Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Septiembre de 1953. Reuniones y declaraciones episcopales

 

Documentos, 15 zk., 1954

 

      A fines de septiembre la expectación llega al máximo al saberse que el Nuncio en París, Monseñor Marella, estaba celebrando importantes conferencias con los Arzobispos y Obispos franceses, en Toulouse y Burdeos y que en ellas el tema de los sacerdotes obreros había sido objeto de una exposición muy minuciosa por parte del representante del Papa, expresando el deseo de que los sacerdotes obreros fuesen destinados a otras tareas. Estas conferencias culminan en la del día 23 de septiembre, que tiene lugar en París, y de la cual no se publica tampoco ninguna referencia oficial.

      La agencia «France-Presse» difunde, sin embargo, a primeros de octubre la noticia de que a la reunión de París habían concurrido veintiséis dignatarios de la Iglesia —entre ellos los Cardenales Liénart y Feltin y el Arzobispo de Marsella, además de los superiores de varias Ordenes religiosas— y que el Cardenal Feltin y algunos otros de los Prelados asistentes habían expresado su deseo de que los propios Obispos franceses fuesen autorizados para examinar el conjunto del problema y para adoptar las resoluciones necesarias, tendentes a rectificar, en caso necesario, el estatuto de los sacerdotes obreros.

      El 25 de septiembre un comentario del P. Gabel subraya esta misma idea, diciendo que corresponde a los Obispos franceses «hacer el balance» de la experiencia y que «lo hacen con una adhesión total a la Santa Sede y con un sentido agudo y paternal de nuestros problemas misioneros. La línea de conducta del Santo Padre consiste precisamente en considerar a los Obispos como los pastores del rebaño que el Santo Padre les ha confiado».

      Cierta susceptibilidad característica en relación con la libertad de acción de la Jerarquía nacional no alcanzará su más aguda manifestación hasta principios del año 54; pero como resultado de todas estas noticias, rumores y comentarios se extiende una impresión pesimista sobre el porvenir de la empresa iniciada por el Cardenal Suhard.

      La mayor parte de la opinión se encuentra desorientada. Algunos de los detractores de los sacerdotes obreros llegan a afirmar, con no oculta satisfacción, que muchos de dichos sacerdotes se han dejado seducir por los ideales marxistas. «L'Humanité» intenta presentar ese supuesto como una real victoria del comunismo sobre la Iglesia. «Paris Match» escribe, demasiado a la ligera, que desde 1949 el Vaticano consideraba a los sacerdotes obreros como «marxistizados hasta la médula» y mientras otros periódicos se expresan con análoga ligereza, los que son hostiles a la Iglesia aprovechan la ocasión para atacarla en los puntos que ellos juzgan más débiles de su actitud social. Por otra parte, voces simpáticas se dejan oír aquí y allá recordando los méritos contraídos por los sacerdotes obreros y los beneficios que su apostolado ha producido, al quedar claro, gracias a su intervención, que la Iglesia no es la aliada del capitalismo contra los trabajadores.

      La frase «se puede condenar una solución si es falsa pero no se puede condenar un problema» —frase debida a una destacada personalidad religiosa— muestra hasta qué punto la necesidad de atender las inmensas necesidades del mundo obrero obligará a la Iglesia a permanecer atenta a la angustia material y espiritual de esas masas desdichadas.

      En esta situación, el Cardenal FELTIN toma la palabra el 27 de septiembre, con ocasión de una conferencia a un grupo de sacerdotes ejercitantes, para abordar con toda claridad el problema de los sacerdotes obreros. Sus precisiones son de un alto valor para juzgar con seguridad sobre los puntos más delicados de la cuestión, como son, por ejemplo, el carácter sacerdotal de la misión, el error de querer posponer la acción espiritual a la transformación de las estructuras temporales, el sofisma de las dos Iglesias, los equívocos en torno a la caridad, la justicia y la lucha de clases (el sentido cristiano de esta lucha de clases que es, para nosotros, un hecho, pero no algo que se nos impone con el carácter ineluctable que el materialismo dialéctico quiere conferirle) y, en fin, el pretendido conflicto entre la obediencia y el profetismo (la sumisión a la Jerarquía y la vocación particular a la que cada apóstol se siente llamado por Dios). La última parte de esta conferencia se refiere a la necesidad de sacerdotes, de buenos sacerdotes plenamente eficientes en todos los aspectos de su misión.

      [Conferencia]

      Un corto comunicado de Mons. RICHAUD aparecido el 25 de septiembre en «La Aquitania» de Burdeos, invitará también a los católicos a ponerse en guardia contra ciertas actitudes peligrosas respecto a la Iglesia. Scylas y Caribdis se nos presentan ahora por todas partes invitándonos a caer en un puro progresismo sin rumbo ni base permanente o en un inmovilismo carente de todo sentido vital. Equívocos semánticos y confusiones verbales encubrirán y protegerán desviaciones profundas, sea hacia un extremo sea hacia el otro. Algunos querrán transformar la ciudad de Dios en una ciudadela, otros pretenderán servir a la Iglesia oponiéndose a sus designios, muchos confundirán el movimiento obrero con radicales prejuicios de clase. La literatura moderna, que se dirige a un público hipersensibilizado, tendrá que usar todos los artificios de un lenguaje hábilmente retorcido contra sí mismo, para producir impresión en sus lectores, creando así un clima de equívocos fundamentales...

 

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