Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Ideas colectivas

 

El Diario Vasco, 1957-11-10

 

      Para el hombre medio, las ideas colectivas constituyen el tejido natural sobre el cual debe vivir su vida mental. Sobre este subsuelo de lugares comunes y con estos elementos admitidos a formar parte de su ser, tiene el hombre medio que construir su propia vida personal.

      Nos encontramos, en efecto, sumidos en un mundo de creencias colectivas: en él pensamos, vivimos y aún somos. Es ilusorio querer evadirse de ese mundo hacia no sé qué paraíso abstracto. Hay que tener la sinceridad y la humildad suficiente para reconocer que una gran parte de lo que nosotros creemos nuestras teorías personales proviene de un mundo por completo exterior a nosotros mismos.

      La servidumbre respecto a lo colectivo es una consecuencia inevitable de nuestra condición carnal, y esto implica fatalmente cierto gregarismo del que el ser humano no puede deshacerse enteramente. Estamos sujetos a esa servidumbre, sin la cual no podríamos siquiera existir.

      La misma actitud de protesta y de reacción contra la previsión social procede frecuentemente de un estado de pensamiento colectivo. Se encuentran personas que se creen y se proclaman no-conformistas, siendo, en realidad, conformistas radicales, «conformistas del no-conformismo». Algunos creen liberarse del gregarismo, cuando no han hecho más que cambiar de dueño: la fenomenología sociológica podría decirnos muchas cosas interesantes a este respecto.

      Pero es evidente que se puede y que se debe juzgar el valor de la creencia colectiva desde el punto de vista de la razón e incluso desde el punto de vista de la fe. Es decir, que se puede hablar de verdad y de falsedad refiriéndose a ella.

      No estamos enteramente condenados al gregarismo, porque si así fuese, no seríamos libres, no seríamos hombres. Tenemos conciencia de que nos es posible juzgar a este mundo colectivo, e incluso oponernos a él y hasta transformarle, aunque esto sea ordinariamente el trabajo de varias generaciones de hombres y, generalmente, de hombres extraordinarios. Aquí comienza nuestra actitud propiamente moral, es decir, racional y libre. Tenemos, en consecuencia, la posibilidad y hasta el deber de tamizar las creencias colectivas, de apartar de nosotros las que juzgamos falsas, de combatir contra ellas. Este es el principio motor del no-conformismo.

      La creencia colectiva representa de todos modos una especie de fuerza de inercia contra la cual no se puede luchar sin un esfuerzo enorme. Los utopistas son precisamente gentes que han olvidado esto, que han creído que se puede conducir la Sociedad hacia cualquier ideal de vida común y que han pretendido maniobrar esta inmensa mole como si se tratase de una ligera pluma.

      Debemos también luchar para repersonalizar las creencias colectivas que estimamos humanas. Ellas tienen un origen humano: antes de ser creencias colectivas han sido verdades individuales, es decir, experiencia, razón, e incluso fe. Son capaces de hacerse de nuevo humanas, de «rehumanizarse», por decirlo así, al dominio personal de donde proceden.

      Como ha visto bien Ortega y Gasset, lo colectivo es como una realidad intermedia entre las vidas personales. Viene del hombre singular y a él retorna. Su verdadero papel, su naturaleza, es al de utensilio, instrumento, vehículo. Hay que concebirlo, por tanto, como un aparato puesto en principio a nuestro servicio, pero que puede, por desgracia, como tantos otros, transformarse en un instrumento de aniquilación o de empobrecimiento de la persona.

      La correcta utilización de las creencias colectivas debe responder a una técnica moral muy fina y depurada.

 

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