Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Las noticias pequeñas

 

El Diario Vasco, 1965-05-02

 

      Lo propio y característico del sabio es quizás el interesarse por las cosas pequeñas y aparentemente insignificantes. El necio, en cambio, busca por definición lo ruidoso y visible, lo que se presenta como grande e importante. le interesan las dimensiones de las cosas más que su calidad. Ignora la trascendencia del matiz, desprecio sistemáticamente el detalle. Busca sobre todo lo que «suena» y arma bulla, lo que tiene Prensa y público en abundancia. La moda y la publicidad le impresionan terriblemente.

      De esta clase de necedad suelen surgir los cultivadores de tópicos y los hombres-masa, que están siempre con el que triunfa, tenga o no razón, y con el que maneja la caja de los ruidos.

      Pero el filo de la verdad se encuentra generalmente en lo diminuto. La verdad física hay que buscarla en el átomo más que en la nebulosa, en la célula más que en el organismo. Y la verdad moral, en el humilde gesto más que en el gran discurso.

      La mayor parte de los descubrimientos han nacido del análisis inteligente de hechos y de coincidencia minúsculas. Hacia falta ser un sabio para comprender, por ejemplo, que en aquellas primitivas e infantiles experiencias del anca de rana muerta que se convulsiona y de la barra de vidrio o de resina, frotada con una piel de gato, pudiera estar encerrado el germen de una energía enorme y hasta entonces desconocida.

      La curiosidad inteligente se vuelve hacia los detalles raros y chocantes. Así ha ocurrido siempre a lo largo de la historia de la ciencia, desde Arquímedes hasta Fleming.

      Semejante principio, el principio de la importancia de las cosas pequeñas, tiene aplicación en innumerables campos de la actividad humana, desde la lingüística hasta la paleontología, desde el quehacer político hasta la ascética.

      Y ya que están ustedes leyendo el periódico en este momento, les citaré un ejemplo que me viene a la mano.

      Sabido es que la mayoría de los lectores sólo prestan atención a las noticias con grandes titulares que ocupan las cabezas de página, sin reparar apenas en el «plankton» sabrosísimo de pequeñas noticias que dan diariamente los periódicos.

      Dostoievski solía inspirarse en esta clase de información, tratando de descubrir en ella tipos y tragedias humanos que luego trasplantaba a sus imponentes novelas. Accidentes, robos, riñas, crímenes, pleitos familiares. Todo esto le interesa y lo anotaba en su cuaderno, de donde salían más tarde sus formidables personajes a nivel de tragedia griega.

      Hace unos días un periódico oficial publicaba la noticia de un modesto funcionario que había prorrumpido en sollozos al saber que le había llegado la edad de la jubilación. El periodista había juzgado interesante esta noticia, y sin duda lo era. Dostoievski la hubiera anotado en su cuaderno y hasta puede que hubiera fabricado con ella un personaje para alguno de sus relatos de «humillados y ofendidos».

      Claro está que, independientemente de toda consideración sentimental, no nos hallaríamos muy lejos de la verdad al suponer que en el lloro del anciano en cuestión tuviera buena parte lo escaso de sus futuros emolumentos como clase pasiva.

      Cada uno puede forjarse la explicación que quiera. De un hecho pequeño se pueden extraer, real o imaginativamente, innumerables deducciones, lo mismo que un prestidigitador saca de un solo huevo toda una bandada de palomas.

 

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