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El ser y la mercancía. Prostitución, vientres de alquiler y disociación
Papeles del CEIC. International Journal on Collective Identity Research, núm. 2, p. 53, 2018
Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea

Revisión Crítica

Los contenidos de Papeles del CEIC se distribuyen bajo la licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 España (CC BY-NC-ND 3.0 ES)
Ekman Kajsa Ekis. El ser y la mercancía. Prostitución, vientres de alquiler y disociación. 2017. Barcelona. Bellaterra. 251pp.

El título, El ser y la mercancía. Prostitución, vientres de alquiler y disociación, adelanta exactamente el contenido del libro de la periodista y activista sueca Kajsa Ekis Ekman. A lo largo de sus 251 páginas, la autora —que se define feminista ya en las primeras páginas— expone argumentos sobre la prostitución y sobre el alquiler de vientres que demuestran que los discursos favorables a ambos, por detrás de una pátina de progresismo, legitiman la explotación. Señala que ambas actividades resultan de la asociación del capitalismo y el patriarcado, constituyendo dos versiones de un mismo fenómeno. En el prólogo de la edición sueca, de 2013, se sintetiza la propuesta de Ekman:

“los paralelismos que existen entre la prostitución y la subrogación se me hicieron evidentes de inmediato. Dos industrias se benefician de los cuerpos femeninos, una de su sexo y la otra de su útero. Dos industrias comercializan funciones humanas básicas: la sexualidad y la reproducción. Asimismo, estas constituyen, como es el caso, la base de la opresión histórica de las mujeres y de su división permanente en ‘putas y santas’” (38).

La activista y política española Beatriz Gimeno ha planteado en varias oportunidades la asociación entre la prostitución y la subrogación de vientres y de ambas con el capitalismo, en tanto resultantes del mercado1, todas manifestaciones del patriarcado, formas extremas de opresión de las mujeres. En el caso del alquiler de vientres, señala Gimeno que el mercado de compra y venta de óvulos solo genera más injusticias: los ricos compran, las mujeres pobres venden. El fenómeno es naturalizado a través de los medios de comunicación donde personas ricas y famosas presentan los hijos comprados, el hecho consumado y, por lo tanto, no cuestionado.

Existe una línea argumentativa que une la explotación con fines reproductivos con la explotación con fines sexuales. De modo que, así como se habla de la industria del sexo, también se habla de la industria de la reproducción. En ambos casos, las mujeres venden algo: sus servicios sexuales o sus servicios reproductivos. En ambos casos los hombres ofician de “propietarios” temporales de los cuerpos de las mujeres.

El libro se divide en dos partes, la primera dedicada a la prostitución, la segunda a la subrogación de vientres.Nos centraremos en cada una de ellas invirtiendo el orden para luego ofrecer una apreciación general del libro.

Después de haber argumentado in extenso su posición respecto a la prostitución, la autora dedica la segunda parte del libro a la “maternidad por encargo” (sic), con un desarrollo menor que la anterior. Ofrece un racconto histórico del “comercio del embarazo” desde sus inicios en Estados Unidos. La historización le da pie para discutir el tema mostrando la frivolidad con que se lo trata, de lo cual da muestras el aviso “Pareja casada busca sustituta, ¡compensación generosa por su ayuda!”; así como con relación a la elección del bebé, entre otros Ekman presenta el caso de un hombre británico que solicitaba un niño keniata.

El fenómeno de la gestación subrogada pone en evidencia el recurso a la tecnología —que hace un tiempo podría pensarse futurista— con la finalidad de fortalecer la idea de “familia convencional tradicional” (aun cuando se trate de una pareja del mismo sexo); nuestra autora no profundiza demasiado en esta posible paradoja. Hubiera sido bueno que incluyera la discusión sobre la relación entre la subrogación de vientres y la heteronormatividad, donde la pareja monógama es la base de la familia. Esta práctica se ha vuelto especialmente valorada entre parejas heterosexuales con problemas para la procreación o entre parejas de gays con el suficiente poder adquisitivo para “comprar” un hijo mediante este procedimiento, privilegiando de esa manera el vínculo biológico. En todo caso, el tema es el desarrollo científico-tecnológico favoreciendo el mantenimiento del status quo social.

La discusión sobre el vínculo biológico es medular, sin embargo, Ekman la trata marginalmente. Según Elizabeth Scott (apud Ekman, 2017: 170), quien alquila su vientre no ejerce derechos reproductivos sino que presta un servicio, por lo tanto no tiene derechos sobre el bebé resultado de la gestación. Los derechos son exclusivos de quien paga, por lo que ni la donante de óvulos ni quien lleva a cabo el embarazo pueden hacer reclamaciones basadas en su vínculo biológico, en un caso por el material genético, en el otro por llevarlo en su vientre alimentando su crecimiento. Por el contrario, se valora el vínculo biológico con el padre, quien aportó el esperma, pero sobre todo los derechos sobre el nuevo ser lo tendrán quienes hayan pagado por él/ella.

Esto permite pensar la gestación subrogada como una forma de explotación reproductiva comercial, con lo que el paralelismo con la explotación sexual comercial aparece con mayor claridad.

Ekman da cuenta como para quienes defienden la subrogación de vientres “la maternidad de alquiler se ha convertido en una práctica ‘transgresora’ y subversiva que desafía los modelos conservadores anticuados”, contrariando la postura que expusimos anteriormente. Cita a Kutte Jönsson, quien señala que la gestación subrogada puede “impugnar la norma de la paternidad biológica”, a la vez que pone en tela de juicio “el mito de la sacrosanta relación entre la madre biológica y el niño” (178). Quienes así piensan afirman que “la prohibición de la maternidad de alquiler es prueba de que de la paternidad y la familia tenemos una visión biológica, heteronormativa y orientada hacia la pareja” (178). Sucede lo mismo en el caso de la prostitución, quienes la consideran como trabajo sexual y las prostitutas como sexo-servidoras, llegan a pensarla como una práctica sexual transgresora que pone en jaque la noción todavía muy extendida de una sexualidad solo o principalmente al servicio de la procreación.

Ekman da cuenta de la paradoja resultante de que quienes defienden la gestación subrogada en el ámbito cultural son a menudo anti-biologicistas, cuando justamente acuden a una técnica para tener hijos biológicamente vinculados. Así lo expresa:

“no consideran que todo vínculo biológico carezca de importancia. Lo que critican es ese vínculo con la madre biológica, que se denomina ‘norma’ y ‘mito sacrosanto’. Empero no se cuestiona para nada el vínculo biológico con el padre” (178).

Todo haría pensar que la subrogación de vientres permite eliminar a las “madres” del vínculo reproductivo, excluyendo a las mujeres del vínculo familiar.

Desde trincheras feministas hay argumentos a favor y en contra del alquiler de vientres. Quienes están a favor afirman que la subrogación comercial debería ser legal a pesar de los riesgos —tanto físicos como psíquicos— que pueda ocasionar a la portadora. Y así hablan del potencial revolucionario de la subrogación. En todo caso, algo en lo que Ekman no ahonda pero que sobrevuela los argumentos que presenta es la fuerza de la noción cartesiana que divide cuerpo y mente, pues se habla de propiedad del cuerpo. “Ellas prestan su cuerpo”, aludiendo a que la persona posee un cuerpo. Pareciera que se tratase de meros cuerpos y no de personas. Los partidarios de la gestación subrogada consideran el embarazo como un trabajo. Ekman ofrece argumentos para ubicar estas posturas en el marco de un neoliberalismo feroz que mercantiliza los procesos biológicos. Beatriz Gimeno ahonda en esta postura, incorporando aspectos geopolíticos, donde son los ricos del norte global quienes alquilan los vientres de mujeres de países pobres del sur.

Por otra parte, feministas defensoras de la reglamentación de la subrogación de vientres presentan otra visión. El Grupo de Información en Reproducción Elida (GIRE)2 de México está llevando a cabo una campaña para que haya una regulación adecuada de la práctica de la gestación subrogada. Afirman que como feministas están preocupadas por las condiciones de desigualdad en la que las mujeres gestantes firman sus contratos, y es por ello que abogan por la regulación, lo cual dista de considerar que tiene un potencial revolucionario. El texto de Ekman se mantiene en el plano de estar a favor o en contra, sin considerar que se trata de un fenómeno que existe, que no va a desaparecer aunque se lo prohíba, por lo que llevar la discusión a un plano más pragmático ubicaría la discusión en la diferencia entre la regulación o la clandestinidad.

El interés de Ekman está en demostrar que la gestación subrogada es una forma de explotación reproductiva y opresión de las mujeres. Como recurso retórico presenta a autores y autoras contrarios a su postura a fin de discutir sus argumentos y desarrollar sus ideas. Una de estas autoras es la antropóloga Heléna Ragoné, a la que presenta como precursora del relato sobre la maternidad subrogada y para quien la subrogación es un camino para llegar a la utopía social dado que “la maternidad por encargo es progresista porque libera a las mujeres” (179). Ekman hace una simplificación algo maniquea de los trabajos de Ragoné, tomando algunos aspectos aislados para argumentar en contra y sustentar su posición.

A igual que otros autores se pregunta si niñas y niños nacidos como resultado de gestaciones subrogadas podrían considerarse víctimas de trata, aspecto esbozado por activistas contrarios a la subrogación. El argumento contrario esgrimido por el ya nombrado K. Jönsson señala que en tanto el niño o la niña no existe cuando se establece el trato, no puede asimilarse a la trata; no se puede negociar algo que no existe. Ekman no coincide y arguye que la posición de Jönsson podría conducir a plantear que la ley de la oferta y la demanda se estaría convirtiendo en un derecho humano.

Afirma que tanto en la llamada subrogación altruista como en la comercial3 se funcionaliza la maternidad ya que “el embarazo se convierte en una función al servicio de otros” (203) y, por lo tanto, reforzando aquello de que las mujeres son “seres para otros”, como ha señalado Marcela Lagarde. Pasando al plano mercantil, la gestación subrogada comercial aparece como una actividad menos estigmatizante que la prostitución, incluso más benigna, la maternidad siempre parece tener algo de sagrado. No obstante, el trabajo de la mujer que alquila su vientre es de 24 horas por día, los siete días de la semana. “La maternidad subrogada no es pues algo que una haga, es algo que una es: un ser que puede ser comprado” (216). Sin embargo, el embarazo y el parto son considerados un trabajo sujeto a las reglas del mercado: “la maternidad ya no es sagrada, ¡es una mercancía como todo lo demás!” (219).

Entra a lo medular de su argumentación al afirmar que “la maternidad subrogada puede considerarse una forma ampliada de la prostitución” (183). Sobre este punto se respalda en Andrea Dworkin, quien señala que la diferencia entre una y otra “estriba en que en la gestación subrogada se vende el útero de la mujer en lugar de la vagina, lo que impide que sea estigmatizada: la mujer es virgen no puta” (183).

La primera parte del libro está dedicada a la prostitución, su referencia es la sociedad sueca y el proceso a través del cual la prostitución se convirtió en un tema político en dicha sociedad. Sin embargo, también toma autores de otras latitudes para exponer su propuesta. Pone en discusión argumentaciones que de una manera u otra acuerdan con el ejercicio de la prostitución —incluso considerándola una empresa con potencial revolucionario— en contraste con aquellas que la consideran una de las máximas opresiones que sufren las mujeres. En este proceso, presenta autores con posturas opuestas a las suyas, aunque en ocasiones de manera algo superficial como en el caso de Gayle Rubin y Jo Doezema, cuyas posturas en realidad son utilizadas para desarrollar por oposición sus propios argumentos, sin desplegar los fundamentos de las propuestas de las citadas autoras. Lo mismo que en el caso de la gestación subrogada hace con Ragoné.

Al avanzar en el texto, aparecen dos elementos sobre los que centra parte de su exposición: uno es el uso del término “víctima”; el otro, el análisis de los estilos narrativos de algunas autoras. En relación a la discusión sobre el uso del término “víctima” para referirse a las mujeres que ejercen la prostitución, asume una posición crítica al afirmar que la definición neoliberal actualmente de recibo plantea que ser víctima es un rasgo de carácter denominado victimismo. De modo que la tendencia es alejarse de esa postura y dirigirse a enfatizar la invulnerabilidad de las personas, que pasan a ser consideradas sujetos activos, que ejercen control y resistencia, por lo que aun cuando sean violadas no podrán ser consideradas víctimas. Como se ve el argumento pasa de un señalamiento crítico a una generalización superficial que le sirve de argumento para aseverar que al no existir víctimas, no existen perpetradores, con lo cual los varones son exonerados de toda culpa. De esta manera intenta mostrar que la crítica al uso del término victima para referirse a una prostituta constituye un mecanismo de legitimación de la prostitución.

Ekman analiza los estilos narrativos de textos de quienes tienen posturas opuestas a la suya. Así critica enfáticamente a autoras como Kamala Kempadoo, Petra Ôstergren y Lotta Lundberg entre otras, quienes, alega Ekman, crean una estructura narrativa para defender la prostitución en la que se presentan como portavoces de las prostitutas, cuando no lo son. Y más adelante sube su apuesta al asociar la postura que sostienen estas autoras con la “moda de alabar a la puta” por parte de los círculos intelectuales, con lo cual frivoliza los argumentos de las mismas, ya que en ninguno de los tres casos se aplica que se hayan dedicado a estudiar la prostitución por un tema de moda. Lentamente desliza la discusión del plano de las ideas a cuestionar el accionar de este conjunto de autores, lo cual es un punto débil en la exposición al yuxtaponer argumentos y acciones.

Decididamente, se presenta más consistente al adentrarse en los sentidos que implica ser una prostituta. Señala que sobre todo es una fantasía y como tal un constructo masculino. En esta línea reflexiva es muy aguda al señalar que cuando jóvenes radicales se ponen una camiseta con la leyenda “Yo también soy puta”, más que un acto de transgresión o radicalidad, es una reafirmación de la línea que separa unas y otras. Esta idea es sintetizada cuando afirma que:

“En un sentido absoluto, las putas no existen. Las personas acaban prostituyéndose por motivos diversos. (…) No son ‘tipos’ ni personajes. (…) La transgresión fetichizada de fronteras se considera subversiva y reduce a las personas a meros objetos. Por otra parte, la disolución de fronteras encierra potencialidades revolucionarias. (…) Observo a otra persona y me doy cuenta de que, sencillamente, soy yo en una situación diferente, en otras circunstancias de vida” (81).

Este párrafo es muy potente y se aleja de la postura general del libro, donde las prostitutas aparecen como un grupo relativamente homogéneo. Aquí atisba a mostrar la circunstancialidad del ejercicio de la prostitución, el cual obviamente está ligado a una diversidad de relaciones de poder; la opresión no es la misma para todas y en todos lados. Esto que aquí parece vislumbrarse no es recogido en las argumentaciones centrales.

Ekman está preocupada con el lugar ocupado por la prostitución en la sociedad actual mostrando los movimientos y actores a favor y en contra. Pasa revista a la “industria de la prostitución” en occidente, se detiene en los argumentos feministas contrarios característicos de los ‘70, contraponiéndolos a aquellos de grupos como COYOTE que afirmaban que la prostitución era una expresión de libertad sexual. De manera pendular, a estos responden activistas que tienen una visión opuesta, como Kathleen Barry que crea la Coalition Against Trafficking of Women (CATW). Focalizando nuevamente en el lugar de la prostitución, especialmente en la legitimidad que gana en los últimos años del siglo XX, observa el desarrollo de los sindicatos de prostitutas. Rode Draad (el Hilo Rojo) de Holanda, probablemente el pionero, dedicado a categorizar la prostitución como trabajo es paradigmático. También son fenómenos relevantes el Congreso Mundial de Putas en Amsterdam y al año siguiente en Bruselas, que constituyen un hito en el proceso de legitimación. Señala a Gail Pheterson como una de sus promotoras, con lo cual intenta deslegitimar su labor como investigadora del fenómeno de la prostitución. Asimismo, el financiamiento proveniente de distintos organismos otorgado a organizaciones de prostitutas para enfrentar la pandemia del VIH las legitimó. Entrado ya el presente siglo, la sindicalización estaba generalizada. Ekman ironiza al decir: “La idea de los sindicatos fascinó a todos y proporcionó un argumento perfecto para la legalización de la prostitución” (99).

Intenta mostrar un andamiaje donde distintos actores convergen para la legalización de la prostitución desde fines espurios, y aquí parece incluir a algunas reconocidas académicas dedicadas a la temática: Gail Pheterson, Kamala Kempadoo y Jo Doezema, entre otraa. Ekman no considera la posibilidad de que honestamente haya gente que piense que la prostitución es un trabajo y debe ser considerado como tal. Por el contrario, afirma que la denominación de trabajo sexual es un eufemismo para referirse a la prostitución. Con cierta ironía afirma que quienes sostienen la postura del trabajo sexual, presentan a la trabajadora sexual como “heroína feminista que hace trizas las expectativas anticuadas del comportamiento femenino y posee un sentido aguzado de las relaciones de poder” (114).

Esta primera parte dedicada a la prostitución contiene un intertexto dentro del texto mayor. Este sigue la línea de demostrar la relación entre las defensoras de la prostitución (especialmente las feministas) con fundaciones conservadoras (da el caso de Petra Ôstergren financiada por Ax:son Johnson entre otras). Con ello, Ekman intenta demostrar que quienes se benefician con las posturas favorables a la prostitución distan de ser las propias mujeres. En este sentido señala que el relato sobre la trabajadora sexual “se convierte en una simbiosis de la derecha neoliberal y la izquierda postmoderna” (122). Es sumamente crítica con la izquierda al señalar que para ésta “lo provocativo, rebelde y subversivo ahora se encuentra dentro del status quo” (124). En este marco plantea irónicamente que la prostituta del pasado era vulnerable, mientras que la trabajadora sexual de la actualidad es independiente y segura de sí. Ya a modo de síntesis afirma que:

“la prostitución no es en esencia un fenómeno capitalista, sino patriarcal (…) Pero cuando la prostitución se incorpora a una economía de mercado altamente desarrollada y avanzada, esta compleja lucha por el poder se convierte en mercancía” (133).

A partir de allí, su análisis adopta una clara perspectiva marxista, considerando la sexualidad como una mercancía en el fenómeno de la prostitución. Intenta desbaratar todos los argumentos que legitiman el trabajo sexual, incluyendo por supuestos aquellos que lo consideran una transgresión al patriarcado heteronormativo.

La línea argumentativa en relación a la prostitución es bastante más amplia y sofisticada que la manifestada en relación con la gestación subrogada. Ekman tiene una sólida posición respecto a la prostitución, manteniendo una militancia abolicionista. La incorporación de la problemática de la gestación subrogada parece constituir una estrategia para fortalecer su argumentación central.

La propuesta de considerar la prostitución y la subrogación de vientres como dos manifestaciones de un mismo fenómeno resulta sugestiva. Pero, lo más interesante del libro de Ekman deviene de la perspectiva desplegada a lo largo de todo el texto, donde, a través de una abundante documentación, muestra las contradicciones entre la legalización de la prostitución y del alquiler de vientres desde discursos progresistas, y el desarrollo del capitalismo y las posturas más conservadoras. La pregunta que está latente es: ¿quién/es se benefician con la legalización de la prostitución y del alquiler de vientres? Y ¿cómo se benefician? Desde ese lugar, la propuesta de Ekman es provocadora y abre el debate. Sin embargo, en la presentación de sus argumentos deja algunos flancos débiles, especialmente por la generalización con que trata ambos fenómenos: no contempla su heterogeneidad, en especial en lo relativo a prostitución o trabajo sexual, según las propuestas teórico-políticas. Ekman se refiere en todo momento a las prostitutas como mujeres que comparten una misma situación, lo cual dista de la realidad —aun cuando solo tome referencias provenientes de un pequeño grupo de países europeos—. Esto no invalida su argumentación, pero la debilita al dejar de lado especificidades que, de haberlas tenido en cuenta, probablemente hubieran mostrado situaciones totalmente concordantes al modelo de prostituta en que se centran sus argumentos: mujeres vulnerables, víctimas y carentes de toda agencia, viviendo situaciones de esclavitud, o muy cercanas; así como otras situaciones caracterizadas por mujeres fuertes e independientes, manteniendo las riendas de sus vidas. Esta pluralidad de situaciones podría cuestionar si todas ellas entran en el paraguas de la prostitución o si las diferencias entre unas y otras exigen distintas elaboraciones conceptuales.

En el caso de la gestación subrogada, tampoco problematiza la pluralidad de situaciones. Ekman discute el argumento de si el alquiler de vientres libera a la mujer; pero no lo hace contemplando sectores sociales donde la maternidad es un valor tal que no pasar por el embarazo puede ser un estigma. Y más aún, en esa discusión tampoco trae a colación que si hay mujeres que se liberan es porque otras “cargan con su embarazo”. No contrasta su posición con la realidad empírica, con la variedad de situaciones implicadas en el fenómeno.

Para desarrollar su argumento, Ekman presenta las posturas opuestas y las discute. Por momentos parece más preocupada por desbaratar los argumentos contrarios al suyo que por fundamentar su posición. El libro está bien documentado, aunque en varias ocasiones presenta a autores y autoras de posturas opuestas a la suya de manera parcial y sesgada. Su idea está claramente expuesta y despliega perspectivas, tanto a las que adhiere como a las que se opone, que decididamente son provocativas e impulsan al lector a pensar y tomar posición.

Notas

1 Su posición se ha expresado en numerosos artículos de prensa y en conferencias. Se sugiere consultar su página web: https://beatrizgimeno.es/.
2 GIRE, Gestación subrogada en México. Resultados de una mala regulación. GIRE: Ciudad de México, 2017.
3 Se denomina subrogación altruista aquella que se realiza sin que medie dinero u otro tipo de transacción de otro tipo, mientras que la comercial es aquella que se corresponde a un intercambio mercantil.


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