Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Degollación de inocentes

 

El Diario Vasco, 1966-09-04

 

      El Ministerio de Educación Nacional tiene planteados muchos problemas y hace, sin duda cuanto puede para ir resolviéndolos paulatinamente. Últimamente se han multiplicado las facilidades para que los alumnos de grado superior suspendidos en algunas asignaturas puedan ser «repescados» lo más rápidamente posible, mediante pruebas suplementarias. En realidad, muchos alumnos podrán disponer de tres exámenes anuales en lugar de dos, como hasta ahora.

      Los alumnos —y, naturalmente, sus padres— se quejan del elevado número de suspensos. Se atribuye a los examinadores una ferocidad caligulesca, o más bien herodiana, en el ejercicio de estas periódicas degollaciones.

      Y, sin embargo, hay que decir que en la mayoría de los casos los profesores son demasiado benignos en el momento de juzgar a sus alumnos.

      Un examinador tiene delante un programa y un alumno. La ley le impone este programa y su función consiste en comprobar si el alumno lo domina o no. Digamos, para no faltar a la verdad, que la respuesta es casi siempre «no». En tal caso el examinador tiene el deber de suspender. No se trata de mostrarse simpático o antipático, duro o blando, sino simplemente de hacer constar la ecuación o la inecuación existente entre la masa de conocimientos adquiridos por el alumno y la que la ley dice que se le debe exigir.

      Algunos responden a esto que si los alumnos no pueden dominar los programas, éstos deberán ser aligerados para ponerlos a su altura. Ahora bien, esto es en la mayor parte de los casos, manifiestamente imposible.

      En ciertas asignaturas científicas los programas no sólo no pueden ser aligerados, sino que a la lista de los avances acelerados que hoy padece la especie humana, habrá que pensar en la necesidad de complicarlos todavía más.

      Muchas materias nuevas que el progreso va poniendo continuamente en circulación deberán ser forzosamente incorporadas a la enseñanza en los próximos años.

      La legislación exige que la fabricación de un ingeniero se realice en un plazo de cinco cursos. Dado el número de cosas que un ingeniero moderno digno de este nombre debe conocer, las autoridades académicas se ven obligadas a acumular o condensar las enseñanzas dando lugar a veces a comprimidos docentes de muy difícil digestión.

      Un ejemplo de esto que decimos lo constituye el «álgebra moderna», que es todo un nuevo lenguaje inventado e introducido en la ciencia en estos últimos veinticinco años. Para que este lenguaje pudiera ser asimilado correctamente haría falta que el alumno empezase a utilizarlo desde los primeros años del bachillerato, lo que requeriría un gran número de profesores de grado secundario formados en el nuevo sistema.

      En Bélgica, por ejemplo, el profesorado científico de segunda enseñanza está siendo «recyclé» o puesto al día, a marchas forzadas. Pero en general hay poco que esperar de un trabajo tan apresurado y superficial.

      Además, los programas actuales son una mezcla de lo antiguo y lo moderno o, más bien programas antiguos con salpicaduras modernas, ya que la incorporación de la nueva matemática a la enseñanza no ha podido ser realizada todavía de modo completo.

      Así se da el caso de que se enseñan conceptos y métodos nuevos que permitirían resolver determinados problemas de modo más simple, pero a la hora de tratar estos problemas las soluciones se explican por los métodos antiguos, sea porque los libros no estén todavía a punto o porque el profesor no se haya enterado aún de las nuevas posibilidades. Con todo lo cual en la cabeza del alumno en general bastante poco dispuesto al esfuerzo, se organiza una resaca de conocimientos aparentemente contradictorios e inútiles que no tiene nada de pedagógico.

      Será muy difícil poner remedio a estas anomalías hasta que las nuevas concepciones docentes hayan sido totalmente asimiladas. Pero es de temer que para cuando esto ocurra habrán surgido nuevas teorías que obligarán a una nueva modernización.

      En resumen, la culpa de los suspensos no la tiene nadie. La tiene únicamente el progreso demasiado rápido de las técnicas y de los conocimientos humanos. Y esta velocidad despiadadamente vertiginosa que va adquiriendo la historia en el momento crítico que nos ha tocado vivir.

 

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