Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Federalismo

 

El Diario Vasco, 1966-10-02

 

      El federalismo es una de las ideologías más imperfectamente conocidas entre nosotros.

      Cuando se habla aquí de Europa, se piensa casi exclusivamente en el Mercado Común; y se considera a éste como una cuestión de interés puramente comercial, como una simple válvula de expansión de nuestras presiones económicas.

      Sin embargo, el federalismo va —o pretende ir— mucho más lejos que todo eso, ya que el Mercado Común no es, desde su punto de vista, sino un primer paso hacia una realización profunda y auténtica del hombre europeo.

      Es cierto que los federalistas están atravesando un mal momento, sobre todo a causa de la política de «grandeur» de De Gaulle, quien se complace en resucitar ahora —un poco a destiempo— los viejos mitos del patriotismo jacobino y bonapartistas, puestos a la escala de la era atómica.

      Pero son muchos los que esperan que esta crisis no tardará en ser superada. La doctrina federalista sigue en pie y constituye aún una esperanza —quizás la única verdaderamente seria— para el futuro de los pueblos de Europa.

      Notemos que el federalismo no es solo un sistema político destinado a trascender la antinomia de los Estados soberanos y el inviable hermetismo de las fronteras. El federalismo integral es una verdadera dialéctica de la convivencia humana.

      Dentro de la concepción federalista toda construcción auténticamente social se asienta sobre una cooperación entre personas libres y responsables. La verdadera obra humana no nace de la imposición ni del autoritarismo: es fruto de una colaboración entre hombres o entre comunidades que han acertado a superar la antítesis del «yo» y el «otro».

      Esta filosofía lo mismo puede ser aplicada a la familia, al municipio y a la empresa, que a la sociedad internacional: federalismo y cooperativismo son en el fondo una misma idea, a condición de que ambos sean debidamente generalizados.

      La idea federalista ha nacido en el campo de la política; la idea cooperativista en el mundo del trabajo, pero ambas convergen cuando se las universaliza.

      El federalista, como el cooperativista, desea ver en toda clase de construcciones humanas estos cuatro elementos que otros sistemas tienden más bien a disociar: «Autonomía, competencia, iniciativa y responsabilidad». La idea federalista es, por tanto, la idea antípoda del autoritarismo y del totalitarismo. Parte del reconocimiento de la personalidad propia no sólo de los individuos, sino también de las comunidades naturales de todo orden. Las esferas superiores no deben interferir en el dominio de las esferas inferiores, como no sea para sostenerlas y suplir sus propias carencias (principio general de la subsidiaridad).

      Así la idea federalista aparece como un germen de riqueza interior y no como una causa de disgregación o de descomposición. La variedad favorece la fecundidad y el intercambio libre entre hombres y pueblos libres es la mejor garantía de prosperidad para todos.

      Esta descripción superficial bastará quizás para mostrar al lector que el federalismo implica un modo de pensar, una concepción de la vida social, radicalmente incompatibles con la idea centralista y unitarista del Estado típicamente liberal.

      La revolución francesa trató de apisonar la totalidad del suelo europeo, intentando destruir unidades naturales de todo orden, consideradas como hierbecillas incómodas, para que el árbol gigante del Estado pudiese crecer a sus anchas.

      El federalismo hace renacer ahora todas esas realidades postergadas, de la vida municipal, comarcal y regional y aportar con ello una ola de frescor y de esperanza una nueva vida a la política europea.

      Será difícil, por no decir imposible, que España pueda entrar a fondo en el concierto europeo mientras no supere la concepción estatista y la reemplace por otra más conforme con su propia multiplicidad interior.

 

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