Carlos Santamaría y su obra escrita

 

A prueba de bomba

 

El Diario Vasco, 1966-04-03

 

      Un sabio atómico, el profesor Alastair Fr. Buchan, expresaba, no hace mucho tiempo, sus inquietudes fundamentales respecto del problema de la paz mundial en los momentos actuales.

      Su primera observación es la de la radical inseguridad del actual sistema de equilibrio nuclear. Las armas atómicas están ahora en manos de unos pocos hombres suficientemente responsables y clarividentes para tratar de evitar una catástrofe de la que nadie podría salir victorioso. Es el equilibrio del terror, si se quiere, pero, al fin y al cabo, una forma de equilibrio como otra cualquiera. Buchan advierte, sin embargo, que el poder atómico puede caer en cualquier momento en manos de extremistas, de vesánicos, de verdaderos locos dispuestos a correr el riesgo de una aniquilación universal con tal de satisfacer sus odios. Frente a este género de hombres el «arma disuasiva», es decir, la amenaza de un contra-ataque nuclear cierto, no tiene apenas valor ni eficacia. ¿Qué recurso quedaría entonces para detenerlos?

      En segundo lugar, la proliferación de las armas atómicas es ya un hecho casi inevitable. A pesar del sigilo con que los actuales Estados nucleares tratan de guardar sus secretos científicos, los investigadores de otros países no han de tardar en descubrir los caminos por los que han transitado sus colegas americanos o rusos. Es casi seguro que dentro de cinco años haya una docena de Estados armados nuclearmente. Ahora bien, la gran probabilidad de este supuesto obliga a los técnicos de las dos grandes potencias nucleares a multiplicar sus investigaciones para inventar nuevas armas destructoras, mucho más poderosas todavía, a fin de no quedarse retrasados en esta terrorífica competición.

      El peligro de proliferación acelera, por tanto, la carrera de los armamentos, y exige el empleo de gigantescos recursos económicos que la Humanidad necesitaría para resolver sus necesidades materiales cada día mayores por causa del crecimiento de la población.

      Se calcula, por ejemplo, que hoy se gastan en el mundo diez mil millones de pesetas diarias en armamento.

      El precio de la paz armada resulta pues astronómicamente caro y se está pagando con la miseria y el hambre de una gran parte del género humano.

      El peligro mayor que implica la situación actual es el de la velocidad que la técnica moderna imprime a los acontecimientos históricos. En una época como la nuestra la eventualidad de una guerra nuclear puede desatarse bruscamente, inesperadamente, con la velocidad del rayo, por causa de un simple accidente, de un error, de una simple equivocación en los mandos. Para evitar este peligro, los Estados mayores tienen tomadas medidas sumamente rigurosas. ¿Pero quién nos asegura de que, a un momento dado, estas precauciones no resultarán fallidas?

      Como verá el lector, el panorama que se presenta a nuestra generación y a la de nuestros hijos no es nada halagador. El fin del mundo, por lo menos del mundo civilizado, no debe ser mirado ya como un acontecimiento apocalíptico lejano. Puede decirse, al contrario, que es una posibilidad relativamente cercana, un peligro inminente que está llamando a nuestras puertas. Y, sin embargo, esta misma terribilidad de nuestra situación es la que nos da mayor esperanza. Cuando las cosas van muy mal, cuando todo parece estar a punto de hundirse, es precisamente cuando suele surgir el acontecimiento salvador. La historia no va a detenerse sin más ni más. Hay un poder que juega en todas las cosas y que parece garantizar el porvenir de la Humanidad, aún en las situaciones aparentemente más absurdas e insolubles.

      Para los creyentes este poder se llama Providencia. Designio de una Inteligencia superior que realiza un plan infinitamente razonable y sabio. Para los no creyentes ese mismo poder se llama «instinto de conservación Universal», «dialéctica de la Historia, o cualquier otra cosa por el estilo».

      En todo caso, el hombre de hoy no parece haber perdido su fe en la vida. Cuanto más angosta y tenebrosa es la boca del túnel, tanto más prometedora y luminosa puede resultar la salida.

      Optimismo pues para las nuevas y jóvenes generaciones. Verdadero optimismo «a prueba de bomba».

 

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