo de imaginar formas de lograr nuevos pactos de paz, no ingenuos sino en base a la correlación de fuerzas, que permitan futuros colectivos posibles.

Por último, esta compilación, por el modo en que erosiona categorías, descompone sujetos y relatos instala una profunda preocupación en torno a los protagonismos sociales y nuestras imágenes de lo común a futuro. Preocupación que coagula en el planteo de Alicia Garza cuando afirma: “necesitamos menos unidad diluida y más solidaridad activa firme entre nosotros” (p. 188). Discusión que, en una mirada retrospectiva, recorre todo el texto puesto que, en última instancia, se vincula con la pregunta por la raza o más específicamente, por “lo negro” como artefacto de inteligibilidad de la sociedad estadounidense, como dispositivo de control social empero, a su vez, como significante capaz de armar trama comunitaria. Se enlaza, entonces, con las discusiones sobre lo posracial y lo posnegro y, más tangencialmente, resuena en el tono anti-élite, la dura crítica a los liderazgos negros reformistas y la complejidad de la arquitectura del poder intra-racial a la que hemos referido.

Cristaliza, finalmente, la tensión entre la apuesta por radicalizar los procesos políticos y las luchas o buscar consensos sociales amplios con clases y sectores no próximos. Más precisamente, como un péndulo que insiste en que fijemos la vista en su movimiento, estas escrituras tienen su punto de condensación en el desafío por crear constelaciones activistas que trasciendan las figuras del compromiso político y las pedagogías emancipatorias que conocemos hasta el momento, en tejer solidaridades políticas pos-militantes pero no banales en tiempos feroces, que puedan hacerse cargo y no montarse sobre la barbarización de los lazos sociales. En fin, enciende una de las imaginaciones más difíciles de la época: configurar en estas condiciones una nueva vitalidad social y política así como la posibilidad de nuevas siluetas comunitarias.



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