Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

La juventud acusa

 

El Diario Vasco, 1966-04-10

 

      El asunto de la Zanzara, revista estudiantil de un liceo italiano, que ha dado lugar a un ruidoso proceso en Milán, no es sino un incidente más, que revela una situación de sobra conocida en todas partes: la juventud de hoy, acusa.

      Acusa a sus progenitores, a sus maestros y educadores, a los dirigentes morales y políticos de la sociedad. Acusa a la moral de sus antecesores y a la sociedad misma que trata de presentarla como un legado de cultura y de civilización.

      Precisemos, sin embargo, nuestras anteriores afirmaciones, para que no puedan parecer escandalosas.

      Lo que aquí llamamos «juventud de hoy» no es quizás sino una fracción mínima de la población juvenil contemporánea. La fracción inquieta, rebelde y preocupada, constituida casi exclusivamente por intelectuales y por esos tipos extraños que leen las «otras» páginas del periódico, las que no son de deportes, quiero decir.

      Sabemos que, junto a aquella juventud crítica y vindicativa, existe una gran masa de jóvenes, alérgica a todo lo que sea problema o inquietud social, la mayoría de los cuales practica, de modo más o menos honrado y distinguido, la filosofía, tan extendida, del «pasarlo bien».

      Ahora bien, da la casualidad de que esta masa de jóvenes indiferentes y aproblemáticos carece, por definición, de todo interés histórico.

      En realidad, lo mismo podría decirse del género humano en su conjunto. La parte de la humanidad que juega un papel histórico y representativo en cada época es y ha sido siempre una fracción mínima de ella.

      En toda sociedad hay un amplísimo sector de gente que sólo aspira a «vivir en paz». ¿Qué más o qué menos se puede pedir?

      Por desgracia, la mayoría de las personas interpretan este «vivir en paz» de un modo negativo. Confunden la paz, que es una idea combativa, con la comodidad, que es una idea adormilante. Por eso el partido de los cómodos es sumamente nutrido en todas partes, pero nada se puede esperar de ellos. Los cómodos son gentes que, por definición, no están dispuestas a afrontar ningún problema, a correr ningún riesgo, a sacrificar ninguno de sus intereses a favor de una causa común.

      Cuentan con que cierto proceso mágico social o divino, les asegurará la comodidad en este mundo y la felicidad en el otro.

      Estas son las dos cosas de la humanidad, el «hombre del colchón» y el «hombre del clarín», como decía Unamuno. Pero siempre es una minoría de gente incómoda la que hace andar a la humanidad. Incómoda en los dos sentidos de la palabra, claro está. En que ella misma se siente incómoda y en que incomoda a los demás.

      Dejemos, pues de lado a los cómodos en algún pasadizo sombrío de la Historia, como hizo Dante en su «Divina comedia» con los tibios, arrinconados y condenados a llorar eternamente la desdicha de no poder entrar en ninguno de los lugares eternos, ni cielo, ni infierno, ni purgatorio siquiera.

      La juventud de hoy, la parte incómoda de la juventud, acusa. Pero, ¿de qué acusa? Y, ¿con qué razón acusa?

      Merece la pena de tratar de responder a esta pregunta, y así lo haremos en una próxima ocasión, realizando lo más honradamente que podamos el inventario de tales acusaciones.

      Pero, para que todo sea justo y ponderado, no ha de faltar un «nosotros acusamos». Porque también los viejos incómodos tenemos algo que decir a los jóvenes incómodos. Todo aquello que a nuestro juicio merece una severa crítica de fondo —puros formalismos— sus actitudes iconoclastas.

 

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