Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Los niños

 

El Diario Vasco, 1958-12-07

 

      En Chicago se ha quemado una escuela: ochenta y seis niños y niñas han muerto en la catástrofe.

      Todos los días ocurren innumerables accidentes y mueren miles de personas. Estamos acostumbrados a ver noticias de este género en los periódicos, tanto que casi nos dejan indiferentes; pero esta vez tengo la seguridad de que mucha gente se habrá sentido impresionada.

      Los niños son algo aparte en la Humanidad. Nos gustaría que pudieran permanecer ajenos a todo lo horrible de la existencia, ensimismados en sus pequeños mundos mágicos. Pero sabemos que esto es imposible.

      Sería maravilloso poder reconstruir el universo infantil en que uno mismo ha vivido cuando niño. Hasta cierto punto cabe esa posibilidad. Cabe, en efecto, reavivar determinados recuerdos sacándolos de la propia intimidad, de los rincones donde yacen.

      En los sueños nos vemos, a menudo, conducidos a reconstituciones de esta naturaleza. Acaso llegamos a descubrir hechos cuyo reconocimiento nunca se nos había presentado en el plano de lo consciente. Aún sin entrar en alambiques introspectivos, los sueños son un filón de reviviscencias y de reminiscencias infantiles que estimo de gran valor.

      Lo que se ha conocido siendo niño tiene cierto cariz de eternidad y luego nunca vuelve a encontrarse nada semejante; se diría que lo que se conoció de aquella manera debe estar todavía en alguna parte, que no puede haber desaparecido definitivamente.

      El niño «eterniza» todas sus sensaciones, les confiere un sentido de absolutez. Lo que le sucedió en un contado número de casos, se le augura que le ha estado ocurriendo siempre. Por eso se dice: «Cuando éramos niños «solíamos» hacer esto o lo otro». Y en realidad no hay tal «solíamos»; seguramente aquello no se hizo más que en una sola ocasión y por pura casualidad, pero en la perspectiva infantil formaba ya parte de las estructuras esenciales y eternas de la vida.

      El niño está lleno de confianza y de fe en la vida. Se agarra a las cosas con un entusiasmo total.

      En cambio a los mayores el vivir nos ha hecho un poco escépticos: sabemos que todo cambia, que todo es instante en esta vida. Este saber que todo es pura fugacidad constituye, acaso, el gusano secreto que nos carcome el gusto de la existencia.

      Pero no debemos detenernos ahí. Cabe ahondar. Cavar en la interioridad, como quiere Gabriel Marcel: volver a encontrar, dentro de uno mismo, la posibilidad de amar la vida como algo inserto en un absoluto.

 

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