Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

La concordia

 

El Diario Vasco, 1960-07-24

 

      La idea de «concordia» juega un papel esencial en la definición agustiniana de «paz». La paz es para San Agustín una «ordinata concordia», es decir una unión de corazones que se dirige a la realización de un buen fin.

      Ahora bien, esta idea de «concordia», tan bella, tan atrayente, desprecia hoy, en la gente, una manifiesta desconfianza. El hombre moderno se pone en guardia contra las exaltaciones románticas, más propias para ser traducidas en poéticos himnos que en prácticas realizaciones. Los elocuentes discursos, los cánticos a la amistad y las sublimes proclamas de amor, se hallan enteramente desacreditadas hoy. En suma, los pueblos se han hecho calculadores y exigentes y la vieja palabrería diplomática resulta contraproducente frente a esa actitud.

      Para reforzar la noción de paz, a la que antes me he referido, haría falta, entre otras cosas, dar a la palabra «concordia» un contenido efectivo, no puramente sentimental: un contenido científicamente comprobable.

      La concordia, ¿cuando realmente existe, se traduce en fenómenos verificables, de la misma manera que el perfecto ajuste de un mecanismo se manifiesta en una especie de armonía de fuerzas físicas.

      En el funcionamiento de todo grupo o de comunidad humana existen forzosamente tensiones interiores, fricciones y rozamientos que dan lugar a una especie de trabajo pasivo y por tanto a un consumo inútil de energía. Pero esta pérdida de energía puede ser mayor o menor según el estado de concordia o de discordia real existente en el interior del grupo.

      La máxima concordia corresponde a la máxima efectividad: la paz, es decir una verdadera paz —según el concepto agustiniano— es, por esa, eminentemente constructiva.

      Cuando las voluntades chocan unas con otras, cuando los hombres son llevados a la fuerza allí donde no quieren ir, la discordia latente se manifiesta en toda clase de resistencias pasivas. El fenómeno lo mismo puede darse en una sociedad organizada autoritariamente que en una democracia en descomposición y en ningún caso escapará a la observación de un buen sociólogo.

      Otro tanto podría decirse de las relaciones entre los pueblos. Sólo cuando estas relaciones se traduzcan en la adición de esfuerzos y en la realización de obras positivas, podrá decirse que son cordiales y pacíficas.

      En cualquier caso la concordia es una unión libre de corazones: en la concordia no se actúa por imposición sino por iniciativa de la propia voluntad o bajo la influencia de una voluntad extraña libremente aceptada.

      Cuando, quebrada la resistencia del adversario, se llega a fabricar una especie de unanimidad artificial, se está aún lejos de la verdadera concordia. Ganarse las voluntades es una empresa mil veces más difícil que avasallarlas. Por eso la creación de la verdadera paz es tan trabajosa y se dá tan pocas veces dentro del panorama histórico de la Humanidad.

 

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