Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

El Estado-pueblo

 

El Diario Vasco, 1967-08-13

 

      Â«El Estado soviético ha dejado de ser una dictadura del proletariado para convertirse en el Estado de todo el pueblo».

      Este parece ser el resumen de una declaración doctrinal ampliamente formulada estos días por los «Izvestia».

      Si los dirigentes soviéticos confirman esta declaración de modo autorizado en octubre próximo, con motivo del 50º aniversario, podremos decir que nos encontramos ante una fase realmente nueva dentro del enorme proceso del comunismo ruso.

      La primera fase, la «dictadura del proletariado», habrá terminado. Estaremos ya de hecho ante una sociedad que se declara a sí misma como una perfecta y, en cierto modo, definitiva, reconciliación e identificación entre el Estado y el pueblo.

      Todo el mundo sabe, poco más o menos, que Marx había hablado de la dictadura del proletariado, no como un incidente posible de la lucha revolucionaria, sino como una fase esencial del proceso de salvación.

      La aspiración suprema del comunismo era la creación de una sociedad «en la que la libre expansión de cada hombre fuese la condición para la libre expansión de todos los hombres». Así definen Marx y Engels la sociedad comunista en el Manifiesto de 1847. La sociedad comunista no tiene pues nada de tiranía, nada de violencia. Es justamente lo contrario de eso: el imperio de la libertad en una sociedad definitivamente liberada de toda opresión.

      Ahora bien entre la sociedad capitalista y la comunista se sitúa un período de transformación revolucionaria de una en otra. A este período corresponde igualmente una fase de transición política en la que el Estado no puede ser otra cosa que la dictadura revolucionario del proletariado».

      Perdónenme ustedes que traiga aquí unos textos tan conocidos, pero así se expresa Marx en su «Crítica al programa del partido alemán» en 1875. Con ello demuestra mantenerse fiel a una vieja idea suya, una idea que ya venía propugnada desde veinte años antes: para implantar el Estado socialista, para superar la lucha de clases, para llegar a una sociedad política reconocida por el hombre, no había otro remedio que el de que la clase proletaria, consciente de su capacidad, asumiese el poder político y realizara, con obligada violencia, la reforma radical de la sociedad.

      Durante este período, «el proletariado se servirá de su supremacía política para arrancar poco a poco toda especie de capital a la burguesía, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado (es decir, del proletariado organizado en clase dominante) y para acrecentar del modo más rápido posible la marcha de las fuerzas productivas». Esto dice el «Manifiesto», página 181 de la edición de la Pléiade. Y a continuación se anuncian las diez medidas —más tarde fueron doce— que habían de ser puestos en práctica durante el período de dictadura del proletariado.

      Después, «cuando hayan desaparecido los antagonismos de clase», el Poder público ya no tendrá ese carácter odioso que ahora tiene, la dominación de unas clases y de unos hombres por otros. Es entonces cuando aparecerá el verdadero Estado socialista.

      Durante muchos años hemos oído estas mismas o parecidas afirmaciones. El Estado comunista no podía ser juzgado por la realidad inmediata, sino por la promesa. El comunismo no podía ser juzgado como una realización terminada, sino como un proceso que perseguía un fin altamente deseable y hermoso.

      La actitud de los «Izvestia» resulta atrevidamente imprudente. Era cómodo considerar la dictadura como un paso necesario en el proceso de la auténtica democracia. En el fondo ¿no han operado así todas las dictaduras?

      Pero renunciar a esa postura y pretender que se ha llegado ya a la fase terminal podría crear toda clase de dificultades dialécticas a los ideólogos soviéticos, especialmente frente a sus colegas chinos.

      Los pro-chinos afirmarán ahora que esta declaración es una prueba más del desviacionismo ruso, el cual intenta buscar una línea acomodaticia, perdido ya todo el ardor revolucionario.

      Los demás. Somos muchos los que hemos creído siempre, no sin pena, no sin tristeza, que esa presunta sociedad reconciliada, sin clases, sin tensiones, ni despotismos, era una utopía. Una utopía «científica», si se quiere, la super-utopía, el término de todas las utopías sociales, si se quiere, pero utopía, al fin y al cabo.

      Ahora no. Ahora nos encontramos con alguien que nos dice: «No señores. Nada de utopías. La sociedad sin clases, el Estado-pueblo existe. Aquí lo tienen ustedes. Somos nosotros. Se acabó la maduración. Ya está aquí el fruto».

      Y yo me pregunto: ¿los «Izvestia», no se habrán pasado un poco de rosca esta vez?

 

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