Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Estrategia nuclear

 

El Diario Vasco, 1966-03-13

 

      Hace unos días he tenido ocasión de asistir a una reunión de estudio entre un pequeño número de especialistas sobre el tema de la guerra nuclear.

      Dos expertos atómicos; dos oficiales de Estado Mayor, particularmente bien informados sobre la nueva estrategia; dos profesores de moral de facultades católicas; un científico puro de alto nivel y dos proselitistas o «apóstoles» de la paz, constituyen este singular equipo de trabajo. Sus reuniones son periódicas y se dedican a analizar a fondo, y con el máximo realismo posible, el espectro de los problemas morales, políticos y estratégicos que plantea al mundo de hoy el armamento nuclear.

      Cuestión complejísima y que no admite ninguna clase de simplificaciones idealistas. La amenaza de guerra atómica y la presión del armamento nuclear no son un sueño, ni un argumento de «ciencia-ficción». Constituyen, evidentemente, una terrible realidad de lo que el mundo no podrá liberarse quizás hasta dentro de muchos años.

      Este nuevo monstruo, recién salido de la caja de Pandora, no volverá a introducirse en ella espontáneamente. Una vez puesto en circulación, la Humanidad tiene que contar con él, acomodarse al mismo y adaptar sus métodos y sus actitudes a un riesgo efectivo y real de auto-destrucción. Tiene que buscar la estrategia política que corresponde a ese estado de cosas.

      No está en manos de los políticos ni de los militares rusos o americanos el modificar el actual contexto nuclear. Nadie, o casi nadie, cree en la efectividad inmediata de un pacto de desarme atómico. Al contrario, se estima que todo intento prematuro de «desnuclearización» aumentaría enormemente el riesgo de agresión por cualquiera de las dos partes.

      Los pacifistas del género sentimental no tienen cabida en este círculo. Los técnicos opinan que las condenaciones y las protestas verbales, así como las manifestaciones más o menos multitudinarias contra el arma atómica, no sirven para nada, si no es para producir algún débil impacto en la conciencia pública y algunos efectos políticos de corto alcance. Consideran que una acción de esa clase resulta casi tan inoperante como pudiera serlo el manifestarse con pancartas contra el cáncer, contra la poliomielitis o contra la muerte misma.

      En suma, el único medio que hasta ahora se ha descubierto para combatir el riesgo de guerra nuclear, consiste en la política de «mutua disuasión». Cada uno de los poseedores del arma nuclear sabe que todo intento de utilizarla equivaldría a un suicidio simultáneo.

      Ningún Estado nuclearmente armado puede pensar en traspasar lo que hoy se ha llamado el «umbral nuclear», es decir el límite máximo de acciones políticas y militares que cabe llevar a cabo sin correr el riesgo de guerra atómica.

      Por debajo de ese límite pueden producirse toda clase de guerras y conflictos con armas clásicas o convencionales de un enorme poder destructivo, pero en las que los medios de aniquilación total no serían puestos en juego.

      La defensa de un Estado nuclear consiste precisamente en la posesión de un armamento atómico abundante, diseminado, y dispuesto para su pronta utilización, de modo que el adversario sepa a ciencia cierta que un ataque atómico recibiría una inmediata respuesta del mismo tipo, y de un alcance tan grande que no permitiría obtener ninguna utilidad al país agresor. Al mismo tiempo, los Estados nucleares se ven obligados a mantener su armamento clásico para hacer frente a los posibles ataques de tipo convencional.

      Lo único que, según parece, está salvando al mundo de la guerra nuclear es, pues, el terror mutuo. Contra ese enemigo común, que es la destrucción atómica, los gobernantes más opuestos se sienten unidos y han tomado todas las determinaciones técnicas posibles para no traspasar el famoso «umbral», ni siquiera por error o por accidente.

      Â¿Pero qué ocurrirá cuando se produzca la proliferación del armamento atómico y, sobre todo, cuando entre en juego un tercer jugador, el «partenaire» amarillo de esta terrible partida?

 

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