Carlos Santamaría y su obra escrita

 

La aguja magnética

 

El Diario Vasco, 1957-07-21

 

«Muchos libros serían más claros si no hubieran querido ser tan claros». — (Kant. Prefacio de la primera edición de la Razón Pura.)

 

      Â«Hubo un tiempo en que se llamó a la metafísica la reina de todas las ciencias... y con justicia mereció tan glorioso nombre. Los vientos que ahora corren son muy contrarios a ella; por todas partes se ve el desprecio en que se la tiene y la matrona, rechazada y abandonada, gime como Hécuba».

      Estas palabras, escritas por Kant en 1781, en el prefacio de la primera edición de su «Crítica de la razón pura», tienen hoy tanta o más aplicación que entonces. El descrédito de la metafísica es un hecho que han de reconocer hasta sus más ardientes defensores. Las aulas de ciencia experimental se ven repletas de alumnos mientras las cátedras de ontología cuentan con muy escasa clientela.

      Las afirmaciones de la metafísica resultan tan generales y, en cierto modo, tan vagas, que el hombre actual, enamorado de lo concreto, no encuentra ningún interés ni ninguna utilidad en ellas. No cree posible que se pueda descender hasta la calle por una escala ininterrumpida partiendo del olimpo eterno de los principios ontológicos.

      No les falta algo de razón a quienes así piensan. La existencia no puede ser demostrada a partir de los principios universales. Y la ciencia «del ser como ser» no puede revelarnos muchas cosas importantes ni reemplazar a la experiencia existencial.

      Siempre que se discuta si se ha de empezar a construir las casas por el tejado o por los cimientos, yo estaría dispuesto a inclinarme por la segunda opinión, sin que esto signifique, en modo alguno, que no me parezca bien que las casas tengan tejado.

      En el orden lógico la metafísica es el saber primero; en el orden vital es el saber último.

      Según parece, existen, sin embargo, bastantes filósofos dispuestos a prescindir de los muros y de los cimientos y a contentarse con el tejado, lo que sin duda resulta demasiado aéreo y poco práctico.

      El menosprecio evidente con que algunos metafísicos miran las realizaciones de la ciencia experimental moderna está tan injustificado como la desconfianza de los empíricos hacia la metafísica.

      La contrafigura del positivista cerril es el metafísico etéreo.

      Es indudable que hay un salto esencial en alguna parte que impide el tránsito continuado de la certeza física a la certeza metafísica y viceversa.

      Se puede repetir una y mil veces que no hay efecto sin causa; pero a partir de eso nunca se llegará a demostrar que la aguja magnética se desvía hacia la izquierda de la corriente eléctrica y no hacia la derecha.

      La consecuencia de esto es que el hombre debe construir por ambos lados a la vez, aunque esto le obligue a vivir en permanente tensión.

      No se trata de renunciar a la primogenitura por un plato de lentejas, sino de conservar a la vez la posesión de ambas cosas: la primogenitura (la metafísica) y el plato de lentejas (la ciencia positiva experimental).

 

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