Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Moralidad de la guerra

 

El Diario Vasco, 1960-05-01

 

      El tema de la moralidad de la guerra en el contexto histórico contemporáneo sigue inquietando a muchas conciencias. En su revista «Theological Studies», el jesuita americano John Courtney Murray, profesor de Teología dogmática, especialmente conocido por sus planteamientos modernos del problema de la libertad religiosa y de la tolerancia civil, publicó hace unos meses un importante artículo sobre este delicado problema en el que trata de conciliar, equilibrar o superar los elementos contrapuestos que actúan sobre el mismo.

      Para este autor la doctrina católica sobre la guerra no es otra cosa que una «grenz-moral», es decir, una «moral límite», un esfuerzo para establecer, sobre una base mínima de razón, determinada acción humana —la guerra— que sigue siendo siempre, en el fondo, irracional. La existencia de esa doctrina no significa, por tanto, que la guerra, en sí misma, pueda ser admitida como una manera legítima de regular las diferencias entre los pueblos.

      En la conclusión de su artículo, el autor afirma que la primordial tarea del moralista en el actual momento histórico debe consistir en construir una especie de «modelo de guerra», destinado a clarificar las exigencias de una guerra aceptable.

      Sobre este punto la posición del P. Murray me parece insuficiente y yo no podría seguirle.

      Es evidente que todo lo que se haga por «limitar la guerra» será bueno. ¿Pero es esta la tarea esencial del moralista, el imperativo primordial del momento presente, como él dice? Y, por otra parte, ¿existe acaso un tipo de «guerra aceptable»?

      Querer reducir a términos morales la guerra, estableciendo para ella ciertas «reglas de juego» y considerándola como un honesto match deportivo entre buenos muchachos, me parece algo ingenuo y no puede ser considerado por otra parte como el sumum o la norma de la postura justa en este momento histórico.

      Es indiscutible que el problema político de la guerra y la determinación de las opciones inmediatas que pueden adoptar los gobernantes son cuestión que no deben ser consideradas sólo en el terreno de los principios, sino también, y sobre todo, en el de las realidades, pero en todo caso debemos empezar por recordar que estas se encuentran muy lejos de lo que será un mundo inspirado en la razón y en la justicia.

      La tarea primordial del hombre de buena voluntad, y particularmente del moralista, radica, pues, a mi entender, en presentar con toda fuerza la doctrina integral es decir, la posición auténticamente cristiana del amor y la superación pacífica de las diferencias entre los hombres, desechando en principio la guerra como medio racional y propiamente aceptable para allanar éstas. Sin perjuicio de todo lo que se haga en el ámbito del mal menor o de la tolerancia de los males, hay que ir a plantear en su totalidad la fórmula cristiana auténtica, cuyo alcance al servicio de la justicia no ha sido suficientemente experimentado todavía.

      Gandhi escribía en 1918: «Acaso transcurra mucho tiempo hasta que la ley del amor sea reconocida en los asuntos internacionales. Hasta el momento en que una energía nueva es captada y dirigida, los capitanes de la energía antigua tratarán de idealista y utópica».

      La tarea que ahora se le plantea al moralista pacífico para despertar la conciencia de la gente sobre este problema no es, pues, propia de perezosos, ni de pasivos, ni de resignados. Hace falta una gran fe para emprenderla. pero este no es un motivo para que se pretenda eludirla o postergarla.

 

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