Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Pintores abstractos (I)

 

El Diario Vasco, 1959-12-27

 

      Discutíase hace unos días en una tertulia donostiarra a propósito del poema «Euskaldunak», de Orixe, sobre si el vasco tiende o no, en sus manifestaciones literarias, a ocultar sus íntimos sentimientos y estados de alma. Alguien citó, oponiéndose a la tesis negativa, el caso de don Miguel de Unamuno, diciendo de él que era un impúdico terrible en esto de expresar sin rebozo sus situaciones anímicas. A lo que otro contestó que «vaya usted a saber si don Miguel decía la verdad acerca de sus sentimientos o los fingía para causar impresión».

      Sea de ello lo que quiera —pues no entraremos aquí a dilucidar el caso personalísimo del angustioso vizcaíno— yo me quedé en la duda respecto a la cuestión discutida, pensando más bien —con esta lamentable «razón analítica» que es mi cruz a cuestas— que en todo pueblo hay de todo y que el generalizar es «generalmente» una mala costumbre. (Los tontos que esto decimos y repetimos no caemos en la cuenta de que no hacemos otra cosa que generalizar también nosotros y de que no hay guapo que no lo haga a poco que hable).

      El caso es que terminada la reunión y despedidos unos de otros los contertulios, me fuí a ver una Exposición de pintores abstractos, vascos la mayor parte de ellos (y algunos de pura cepa) y allí me encontré con el mismo problema elevado a la quinta potencia. ¿Son sinceros estos artistas? ¿Hay un contenido «real» —palabra atroz por todos conceptos— en su «mensaje»?

      Hace falta un impudor extremo en mí para que yo, que en mi vida he cogido un pincel ni siquiera un lápiz de dibujo —como no sea para trazar formas estricta y rigurosamente geométricas—, me atreva a exteriorizar mi opinión favorable a los pintores abstractos y hasta a decir que comulgo con algunos de ellos en cuanto al contenido «real» —perdón— de su obra de arte.

      Me propongo exponer con una sinceridad brutal algo sobre este punto, con la pretensión de estar seguro de haber entendido lo que diga, cosa menos frecuente de lo que parece, pues, a mi juicio, muchos de los que hablan o escriben, no sólo no están seguros de lo que dicen, sino que ni siquiera lo entienden, ni saben lo que quieren decir, ni a cuenta de qué lo dicen, y se les pondría en un aprieto si se les pidiera que lo explicasen.

      A mayor abundamiento si de pintura abstracta se trata, pues en esto yo creo que casi todos estamos ayunos, y los propios pintores más que nadie, en lo cual no hay mal, pues su misión de pintores les exige permanecer mudos, que «a callar se ha dicho cuando de pintura se trata, y que la obra de arte se explique por sí misma».

      Pero, como el humilde servidor de Doña Violante, recuerdo ahora que «catorce versos dicen que es soneto» y que mis «Aspectos» tienen también su módulo o mensura, por lo que, sin haber dicho nada, se me ha ido ya a paseo la posibilidad de escribir acerca del tema en lo poquísimo que me resta de espacio.

      En vista de ello y puesto que realmente tengo, o creo tener, algo que decir sobre «pintores abstractos» —en serio que lo creo—, he decidido añadir un número 1 (romano) a la derecha del título, lo que significa que detrás de este artículo vendrá otro en el que todo se explicará. Y asunto terminado, por hoy.

 

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