Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

El poder económico

 

El Diario Vasco, 1960-05-22

 

      El economista Giacomo Corna-Pellegrini ha publicado recientemente diversos trabajos sobre la concentración del poder económico en Italia. La Italia del Norte dispone del 79,6 por ciento de la renta nacional y la Italia del Sur sólo del 20,3 por ciento. Un 1,8 por ciento de grandes empresas concentra el 76,7 por ciento del capital italiano. Las formas declaradas o encubiertas de asociación entre los grandes grupos bancarios y los carteles industriales colocan el poder económico entre un número muy pequeño de manos. Cortos balances pretenden rendir cuentas a fin de año a los accionistas de las sociedades, en forma simple y absolutamente impenetrable, de enormes cifras de negocios (500.000 millones de liras para la Edison, por ejemplo).

      Otros estudios análogos han sido realizados en Francia por diversos autores. Particularmente interesante a este respecto es el número de «Economie et Humanisme» titulado «La proprieté en question?», donde se plantea con todo detalle el sistema de control financiero y económico por unas firmas prepotentes, perfectamente imbricadas unas sobre otras de modo que el conjunto pueda ser fácilmente dominado.

      En España, un análisis muy apreciable de Fermín de la Sierra fue publicado por el Instituto de Estudios Políticos en 1953 bajo el título «La concentración económica en las industrias básicas españolas». Lo recomiendo a mis lectores, pues me parece sumamente instructivo para el conocimiento del sistema de oligopolios y de implicaciones económicas con vistas al mismo fin.

      Se plantea hoy en todo el mundo el gran problema del «poder económico», de su legitimidad, de su manejo, de su distribución y concentración.

      Con el desarrollo técnico y la introducción de prácticas económicas de dimensiones gigantescas, se ha creado un nuevo poder casi al margen de la autoridad de los Estados. Un poder mundial, típicamente internacional, más fuerte que ningún otro sobre la tierra y que resulta aún más terrible, por lo mismo que es anónimo: «el poder económico».

      Â¿Se sabe acaso quién lo controla, cuál es su verdadero alcance y su penetración real? Los «propietarios» mismos de esas grandes empresas —los accionistas— se ven en la absoluta imposibilidad de responder a esta pregunta porque, naturalmente, ellos no están enterados de nada.

      Hace poco, un teólogo y sociólogo francés, el P. Laurent, se planteaba el problema del poder en la empresa. ¿Quién tiene derecho a ejercerlo? ¿El capitalista? ¿El técnico? ¿El trabajador?

      Â«Todo poder de hombre sobre hombre viene de Dios», dice la teología católica. ¿Es este principio aplicable al poder económico?

      Indudablemente debe serlo, pero semejante aplicación está llena de equívocos. No existe, en efecto, ninguna garantía de que los poderosísimos trust, grupos y carteles, que son dueños de una capacidad fabulosa de inversión de capitales funcionen en beneficio del bien común universal. Tampoco se sabe en nombre de qué o de quién actúan, de modo tan grave, sobre los intereses colectivos.

      Sería interesante estudiar no sólo los abusos del poder económico, sino también las razones —si es que existen— de su legitimidad.

      El capitalismo liberal pretendería defender la completa autonomía del poder económico. Pero, si ésta se admite, el «poder económico» no tardará en ser el único dueño del «mundo libre».

 

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