Carlos Santamaría y su obra escrita

 

La victoria sobre la muerte

 

El Diario Vasco, 1958-04-13

 

      La única victoria importante es la victoria sobre la muerte. El resto son palabras. «El resto —si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene nueve o doce categorías— viene después. Son juegos».

      La muerte, es decir, la necesidad de morir, plantea una especie de contradicción entre el ser y el no ser del hombre. El «ser para la muerte», el ser para dejar de ser.

      El racionalismo se inclina ante la muerte. O, mejor dicho, ni siquiera ante ella se inclina; pero sus razones son, en este punto, tan endebles que se caen de puro inauténticas.

      El único racionalista consecuente sería Kirillov. Kirillov —aquel ingeniero de Caminos que hasta parece que había construido un ferrocarril que no estaba mal del todo— sostenía y puso en práctica la escalofriante tesis de que para un auténtico positivista la única solución lógica, la única manera de triunfar sobre la muerte es el suicidio; no el suicidio por fatiga, ni por miedo, ni por aburrimiento, ni por odio, ni por melancolía, sino como actitud metafísica absoluta y suprema ante la vida. Claro está que Kirillov no ha existido. Este disparate de hombre no podía haber nacido sino en la cabeza de Dostoievski. El escritor ruso lo inventó, como tantos otros de sus personajes demoníacos, para llevar las tesis modernas hasta sus últimas consecuencias. Es una especie de «reducción a lo absurdo», como las de los de matemáticos.

      Sin duda ha habido «profetas» y conductores de hombres que dejando de lado el problema de la muerte han anunciado la felicidad terrestre al género humano. Marx es uno de ellos, el último, el más grande, el más impresionante de todos, hoy por hoy.

      Pero el hombre «redimido» de Marx no es el hombre concreto —tú, yo—, sino el «hombre colectivo», el Estado. ¿Qué hacemos entonces de la problemática individual?

      Marx apenas ha hablado de la muerte. A su manera él también ha practicado el dicho bíblico: «Dejad a los muertos que entierren a los muertos».

      Uno de sus críticos más minuciosos ha tratado de investigar su postura acerca de este punto y gracias si ha descubierto una frase, por lo demás bastante oscura y sibilina: «La muerte representa una dura victoria de la especie sobre el individuo y parece contradecir su unidad; pero el individuo no es más que un ser genérico determinado, como tal mortal».

      Esto es todo. Consuélate, lector. Consuéleme yo. Consolémonos todos.

      Pero, claro está que no se trata de consolarse, sino de vivir de verdad.

      Uno solo, de entre todos los humanos, se ha expresado con plena autoridad, con autoridad propia, acerca de la muerte.

      Â«Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en Mí, aunque hubiese muerto vivirá; y todo el que vive y cree en Mí no morirá para siempre. ¿Crees esto, Marta? ¿Lo crees?».

      Â«Sí, Señor, lo creo y creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, que ha venido a este mundo».

      Este diálogo se hubiera reducido a palabras, y sólo palabras, si el mismo que lo condujo hubiese muerto definitivamente. Por eso la resurrección de Cristo es la clave de la revelación, la creencia en su resurrección, la médula de nuestra Fe.

      El mundo vive de la Fe. Si un día, por imposible, se llegase a perder la Fe del todo en el mundo, yo creo que el género humano acabaría autodestruyéndose.

 

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