Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

La Fatiga

 

El Diario Vasco, 1967-01-22

 

      Entre los muchos males que hoy padece el hombre civilizado la fatiga es, sin duda, uno de los más importantes y peor conocidos.

      No se trata aquí evidentemente de la fatiga fisiológica, muscular u orgánica, producida por el desgaste físico y el consumo de energías que comporta todo trabajo mecánico o intelectual (también el pensar cansa, contra lo que muchos creen y más aún, quizás, que el trabajar físicamente).

      Al contrario, gentes que apenas se han movido en todo el día, que no han realizado ninguna clase de esfuerzo, ni físico ni mental, que merezca la pena de ser tenido en cuenta —aunque parezca mentira aún existen muchas personas que pueden permitirse esta magnífica inoperancia— son precisamente las que se declaran más terriblemente cansadas.

      Â¿Cansadas de qué? —cabe preguntarse ingenuamente—. Si se tratase de casos individuales, de personas aisladas o fácilmente aislables, bastaría considerar a tales personas como anormales o como enfermas y con ello todo quedaría perfectamente en orden, al menos en apariencia. Muchas cosas se arreglan así en nuestro mundo.

      Pero la fatiga a que nos referimos parece ser un fenómeno generalizado, característico de nuestra «supercivilización» técnica, algo que inevitablemente tiene que alcanzarnos a todos, o a casi todos, porque es un anti-producto esencial de la misma.

      El fenómeno del hombre cansado abunda sobre todo entre los habitantes de las naciones más progresivas y económicamente más desarrollada.

      Claro que esto resulta fácil de explicar por causas bien conocidas de todos. El ruido, el ajetreo, el ritmo acelerado, la acumulación de sensaciones e impresiones de diverso género a que hoy nos vemos sometidos, resultan difícilmente soportables para nuestro organismo. En las grandes ciudades especialmente, la velocidad con que se vive, sobrepasa en mucho a la cadencia fisiológica y psicológica, propia del ser humano.

      Pero hay otras causas más profundas y más difíciles de analizar.

      Es indudable que la fatiga neurótica, que no es sino una especie de alucinación —el individuo se cree cansado, pero su fatiga no guarda relación con nada exterior u objetivo de lo que él mismo pueda tener conciencia— arranca en la mayoría de los casos de determinados fenómenos del inconsciente individual. Este asunto es sobradamente conocido y acerca del mismo, existe, según parece, una abundante literatura.

      Hay, además, otro inconsciente —el inconsciente colectivo— el cual no puede ser estudiado sin el concurso de otros especialistas, es decir, los sociólogos. La «medicina sociológica», la ciencia o el arte de conocer y curar las enfermedades del ser colectivo, está apenas iniciándose ahora. Marx, fue, sin duda, su verdadero descubridor y el primero que intentó en practicarla al diagnosticar los males ocultos de la sociedad burguesa y su medicación más adecuada, la revolución social.

      Algunos especialistas del tema de la fatiga han creído ver precisamente en este mal el signo de un drama propio de las sociedades de consumo contemporáneas trabajadas por el ansia de riqueza y de posesión y casi absolutamente desprovistas de metas propiamente humanas y altruistas.

      La cosa, es, pues, muy complicada. El fenómeno de la fatiga nos llevaría a analizar las numerosas incoherencias y desequilibrios que se encubren en la llamada «sociedad opulenta».

 

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