Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Conservadores y progresistas

 

El Diario Vasco, 1957-04-28

 

      Dice mucho en favor del buen sentido y del equilibrio del pueblo británico el hecho de que aún siga existiendo en aquel país un gran partido político con la denominación de «conservador».

      En el continente muy pocos hombres se atreverían a salir a la palestra política con pareja etiqueta.

      El tal vocablo se halla, en efecto, harto desacreditado porque, para mucha gente, la actitud conservadora consiste únicamente en defender privilegios e intereses creados. Con arreglo al significado vulgar de la expresión sólo pueden, pues, ser conservadores aquellos que tienen algo que conservar.

      No es éste, sin embargo —claro está—, el sentido que los sucesores de Peel, Salisbury y Disraeli dan a la palabra en cuestión. Sin duda es mucho más elevado, ya que de lo contrario no se explicaría que un grupo político, dedicado exclusivamente a la defensa de las prerrogativas de los poseyentes, hubiera podido mantener semejante vitalidad desde hace más de un siglo.

      La cuestión consiste en saber qué es lo que los ingleses entienden por «conservador».

      Russell Kirk, en su libro «La mentalidad conservadora en Inglaterra y Estados Unidos», recientemente traducido al español, responde a esta cuestión fijando los seis cánones que a su juicio determinan el pensamiento conservador en los países anglo-sajones.

      Estos cánones podrían servir de «test» para que cada uno respondiera a la cuestión: «¿Es usted conservador o progresista?».

      Para Kirk, en resumen, ser conservador consiste en creer que un designio divino rige la sociedad y la conciencia humanos; que la vida tradicional es preferible a la uniformidad, el igualitarismo y el utilitarismo de la mayor parte de los sistemas radicales; que la sociedad civilizada requiere órdenes y clases; que la propiedad es necesaria para que subsista la libertad; que las normas consuetudinarias son las únicas que permiten derrotar el impulso anárquico del hombre y, en fin, que, aunque la sociedad debe cambiar, son preferibles los cambios lentos a las bruscas innovaciones.

      Todas estas afirmaciones son de un buen sentido patente y confieso que, por un momento, me han parecido completamente claras. Pero, apenas me he puesto a reflexionar sobre ellas, he comprobado que no lo son, ni mucho menos. Con frecuencia la reflexión nos demuestra que aquello que a primera vista se nos presenta obvio y cristalino, es en realidad terriblemente turbio y complejo, y esta es la razón por la que mucha gente no quiere pararse a reflexionar en nada y se aferre a la superficie simplista de las cosas.

      Así, por ejemplo, cuando Kirk afirma su convicción de que la sociedad civilizada necesita órdenes y clases, cabe inmediatamente preguntarse acerca del sentido que él da a la palabra «clase», porque existen formas de interpretarla que son absolutamente incompatibles con la justicia social. Cuando subraya su creencia de que la propiedad y la libertad están inseparablemente conectadas, debe recordarse que muchas personas siguen teniendo hoy un concepto feudal de la propiedad y que como consecuencia de ello, lejos de ser ésta un apoyo, se convierte a menudo en un obstáculo para el bienestar general.

      Asimismo la creencia en la providencia divina que «forja la eterna cadena de derechos y deberes para grandes y humildes, vivos y muertos», no debe hacernos menospreciar las posibilidades del esfuerzo humano. El párrafo de Kirk: «No confiamos ni debemos confiar en la razón humana; fue ella la que levantó una cruz en el Calvario, la que preparó la copa de cicuta, la que fue consagrada en Notre Dame», no la suscribiría yo sin muchos distingos y precisiones previas.

      La idea de que las reformas deben ser lentas y paulatinas es también muy razonable, pero se explica perfectamente que quienes se encuentran en mala posición y padecen los rigores de la estrechez sientan mucho más vivamente los afanes reformadores que los que se hallan en situaciones cómodas. La medida del tiempo no es la misma para los unos que para los otros y un exceso de clama resulta difícil de aceptar para los que viven en la miseria.

      En suma, después de haber meditado los seis cánones del pensamiento conservador me encuentro más desorientado que antes acerca de mi propia posición.

      Sin duda todos los hombres estamos de acuerdo en muchas más cosas de lo que creemos, pero necesitaríamos discutir y matizar las ideas durante siglos enteros para que este acuerdo tácito resplandeciese.

 

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