Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Pandora y el Átomo

 

El Diario Vasco, 1959-11-01

 

      Pandora titubea ante la arqueta misteriosa que Epimeteo, su galán, ha dejado a la puerta de la casa con una especial consigna: «Guárdala ahí, pero no la abras, porque ocurriría algo horrible».

      Pandora arde en incandescente curiosidad. Ya ha soltado varios nuditos del tentador lazo que sirve de cerradura a la caja y se ve que «esto aguanta perfectamente».

      «¿Por qué no dar un tironcito más al lazo? Puesto que hasta ahora no ha ocurrido nada, ¿habría de pasar algo malo por un simple tironcito más?». Pero al fin pasó. ¡Vaya si pasó!

      Moraleja: no juguemos indefinidamente «al tironcito» con la elasticidad, aparentemente ilimitada, de las cosas y de los pueblos. El último tironcito es siempre el último. Es decir, es el que da lugar a la catástrofe, el que se lo lleva todo al traste. La última gota es la que colma el vaso. Pero, ¿se sabe de antemano cuál va ser la última gota?

      «Y comenzaron a salir del arca millares de insectos malignos y aves negruzcas de aspecto bastante poco agradable y pájaros agoreros y toda clase de alimañas, hasta que el cielo se nubló del todo y la tierra quedó por completo cubierta de males. Nunca más volvió la Humanidad a ser feliz». ¡Y todo por un tironcito!

      Como comprenderá el lector, esta maravillosa fábula, que sólo la mitología helénica podía ser capaz de inventar, tendría aplicación en muchos negocios actuales e importantes, unos del orden privado y otros del orden público, en los que líbreme Dios de entrar ahora y aquí; pero yo la traigo solamente a propósito de la cuestión de las experiencias atómicas de que tanto se ha hablado y aún puede que se tenga que hablar más. Y de su posible repercusión en el futuro del asendereado y bien probado género humano.

      El caso es que el comisario general para la Energía Atómica en Francia, M. Francis Perrin, acaba de hacer unas declaraciones al periódico «Le Monde», que resultan de lo más instructivo y aleccionador.

      Según tales declaraciones, puede estimarse que las precipitaciones radiactivas producidas por las experiencias atómicas hasta ahora realizadas en Rusia y América han debido dar origen a un aumento de unos mil casos al año de leucemia y de cáncer de huesos frente a los ciento cincuenta mil que se producen en total, según los especialistas.

      En cuanto al nacimiento de niños anormales, «sólo» ha aumentado en unos diez mil anuales (frente a los tres millones que se calculan en toda la Humanidad anualmente).

      Estos efectos seguirán produciéndose durante unos miles de años, ya que la vida media de la partícula radiactiva —carbono catorce— es de unos cincuenta siglos. Mientras los carbonos catorces que las experiencias han desatado estén ahí, no hay nada que hacer; seguirán naciendo los correspondientes niños idiotas y muriendo los correspondientes leucémicos.

      Otros sabios más «optimistas» calculan que el número total de niños anormales debidos a las precipitaciones radiactivas artificialmente producidas será «sólo» de un millón doscientos cincuenta mil, que distribuidos en un período de 6.000 años equivalen a doscientos al año.

      La experiencia que ahora va a hacer Francia en el Sahara supone no más que un tironcito, un empujoncillo en la cuenta ascendente de los carbonos catorce.

      Claro está que los trenes, los automóviles, los aviones hacen muchas más víctimas que éstas. (Y también el teléfono, qué es otro de los más poderosos instrumentos mortíferos que se conocen). Y no se le ocurre a nadie el suprimirlos.

      El progreso cuesta vidas humanas por millones. Este es el argumento clave de los partidarios de las experiencias. Pero ¿puede usarse en este caso? ¿Tiene la generación actual derecho a poner en circulación esas partículas radiactivas que han de perjudicar irremisiblemente a más de cien generaciones futuras?

      Y si este ha sido el efecto de las experiencias, ¿cuál sería el resultado de un bombardeo atómico de verdad?

      Motivos de meditación para los adormilados. A ver si va a ser verdad lo de los pájaros agoreros.

      Aunque si vemos las cosas desde el ángulo de Nietzsche, a lo mejor tenemos que alegrarnos porque la Humanidad que sobreviva a esa catástrofe radiactiva estará formada por «superhombres» y el carbono catorce no podrá ya nada contra ellos.

 

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