Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Sabios y sabios

 

El Diario Vasco, 1967-10-15

 

      En la elección del tema conviene a veces dejarse conducir por la casualidad, porque ésta suele ser a menudo maestra y componedora de mil útiles invenciones.

      Para inspirarme, he cogido, pues, al azar, un libro de mi librería. Me he confiado al caballo del azar, como Don Quijote se dejara llevar en alguna histórica ocasión por su fiel Rocinante.

      De este hacerse guiar el caballero por la cabalgadura escribió don Miguel de Unamuno algunas cosas muy bellas y atinadas y ahora mismo acabo de leer en alguna parte que cuando en plena batalla murió el general Turena, sus oficiales decidieron seguir los pasos de su caballo, pensando que la fogosa bestia estaba tan compenetrada con los designios de su amo, que había de marcarles con seguridad el camino de la victoria.

      Este dato, de haber sido conocido por don Miguel, hubiera contribuido, sin duda, a enriquecer y confirmar su teoría caballeresco-caballuna.

      Pero volvamos al libro que ha resultado ser el tratado «De la vejez» del gran Cicerón, obra que les recomiendo a ustedes aunque no sean viejos ni piensen serlo jamás.

      En las primeras líneas de este libro leo estos dulces versos de Enio, que el propio Cicerón utiliza para expresar su propósito de aliviar y consolar el corazón de su amigo.

 

¿Qué premio me darás, Pomponio amigo,

si te aliviare en algo ese cuidado

que el corazón te aflige y atormenta?

 

      Y, un poco más adelante, estas líneas del propio Cicerón que subrayan el carácter consolante y humano de su filosofía: «Nunca será bastante alabada la filosofía que puede hacer pasar sin inquietudes toda la vida a cualquier persona que se conformare con sus máximas».

      Hoy, en nuestra era técnica, del frigorífico y de la lavadora, las cosas han mudado mucho. No sólo la filosofía ha sido reemplazada por el saber técnico, sino que se ha cambiado también el concepto del sabio.

      Hoy el sabio es el investigador y el inventor físico-matemático. Sabio es un hombre que ha descubierto los parásitos de los limacos o la desviación de los rayos cósmicos por las tormentas electromagnéticas, aunque luego resulte ser un perfecto cretino, considerado como simple hombre.

      El sabio clásico era el hombre que poseía la sabiduría de la existencia, el arte de vivir de manera armoniosa, de dominar sus pasiones, de mantener en equilibrio su propia interioridad, de gobernar los hombres y las cosas como tales hombres y tales cosas, según su misma ley interna. Esa era la antigua sabiduría.

      Parece que van quedando pocos sabios de estos a medida que aparecen cada vez más sabios de los otros, los del ciclotrón y el ultramicroscopio.

      Más de una vez he pensado en aquel pobre hombre vegetariano y subalimentado, del inolvidable, a fuerza de repetido,

      Cuentan de un sabio que un día...

      Yo, de niño, siempre me imaginé a este sabio, como me imaginaba a todos los sabios, una especie de Pasteur en un laboratorio, y nunca me paré a pensar que era muy raro que un sabio así se alimentase de hierbas, cogidas aquí y allá. La verdad es que nuestras imágenes eran muy distintas que las de la época de Calderón y nosotros, los pobres niños, asimilábamos los versos como podíamos.

      Yo creo que Einstein no resistiría la comparación con Cicerón. Las reflexiones de Einstein sobre el hombre y sobre la sociedad causan tristeza por lo vacías y superficiales. Comparad a estos dos tipos de sabios y veréis que un mundo inmenso nos separa de la sapiencial antigüedad.

      Mejor será volver a dejar el «De senectute» en su lugar del estante.

 

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