Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Libertad de voto en el referéndum

 

El Diario Vasco, 1986-02-10

 

      Un referéndum difiere esencialmente de cualquier otra forma de actuación del cuerpo electoral. Mientras que en las votaciones ordinarias se trata solamente de elegir representantes del pueblo —democracia indirecta o representativa— en el referéndum se les ofrece a los ciudadanos la posibilidad de expresarse sobre una cuestión concreta, aunque no sea más que a título consultivo democracia semidirecta. Si el referéndum fuese jurídicamente vinculante la cosa sería aún más significativo: podría y debería hablarse ya de democracia directa, lo cual no es, evidentemente nuestro caso.

      A nadie se le escapa, sin embargo, el carácter excepcional y singularmente importante de una consulta de este género.

      Se dirá que en el referéndum el voto de cada ciudadano está destinado a perderse en una masa de muchos millones de votos y que su peso resultará prácticamente nulo. No obstante, para mí misma, mi propio voto tiene una importancia decisiva, ya que debo votar en conciencia, y más tarde, ante la marcha de los acontecimientos, deberé alegrarme o arrepentirme de haberlo hecho de una u otra manera, en una cuestión de tamaña importancia, que afecta a la vida de nuestros hijos y de nuestros nietos.

      Del «sí» o el «no» que demos ahora puede depender en efecto el que dentro de un cierto tiempo, nuestro país se vea invadido por rusos o por americanos y bombardeado nuclearmente, o que —por el contrario— pueda permanecer relativamente al margen de la guerra.

      Se trata pues —repito— de votar en conciencia, de acuerdo con los criterios y opiniones que cada uno haya podido formarse. En esta espontaneidad radica precisamente el valor y la utilidad del referéndum: que las gentes puedan expresar, con toda naturalidad, y sin coacciones de los partidos, su propio sentir sobre la cuestión gravísima que tanto va a afectarles.

      Votar ciegamente, por simple disciplina de partido, no me parece aceptable y menos aún que los partidos quieran imponer esta disciplina a sus militantes y a sus votantes habituales.

      Los partidos han tenido ya ocasión de hacer valer su opinión pro-atlantista, casi por unanimidad, en el Parlamento. Ahora ha llegado nuestro turno.

      Que nos dejen pues actuar en paz y en libertad, de acuerdo con nuestras propias ideas, con nuestros temores, con nuestras esperanzas, o incluso —¿por qué no?— con nuestras simpatías y antipatías.

      Sólo de esta manera llegará a haber un verdadero referéndum, una auténtica consulta al pueblo.

      Y que el Gobierno cargue luego con sus propias responsabilidades.

 

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