Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Problemas

 

El Diario Vasco, 1967-11-12

 

      En el número de setiembre de «Cuadernos para el diálogo», Joaquín Ruiz Jiménez ha tratado de presentar, de un modo un poco sistemático, el conjunto de los problemas políticos de la sociedad española en la hora actual.

      Â«Los problemas están ahí —dice Ruiz Jiménez— están ahí, en una enumeración no exhaustiva, cálidos y a veces hirientes. Están ahí y apremian más cada día... Es inútil esconder la cabeza bajo el ala o engañarse con imágenes deslumbradoras, con palabras altisonantes. La realidad es tenaz y se toma el desquite cuando menos se piensa».

      Problemas inmediatos de reajuste económico; problemas más profundos de reestructuración social y de desarrollo cultural. Problemas de principio de la ordenación fiscal. Problemas de «descentralización». Problemas de Iglesia y Estado.

      Podrá uno no estar de acuerdo con todos los puntos de esa enumeración, estimarla incompleta o demasiado tímida, e incluso diferir fundamentalmente de ella en cuanto a su misma estructuración, tal vez demasiado condescendiente con el sistema; pero no puede negarse la utilidad de un ensayo de esta naturaleza.

      Enunciar correctamente, rigurosamente, los problemas de una sociedad moderna no es una tarea fácil, que pueda ser realizada a la ligera. Pero tampoco es —ni mucho menos— una tarea inútil. El mero hecho de enunciar bien un problema permite dar por recorrida la mitad del camino hacia su solución.

      Por desgracia los más de los problemas importantes de la sociedad española son endémicos. Esto quiere decir que la sociedad se ha habituado a padecerlos desde luengos años y que ya, ni las gentes a las que tocan directamente en su propia carne y sangre se dan casi cuenta de que existen. Digamos que casi no se atreven a pensar en ellos, o que ya no están en condiciones de hacerlo. Este modo de hacer que los problemas no existan, olvidándonos y poniéndole buena cara a todo, es quizás una forma simpática del fatalismo ibérico, pero no deja de ser de una simpleza enorme.

      Porque son tal vez estos problemas endémicos, sub-latentes, silenciados, nunca reconocidos cara a cara, nunca afrontados con sinceridad y honradez, represados siempre en el subconsciente colectivo, son éstos tal vez los más graves, los que más comprimen y destruyen la personalidad de los pueblos.

      Por eso el dedicarse a despertar la conciencia problemática de la gente, me ha parecido siempre —en contra de la opinión de otros que piensan que «no es conveniente suscitar problemas que no estamos en condiciones de resolver»— una actividad muy necesaria en este país.

      Olvidar, silenciar, ignorar los verdaderos problemas, ¿no es hoy la táctica adoptada, más o menos conscientemente, por muchas personas política o económicamente bien situadas, para no tener que descender nunca del «machito»?

      Más aún, existe y ha existido siempre tanto en los individuos como en las sociedades la táctica del pseudo-problema. El pseudo-problema es un falso problema que se lanza a la circulación con el propósito de desviar o de eliminar la preocupación o la inquietud acerca del verdadero problema. Denunciar los falsos problemas de nuestra sociedad, enunciar correctamente los auténticos, analizar las relaciones entre ellos —no olvidemos que los problemas tienen también sus estructuras— y presentarlos de modo sistemático ante la sociedad me parece un quehacer muy importante, aunque complicado y difícil.

      Ahora bien, no hay que hacerse tampoco ilusiones. Enunciar determinados problemas «como problemas» implica ya una «prise de position», una definición de sí mismo. Porque nada define tanto a los hombres como sus problemas o lo que cada uno de ellos tiene como problemas.

      Si nos dedicásemos a esta tarea pronto veríamos que nuestras listas de problemas no son coincidentes. Que lo que para uno es problema, no existe en absoluto para el otro, ni siquiera como realidad.

      Si nos pusiéramos a enunciar nuestros problemas tal vez nos descubriéramos en nuestra propia pequeñez. Porque desgraciadamente la mayoría de la gente no se plantea hoy más que problemas menores, a fuerza de querer olvidarse de los mayores.

      Hay en todo esto una gran tarea para hombres de pro, sea cual sea su pensamiento o su ideología. Confrontemos valientemente nuestro problemas. Y acaso podamos llegar a un acuerdo, por lo menos en cuanto a los enunciados de los problemas. Lo que, en verdad, no sería cosa de poca monta.

 

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