Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Bufones

 

El Diario Vasco, 1959-05-24

 

      Según una noticia de la Reuter, un tal Adamski, filósofo-astrónomo, que dice hacerse puesto en contacto con los habitantes de Venus y Marte, ha sido recibido en la corte de la reina de los Países Bajos. Algunos periódicos neerlandeses han protestado, y concretamente el «De Volkssrant» ha dicho que no tiene inconveniente en que la corte contrate a un bufón con tal de que éste no se haga pasar por sabio atómico.

      Ahora bien, yo no estoy de acuerdo con el «De Volkssrant»; me permito decir que el bufón es un personaje demasiado importante para que se le trate así a la ligera, comparándole con un Adamski cualquiera. Contra lo que la gente cree, el bufón no es un excéntrico con cascabeles encargado de hacer reír al rey; es, al contrario, alguien que está en condiciones de decirle a la cara las verdades que a los demás les está vedado expresar, tarea trascendental como comprenderá el lector, y en la que más de un hombre se ha dejado la cabeza.

      El bufón de Isabel la Grande de Inglaterra se presentó un día, después de una larga ausencia, ante su graciosa majestad. la reina le dijo: «¿Qué hay, bufón? ¿Ya vienes otra vez a reprocharnos nuestras faltas?». A lo que él contestó: «¡Oh! ¡No, Majestad! No me gusta referirme a las cosas de las que todo el mundo habla».

      Si tuviera tiempo me gustaría preparar el material para escribir una «Bufología» o «Tratado de bufones para uso del hombre moderno». En él intentaría reunir elementos para el estudio de bufón como pieza o institución política de primer orden.

      En la monarquía medioeval, de carácter sacral y profético el bufón, el barbero y el confesor del rey constituían, en efecto, una trilogía moderadora con la que había que contar para cualquier asunto político importante. Es una pena que los autócratas moderno, además de afeitarse con máquina eléctrica y considerarse lo suficientemente divinos para no requerir los auxilios espirituales de nadie, hayan prescindido también de los servicios del bufón. Quizás sea porque han perdido el sentido del humor o tal vez porque no se sienten bastante seguros de sí mismos para arrostrar los sarcasmos del loco oficial.

      Había una gran sabiduría en aquellos viejos regímenes patriarcales. Es cierto que todas las decisiones importantes concernientes a la felicidad o infelicidad del pueblo dependían de una sola voluntad, la voluntad del rey. Pero muy a menudo solían ser el barbero y el confesor quienes jugaban la carta definitiva.

      En cuanto al bufón, podía decir lo que le diese la gana —cosa sumamente envidiable— y reírse de todos a su placer.

 

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