Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Novedad de la guerra

 

El Diario Vasco, 1957-10-27

 

      El problema de la legitimidad de la guerra se agudiza actualmente a causa de los descubrimientos nucleares y de su inmediata aplicación a las artes bélicas.

      Los satélites artificiales no tardaran en ser utilizados para fines guerreros. El progreso de los proyectiles dirigidos abre una nueva era en la historia de la guerra. Si sigue habiendo guerras estas no se parecerán ya en casi nada a las que el hombre ha conocido en el pretérito.

      La idea de que, en el actual contexto histórico, la guerra ya no puede ser nunca justa ni legítima se va extendiendo cada vez más. El Papa ha condenado toda guerra ofensiva o preventiva y ha dejado sólo a salvo el caso de la legítima defensa. Es preferible —ha dicho— renunciar a ciertos derechos que exponerse a provocar una catástrofe material y moral.

      En nuestro tiempo, la guerra es realmente un fenómeno nuevo con relación al pasado. Han ocurrido cosas que cambian radicalmente el planteamiento de su justicia o injusticia.

      Hay que contar, en efecto, en primer término, con la existencia de una Sociedad internacional organizada. Los moralistas atribuían a todo poder soberano la facultad de declarar la guerra para reparar un atropello. Cualquier soberano podía, de esta guisa, erigirse en defensor de la justicia.

      Pero desde el momento en que existe ya una Sociedad internacional suprapolítica, ningún Estado puede abrogarse tal derecho ni puede tampoco tomarse la justicia por su mano.

      Cuando los teólogos, desde Vitoria hasta Taparelli, se planteaban el problema de la legitimidad de la guerra no existía tampoco el servicio militar obligatorio. La guerra la harían militares profesionales y voluntarios. Hoy, en cambio, la guerra se ha hecho total. No solamente pueblos enteros son encuadrados en los ejércitos, sino que éstos se fijan objetivos de carácter económico e industrial, destrucción de vías de comunicación, centros vitales del contrario, etc. Ningún Estado Mayor puede renunciar al empleo de estos procedimientos, ya que ello equivaldría a entregarse en manos del enemigo.

      Lo más grave de todo es que las armas químicas, biológicas y atómicas son en cierto modo incontrolables. No se puede prever con exactitud su alcance ni las consecuencias funestas que el empleo de las mismas acarrearía a zonas muy extensas de la población humana.

      Estas y otras causas justifican la actitud de los que piensan que el problema de la guerra presenta aspectos nunca vistos en la historia y que las doctrinas elaboradas por los sociólogos y moralistas de otros tiempos, en las que se admitía la existencia de guerras justas y se consideraba la guerra como un instrumento jurídico moralmente aceptable, no son ya aplicables en sí mismas a la situación contemporánea.

      La guerra debe dejar de ser una institución. Queda sólo el caso de la defensa, pero éste, más que una institución, se presenta como un fenómeno vital incuestionable, tan propio de las colectividades como de los individuos.

      Tal conjunto de cuestiones sobre la novedad de la guerra contemporánea será pronto objeto de estudio por una reunión de técnicos —militares, científicos, internacionalistas y teólogos—, promovida por el movimiento católico internacional de la paz. Sólo tras un estudio minucioso cabe fijar juicios razonables en un asunto tan complicado.

 

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