Carlos Santamaría y su obra escrita

 

El complejo de las Danaes

 

El Diario Vasco, 1958-03-16

 

      La población humana, que al iniciarse la Era cristiana no pasaba de los 275 millones, alcanza hoy la cifra de 2.600 millones. Según la Enciclopedia Wilcox de Ciencias Sociales, este crecimiento no se ha producido de una manera uniforme: la Humanidad aumentó con lentitud hasta el siglo XVII (465 millones en el año 1650) y tardó nada menos que 18 siglos en triplicarse (835 millones al iniciarse el siglo XIX). En cambio, en los últimos 150 años el proceso de crecimiento se ha acelerado de tal manera que en tan corto período se ha producido una nueva triplicación. O dicho de otra manera: en siglo y medio el género humano ha crecido en la misma proporción que en los 18 siglos anteriores.

      Se calcula que si el aumento demográfico sigue desarrollándose como hasta ahora, la población humana alcanzará en el año 2000 —ya no lejano— la enorme cifra de los 5.000 millones.

      Pero si la Humanidad crece aritméticamente de un modo abrumador, sus problemas de todas clases aumentan aún en mayor medida. Podrían citarse ejemplos relativos a todos los órdenes de la actividad humana. En el dominio cultural, por ejemplo, el número de publicaciones importantes en cualquier especialidad —publicaciones que habría que seguir para estar al día— o de obras literarias y artísticas —que habría que conocer— se mide por las decenas de millar.

      Â¿Qué decir del dominio religioso, del político, del social?

      Muchas personas se desaniman ante esta situación. Ven perderse y desaparecer su esfuerzo en el seno de una enorme masa y tienen la sensación de que cualquier acción para mejorar la situación del mundo o de la sociedad en que viven resulta inútil ante el volumen de los problemas que se plantean.

      Es el mismo fenómeno de descorazonamiento que tiene a veces lugar en la vida individual, cuando nos sentimos desbordados por los negocios o por los quehaceres que la vida nos impone.

      Hay que reaccionar contra este desánimo, puramente subjetivo, que alguien ha calificado con el nombre —mitad freudiano, mitad mitológico— de «complejo de las Danaes».

      Las Danaes, como es sabido, eran cincuenta hermanas, que no me atrevería a calificar de encantadoras. Su padre, el rey de Argos, las casó con otros tantos primos, hijos de su hermano Egiptus. Esta combinación matrimonial dio tan mal resultado que las cincuenta novias —con excepción de una sola que llevaba el gastronómico y evocador nombre de Hypermenestra— dieron muerte a sus respectivos maridos en la noche misma de las bodas. Como consecuencia de ello fueron enviadas a las zahurdas de Plutón y condenadas a llenar de agua un tonel agujereado —el tonel de las Danaes— que dejaba escapar el líquido apenas penetraba éste en el interior del mismo.

      Â¿Quién no tiene hoy —sea cual sea el campo social en el que quiera actuar— la sensación de estar llenando el tonel de las Danaes? ¿De qué sirven nuestros esfuerzos para levantar las hipotecas que pesan sobre nuestra sociedad? La conclusión más corriente suele ser que «no hay nada que hacer» y que hay que «meterse en casa».

      Y sin embargo esta conclusión es falsa y ningún esfuerzo positivo puede perderse realmente en esta empresa. Así lo afirmamos, al menos, quienes creemos que el mundo es conducido por una inteligencia providencial y no es un mero producto del azar y que toda inteligencia humana está llamada a prestar su colaboración de «causa segunda» en la acción contra el mal y contra la injusticia entronizada.

      Simultáneamente con el crecimiento que hemos comentado se está produciendo un progreso de la técnica que ofrece inmensas posibilidades.

      Lo primero que hay que hacer, pues, es reaccionar contra el complejo de las Danaes: rechazarlo como una «negatividad» o como una tentación radical. Luego, ponerse a la acción de un modo efectivo y real (y no puramente ideal o verbal).

 

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