Carlos Santamaría y su obra escrita

 

De Lukács y de la situación de Euskalerria

 

El Diario Vasco, 1982-03-14

 

      La obra de Georg Lukács: «La destrucción de la razón», es de estudio obligado para toda persona que se interese por la filosofía contemporánea y —de modo especial— por la filosofía marxista.

      En el citado libro Lukács denuncia el irracionalismo de ciertas corrientes filosóficas y sociales, desde Schelling hasta Hitler pasando por otros muchos «irracionalistas». Son éstos los que quieren destruir a la razón y es Lukács el que pretende defenderla.

      Lo más significativo del planteamiento del pensador húngaro es, quizás, su afirmación de que los irracionalismos son reaccionarios, es decir, que «constituyen respuestas reaccionarias a los problemas planteados por la lucha de clases».

      Â«Allí donde levanta cabeza el irracionalismo en filosofía está ya implícita la posibilidad de que surja una ideología fascista».

      Al leer esta líneas más de un lector se habrá preguntado ya —con perfecto derecho— que es lo que aquí entendemos por irracionalismo.

      Simplificando mucho la cosa podríamos decir que los irracionalismos o a-racionalismos son corrientes de pensamiento y de acción en las que se pone el acento último y más importante sobre fuerzas o realidades humanas que no son la razón.

      Pero la sin-razón de los a-racionalistas no es tan irrazonable como pueda parecer a primera vista.

      Tratemos de explicarnos.

      Una gran parcela de la vida individual y social del hombre pertenece a su mundo emocional y no es racionalizable a la manera que quiere hacerlo el frío racionalismo, sea o no dialéctico.

      Emociones, sentimientos, pasiones, vivencias, intuiciones, creencias, inspiraciones, mitos y profetismos, constituyen la trama a-racional de la vida humana, y en grado tan importante que si descartásemos todo eso nos quedaríamos prácticamente sin hombre.

      Por otra parte ese mundo de realidades a-racionales no se reduce a lo puramente individual o subjetivo. Trasciende también a las masas y cobra así una innegable objetividad.

      No se le oculta a nadie que existen pasiones colectivas y que las mismas adquieren a veces una gran importancia política e histórica. Así, por ejemplo, la actitud del pueblo alemán en la época de Hitler podrá ser todo lo irracionalista que se quiera; pero estaba allí y no hay nadie que pueda eliminarla de la historia.

      Lo irracional no es tan fácilmente descartable como parece creer Lukács. El juego de la historia no sólo está hecho de razones económicas sino también —y seguramente en mucho mayor medida— de pasiones y de sentimientos colectivos. La vida social real no responde a los supuestos racionalistas; en casi toda ella hay un índice más o menos llevado de irracionalidad.

      Así, por ejemplo, las religiones tiene siempre un enorme contenido sentimental, sin que esto signifique —claro está— que sean reductibles a puro sentimentalismo.

      Algo de esto ocurre también con los patriotismos. El patriota no ama a su patria por razones cartesianas. La ama sencillamente porque la ama y porque siente la necesidad de amarla y de sacrificarse por ella.

      Â¿Y qué diremos del arte y de todo ese inmenso y vago campo que se suele llamar la cultura? Ferrater Mora aventura la opinión de que en toda cultura hay un fondo de motivos de carácter irracionalista.

      Nadie puede desconocer que en Euskadi se vive hoy en una enorme tensión emocional y esto por muchas causas en las que no voy a entrar aquí.

      La cuestión suscitada en torno a la matriculación en un curso público e intensivo de euskara de varios policías es un ejemplo muy actual y un síntoma de esta situación de fondo. El tratamiento de la lengua es, aquí precisamente, uno de los puntos en que con mayor intensidad se condensan hoy las pasiones colectivas. Pero, además, en este asunto hay mucho más que la lengua.

      Estas cuestiones no pueden ser tratadas cartesianamente como parece que algunos quisieran. Hay que sentirlas y sólo sintiéndolas se las puede entender. Sentir es aquí el único medio de inteligir.

 

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