Carlos Santamaría y su obra escrita

 

El otro poder

 

El Diario Vasco, 1966-05-29

 

      Estamos asistiendo hoy en la Prensa a un debate político más o menos embozado, en el que se abordan, por primera vez después de mucho tiempo, problemas de fondo de la sociedad en que vivimos.

      Sin embargo, en algunos de los interlocutores parece existir el propósito de esquivar las cuestiones realmente importantes, alejando la discusión de sus verdaderos centros de interés.

      Una de esas cuestiones «realmente importantes» es la que concierne al ejercicio del poder económico.

      En nuestro tiempo las decisiones de orden económico constituyen, en efecto, un enorme ejercicio de poder «del hombre sobre el hombre». Condicionan la vida de los individuos, de las familias, de los municipios y de las naciones; son causa de movimientos demográficos y sociológicos que alteran profundamente a la sociedad.

      Una comunidad cualquiera que no tenga en su mano el poder de adoptar las decisiones económicas que afecten a su existencia, o de intervenir al menos en la adopción de tales decisiones, se halla propiamente en estado de enajenación o de alineación.

      Es pues esencial que, de un modo o de otro, el poder de planificar el desarrollo económico de un pueblo sea intervenido por éste de un modo afectivo y real.

      Este es un principio fundamental de lo que hoy se llama la «democracia económica».

      Frente a este principio los tecnócratas oponen el argumento de que la creciente complejidad de los asuntos económicos hace imposible una fiscalización política y popular de los mismos, debiendo quedar, por tanto, las funciones planificadoras exclusivamente reservadas a los especialistas. Los tecnócratas se resisten a aceptar una intervención pública de tipo parlamentario en este asunto. De este modo intentan retener la exclusiva en el manejo de los resortes esenciales del poder económico.

      Los partidarios de la democracia, a su vez, responden a ese mismo argumento diciendo que, por muy complicados que sean los mecanismos económicos, es perfectamente posible llegar a síntesis claras y vulgarizables, de modo que los electores políticos puedan saber a dónde los llevarán las decisiones económicas que se adopten y elegir convenientemente entre ellas.

      Por otra parte, la tecnocracia pura no existe. Es decir, toda tecnocracia encubre y oculta un pensamiento político implícito o subrepticio. De este modo la tecnocracia puede ser el instrumento de una ideología ultra-conservadora o de unos intereses que no encuentren ya otro modo de hacerse respetar. Su táctica sería la de cubrirse con misteriosas fórmulas econométricas, ininteligibles para la mayoría, como las antiguas, tiranías hierofánticas se revestían de cabalismos y ritos mágicos.

      Por eso es sobre todo necesario «identificar los centros de decisión económica» a fin de dar al pueblo y a sus representantes medios de control real y efectivo. ¿Dónde se toman las decisiones económicas? ¿Quiénes las adoptan y en función de qué criterios, de qué ideologías? ¿Cuáles son los grupos particulares que intervienen de modo efectivo en tales decisiones?

      Siendo el poder económico algo tan formidable y tan importante para la vida de un país, los que lo ejercen deberían estar en cierto modo investidos de una función pública, tan trascendental como pueda serlo la función judicial.

      En resumen, en una sociedad democráticamente organizada el poder económico tiene que ser establecido e institucionalizado sobre una base auténticamente popular.

      Montesquieu, decía que los antiguos no habían podido comprender debidamente la idea monárquica por no conocer la distinción entre los tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial que obran en ella.

      Hoy tendríamos que afirmar, de modo análogo, que es imposible llegar a concebir una democracia moderna sin haber atacado a fondo, de modo completamente claro y consciente, el ejercicio de ese otro poder, del que nadie o casi nadie habla en el actual debate político: el poder económico.

 

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