Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Técnicas biológicas

 

El Diario Vasco, 1958-08-17

 

      El progreso técnico ¿va a continuarse indefinidamente o se interrumpirá en un mañana próximo? las dos hipótesis —la de un ilimitado progreso material y la de un cataclismo universal, capaz de detener la marcha de la civilización— son igualmente preocupantes. Tanto en un caso como en el otro, la concepción moral de la vida humana corre el riesgo de hundirse aparatosamente.

      Apologistas y detractores de la técnica libran hoy una singular batalla verbal cuyo resultado parece indeciso. Las dos partes disponen de fuertes argumentos a favor o en contra de la técnica.

      El hecho es que, como consecuencia del progreso técnico, nunca ha sido tan grande como hoy el poder del hombre sobre el hombre. La desigualdad entre los miembros de la población humana nunca ha sido tan aplastante.

      Los ricos egoístas del Antiguo Testamento, mil veces execrados por los profetas de Israel, eran unos pigmeos comparados con los plutócratas todopoderosos y los dirigentes totalitarios de nuestro tiempo.

      Uno de los campos en que este dominio se revela de un modo más inquietante para el equilibrio moral del hombre, es el de la biología y, particularmente, el de la genética humana.

      Se especula ya con posibilidades que chocan fuertemente con nuestra conciencia moral.

      Hace unos años, el genetista americano Muller afirmaba que pronto ha de llegar el día en que «sobrepasando con mucho los pobres medios de la eugenesia actual, resultará posible cultivar fuera del organismo humano las células reproductoras y desarrollar en las mismas condiciones los embriones así producidos». Muller no veía ningún inconveniente en que «partiendo de este supuesto se conservaran durante generaciones y generaciones las células reproductivas procedentes de seres humanos seleccionados y que de este modo pudieran obtenerse descendientes directos de los mismos, en cantidad casi ilimitada».

      Lo más impresionante del caso es la despreocupación con que Muller formulaba tales hipótesis. Nada tiene de extraño que sabios que dicen profesar una «fe materialista», como Marcel Prenant, experimenten una especie de escalofrío mental ante parejo horizonte.

      Aun sin llegar al punto a que Muller se ve conducido por su fantasía —tanto, por lo menos, como por su ciencia—, estamos ya hoy ante casos concretos de técnicas biológicas sumamente inquietantes. El simple hecho de que estén circulando, probablemente a gatas todavía, varios millares de «hijos artificiales», plantea problemas de carácter ético y jurídico en los que casi nadie ha reparado todavía. Un especialista en Derecho Civil me lo decía hace unas semanas: nuestros civilistas van a encontrarse pronto ante una problemática nunca imaginada.

      Lo malo del caso es que a la técnica no hay quien la pare y que ella es incapaz de pararse a sí misma.

      Algo, sin embargo, nos hace confiar en que dentro de esta situación existirán fuerzas providenciales capaces de restablecer el equilibrio que hoy parece roto.

      Si hay que elegir entre el pesimismo y el optimismo sobre el porvenir del mundo técnico, yo me inclino decididamente por el segundo bando.

 

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