Carlos Santamaría y su obra escrita

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Los lugares comunes

 

El Diario Vasco, 1966-08-21

 

      El presente ensayo de libertad de prensa ha puesto de manifiesto la enorme importancia que en este momento, y en el conjunto de nuestra sociedad, tienen esas figuras de pensamiento que suelen llamarse los «lugares comunes». Es decir, los tópicos, las frases hechas y los sistemas de ideas prefabricados, con los que se habla y se argumenta en la vida corriente.

      El fenómeno a que aludimos —el abuso del tópico— revela a mi entender un estado de anquilosamiento de la opinión pública, que si bien no puede extrañar a nadie a estas alturas, debiera ser cuidadosamente analizado y combatido.

      Claro está que existen lugares comunes para todos los gustos. Lo hay «de derechas» y «de izquierdas». Los hay en el terreno religiosos y en el terreno económico. Y en el político y en el intelectual.

      Ahí está, por ejemplo, la discusión entre católicos progresistas y católicos reaccionarios o integristas. De unos años a esta parte ambas familias de espíritu se afrontan lastimosamente. Y digo lastimosamente no porque me choque el afrontamiento de ideas entre cristianos, sino por la carencia de ideas nuevas que este mismo diálogo pone al descubierto.

      Sus revistas y semanarios reproducen con escasa variación los mismos lugares comunes de hace veinticinco años. Muchas veces uno no necesita leerlas después de vistos los titulares, porque se sabe de antemano la postura que cada una tomará en este o aquel asunto.

      Otro tanto puede decirse de las polémicas sobre el futuro político español, o sobre el centralismo, o acerca de la Universidad, o de las lenguas minoritarias, o de los sindicatos y tantas otras. En todos estos terrenos los tópicos abundan y perjudican gravemente el desarrollo de nuevas y sinceras posturas frente a un mañana próximo.

      Demasiadas posiciones están ya tomadas. Los supuestos de que se parte y que son aceptados como axiomas o verdades elementales, nadie está dispuesto a dejárselos arrebatar. Se les atribuye un carácter definitivo y fundamental. Todo esto es un signo de agarrotamiento mental el cual resulta perfectamente explicable por razones históricas obvias.

      En el fondo, de lo que se trata es de no pensar. De no aceptar la existencia de problemas que no figuren ya en el propio problemario. Porque el lugar común es el escudo máximo de la ignorancia, de la pereza y del sectarismo.

      La ciencia no hubiera progresado jamás, ni se hubiera hecho nunca ninguna revolución, ni la moral hubiese dejado de ser pura rutina, si algunos hombres, más o menos heroicos, no se hubieran revelado contra la tiranía del lugar común.

      Colón no hubiera descubierto América contentándose con aceptar, como tantos otros, el lugar común del «non plus ultra». Ni se hubiera podido conocer la mecánica de los fluidos si los físicos del siglo XVI no hubiesen rechazado el famoso principio de que «la naturaleza aborrece el vacío». Ni —pasando a otro hecho histórico mucho más reciente— el Concilio Vaticano II hubiese tenido nunca lugar sin que un Papa dejase de pensar por lugares comunes.

      Las mismas paradojas evangélicas las bienaventuranzas, por ejemplo, ¿qué son sino a manera de antídotos contra ese veneno del lugar común que adormece a las almas?

      Podríamos citar multitud de ejemplos de tópicos actuales. Pero no hace falta. Basta coger una publicación cualquiera para encontrarlos a docenas, saltando de entre las líneas.

      Es algo peligroso el querer denunciar algunos de esos tópicos vigentes, porque han llegado a adquirir un carácter semisagrado. El espíritu crítico tropieza siempre con inquisidores y la máxima inquisición de todos los tiempos es el conformismo colectivo que no tolera que nadie se salga del carril común.

      Un escritor francés ha publicado «Exégesis de los nuevos lugares comunes». Es una tarea muy comprometida y creo que nadie se arriesgaría a hacer aquí otro tanto. «Denunciar la estupidez de ayer es siempre fácil y cómodo. No así denunciar la estupidez de hoy, la que tenemos delante de los ojos» —decía el jabalí Léon Bloy.

      Pero hay algo que sí está al alcance de cualquiera y que en cierto modo constituiría una tarea útil para todos nosotros. Ese algo consiste en esforzarse por descubrir y combatir los propios tópicos, aquellos en que uno mismo ha vivido o vive sumergido.

 

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