Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Buenos y malos

 

El Diario Vasco, 1960-09-18

 

      La bondad, la maldad: ahí está todo. Y, sin embargo, ¡qué profundo misterio! ¿Quién podrá decir en qué radica, donde se asienta esta terrible clasificación que hacemos continuamente entre hombres buenos y malos?

      Â«Ser bueno o malo es lo mismo que tener narices cortas o largas», me dijo una vez un amigo materialista (materialista a pesar suyo, materialista por falta de fe y por radical desesperanza).

      La afirmación de mi amigo era atroz y, sin embargo, resultaba lógica. Expresaba con toda claridad la imposibilidad de establecer sobre la hipótesis materialista un sistema de valores morales digno de este nombre.

      Para el materialismo, sea de la especie que sea, no existe, en efecto, un mundo de valores éticos que pueda sustentarse en algo exterior, trascendente o superior, al mundo material. Si no existe el Espíritu, no existen tampoco, propiamente hablando, verdaderos vicios ni virtudes; lo que habitualmente llamamos la bondad o la maldad no es, en último extremo, sino cosa de humores o de particularismos funcionales. La diferencia entre el santo y el canalla es cuestión de bilis, de circulación sanguínea o de desequilibrios hormonales.

      Ni hombres «buenos» ni hombres «malos», sino, a lo sumo, hombres sociables o insociables, sanos o enfermos, constructivos o destructivos.

      Lo mismo que cuando se habla de un niño recién nacido se suele decir que es bueno si duerme o mama a su debido tiempo, y malo si llora a todas horas y parece no conformarse con su suerte en este miserable mundo, es decir, que la supuesta bondad o maldad del niño es asunto de mamadas y de dormidas, algo parecido ocurre con la bondad o maldad del hombre, vista desde la perspectiva materialista.

      Cada vez que oigo decir que uno de esos «tiernos infantes» es «bueno» o «malo», pienso en esto inevitablemente y en el amigo que decía lo de las narices cortas y largas.

      Es horriblemente irracional, horriblemente oscuro, pensar que todo cuanto llamamos generosidad, heroísmo, abnegación, espíritu de justicia, honradez, etc., sea pura representación de algo estrictamente físico; índices de salinidad, grados de acidez, dispepsias y alteraciones arteriales.

      Hay algo que no he comprendido nunca y es esto: cómo los materialistas sinceros puedan seguir hablando de justicia y de injusticia, de bondad y de maldad, sin sentir en su alma el horrible vacío de una contradicción insuperable para ellos.

 

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