Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Masas católicas

 

El Diario Vasco, 1966-08-28

 

      Los factores religiosos han influido siempre en la vida política, pero los modos de intervención de las iglesias y confesiones en ese terreno han ido modificándose en el transcurso del tiempo. Han ido cambiando de aspecto en todo lo que va de siglo y de modo especial en los últimos veinte años.

      Las iglesias se muestran ahora mucho menos intervencionistas en lo que afecta a las competiciones electorales, pero van tomando posiciones cada vez más decididas sobre los problemas de la moral social» —ha escrito recientemente el historiador André Latreille.

      La incidencia entre lo espiritual y lo temporal se realiza, por tanto, en el terreno de las ideas, más que en el de los acontecimientos políticos.

      Esto no significa, sin embargo, que el elemento religioso, como otros diversos factores sociológicos, no ejerza una influencia importante en relación con el sufragio electoral. El fenómeno a que aludimos es, por decirlo así, automático, e independiente, en la mayor parte de los casos, de la voluntad de los dirigentes confesionales.

      Una experiencia reciente —el sondeo efectuado por el Instituto francés de la opinión pública, sobre la masa de votantes de las últimas elecciones presidenciales— aprueba de modo evidente la efectividad de esa influencia.

      Se observa que los distintos sectores del cuerpo electoral han votado Lecanuet, Mitterrand o De Gaulle, precisamente en función de sus posiciones religiosas. Según los datos obtenidos por procedimientos enteramente científicos, resulta que las personas que profesan y practican regularmente un credo religioso han votado a De Gaulle en un 66 por 100 y sólo en un 8 por 100 a Mitterrand (el resto vota a Lecanuet o a otros candidatos). Las que practican su creencia de modo irregular se reparten en la proporción de 49 por 100 para De Gaulle y 31 por 100 para Mitterrand. Los electores que declaran pertenecer a una confesión religiosa pero no practicarla se inclinan en proporción todavía menor hacia De Gaulle: 37 por 100 para el general y 49 por 100 para su contrario Mitterrand. Finalmente, las personas sin religión, es decir, las que se declaran netamente aconfesionales, dan un 18 por 100 de votos a De Gaulle y un 72 por 100 a Mitterrand.

      A la vista de estos datos puede afirmarse que De Gaulle ha arrastrado los votos del hombre religioso francés y que muy reducidos sectores del cristianismo practicante han apoyado a la izquierda. En el fondo las cosas están, pues, como estaban, entre derechas e izquierdas. El católico en general se va a la derecha y se opone a todo lo que sea revolución o cambio de estructuras sociales.

      Una vez más se ha descubierto una extraña e inconveniente coincidencia entre las ideas conservadoras y la práctica religiosa.

      Y digo «extraña e inconveniente» porque en realidad el evangelio no tiene nada de conservador y porque mientras no se supere esta famosa colusión el catolicismo seguirá siendo visto en el mundo como un freno y no como un fermento espiritual.

      Hay quien afirma que en Francia la postura izquierdista de Mitterrand está mucho más cerca de las enseñanzas pontificias actuales que la de De Gaulle. Así, por ejemplo, mientras la «Mater et Magistra» afirma que «la dignidad del ciudadano viene de que el mismo es el primer responsable de la conducta de los asuntos públicos», De Gaulle defiende el poder personal a ultranza. «Para los franceses no se trata de escoger su porvenir. Se trata de escoger la persona a la que confiarán este porvenir durante cierto número de años» —ha dicho el general.

      La misma oposición entre la postura de De Gaulle y las doctrinas conciliares encuentran algunos comentaristas, en otras muchas cuestiones, tales como, por ejemplo, la paz, el armamento atómico, el orgullo nacional y las estructuras económico sociales.

      Y, sin embargo, el hecho es que «la masa católica» practicante se ha ido en bloque con De Gaulle. Y esto nadie puede negarlo.

      Cabe, pues, preguntarse hasta qué punto esa masa ha asimilado el nuevo espíritu de la Iglesia. ¿Vive de las esperanzas puestas por el Concilio en una transformación del mundo, en un espíritu de justicia renovado y profundo? ¿O, por el contrario, se halla más bien entregada a la conservación de un cómodo vivir, insensible a las exigencias de la justicia social dentro y fuera de su propio país?

      No me parece posible dar a esta cuestión una respuesta enteramente favorable.

      La masa católica en Francia, como en España, como en otras muchas partes, sigue funcionando como masa y no parece haber captado las exigencias de una actitud evangélica en el actual momento histórico.

 

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