Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

El fútbol

 

El Diario Vasco, 1958-12-21

 

      Los films psicoanalíticos, a pesar de todas sus deformaciones, han divulgado esta ciencia —el Psicoanálisis— y hoy en día casi todo el mundo cree saber algo acerca del subconsciente y de los complejos.

      A pesar del exclusivismo sexual de las interpretaciones de Freud, algunos de sus conceptos están hoy en plena vigencia y deben ser considerados como irreemplazables.

      El subconsciente —parte del «yo» no inmediatamente presente en la consciencia, pero siempre dispuesta a saltar sobre ella— es un almacén de posibilidades y de tendencias «represadas». En términos muy generales acaso pudiéramos caracterizar todas estas tendencias por su insociabilidad, es decir, por el hecho de que no tienen curso legal, de que la sociedad se niega a darles salida.

      En el hombre normal hay escapatorias válidas para sublimar la emotividad procedente de las tendencias represadas. En cambio, cuando dicha emotividad no encuentra un terreno apto para su «ex-presión», el sujeto se «acompleja» y surgen las neurosis; el único remedio consiste entonces en elevar al plano de lo consciente lo que está oculto en los escondrijos del ser para expulsarlo luego mediante actos de voluntad enérgicos.

      El lector sabrá disculparme esta disgresión clínica impropia de una columna periodística, pero el caso es que me hacía falta para trasladarla al campo de la sociología.

      Las ideas de los psicoanalistas han sido aplicadas también en este dominio. Cabe, en efecto, hablar de un subconsciente colectivo en el que se hallan represadas las tendencias que la expresión pública no acepta.

      Los especialistas de la psicología colectiva parten del supuesto de que existe una especie de consciente y de subconsciente social, y de que puede haber enfermedades mentales colectivas, cuando los pueblos no se deciden a mirarle cara a cara a la esfinge latente de su ser profundo.

      La necesidad de condenar los crímenes, las injusticias y todo el legado negro de pecados que pesan sobre una sociedad, suele ser satisfecha mediante actos públicos adecuados, como por ejemplo el castigo judicial de los delincuentes, la condenación de hechos horribles por gestos simbólicos y pintorescos —arrestar a un cañón o a una yegua, quemar un monigote, etcétera—. Se trata en todos estos casos de elevar al plano de la consciencia social algo que anida en su subconsciente, con objeto de arrojarlo después lejos de ella, liberándola así de su carga.

      Un ejemplo típico en los pueblos primitivos es el sacrificio del macho cabrío, sobre el cual se hacen recaer todas las culpas y pecados de la comunidad.

      Otro método, sin duda más eficaz, moderno y civilizado que hoy aplican las democracias occidentales, es el de la libre crítica, la cual permite que la conciencia pública sea informada de lo que tiende a quedar escondido o represado envenenando el subconsciente social.

      Donde esto falta debe haber algo que lo reemplace y el fútbol es, en este sentido, una válvula de desfogue. Al fútbol va mucha gente aun sin saberlo, a gritar, insultar y «soltar tacos», la emotividad se expansiona ahí y el mal humor queda aliviado después de cada partido. Ya los emperadores romanos utilizaron este procedimiento de descarga psíquica.

      En nuestra sociedad el fútbol es una institución que ejerce, aunque muy imperfectamente, la notable función execratoria. El fútbol es una (cosa) muy importante y yo, francamente, no me atrevo a meterme con algo tan importante y sagrado.

 

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