Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Tercer Mundo

 

El Diario Vasco, 1967-12-03

 

      Si se examina en este momento la situación general del problema del subdesarrollo en el mundo, las conclusiones a que se llega son bastante poco optimistas. En primer lugar la ayuda mundial a los países subdesarrollados es, sobre todo en su aspecto económico, marcadamente insuficiente y sumamente lenta. Puede decirse que no sólo no se progresa hacia la solución, sino que incluso se acusa un retroceso relativo.

      Según informes técnicos leídos en la «conferencia de los setenta países» —los países del tercer mundo— celebrada en Argel en agosto último, la distancia entre los países industrializados y los subdesarrollados no solamente no ha disminuido, sino que ha aumentado en estos últimos años. Además la participación relativa de los países subdesarrollados en el comercio mundial ha descendido sensiblemente en estos diez últimos años: del 27 por 100 que era en 1955 ha bajado al 19,9 por 100 en 1965.

      Por otra parte la deuda pública de los países subdesarrollados ha crecido mucho. Puede decirse que en este momento los países pobres están completamente entrampados, pues deben 40.000 millones de dólares a los países ricos. Durante estos últimos años han tenido que hacer frente a los intereses y servicio de amortización de las deudas contraídas y a los dividendos de las inversiones extranjeras. Se ha dicho que los dos tercios de la ayuda al subdesarrollo quedan consumidos por estos mismos conceptos.

      Así esa ayuda, que no está hecha, naturalmente, con móviles altruistas, se reabsorbe a sí misma, y viene a dejar el enorme problema casi en los mismos términos en que se encontraba.

      Como era de esperar, los países ricos no han cumplido el compromiso contraído en Ginebra en 1954 de transferir el uno por ciento del producto nacional bruto a los países pobres. Es lo de siempre: muy buenas palabras de los ricos para los pobres, muchas promesas, pero luego lo que se hace, se hace sólo a la fuerza. La coexistencia pacífica ha contribuido, en parte, a tranquilizar a los poseyentes, que ahora ya no parecen tan dispuestos a mostrarse «generosos» con los desposeídos.

      Y en este punto debe hacerse observar que no se trata de distancias entre países capitalistas y países socialistas, sino, como ya hemos dicho, entre países ricos y países pobres. Porque, hoy en día, hay países capitalistas ricos y países socialistas ricos; países socialistas pobres y países pobres dominados por el capitalismo. Esta cuádruple clasificación aparece completamente clara.

      Resulta que los países socialistas ricos no siguen en el terreno económico internacional una política económica más generosa que la de sus homólogos capitalistas. No se ve por ninguna parte la famosa solidaridad mundial de los proletarios en la que creía Marx. Creo que si éste levantara la cabeza no le haría ninguna buena impresión lo que está ocurriendo ahora.

      En la conferencia mundial monetaria el señor Witteveen, ministro de Finanzas de los Países Bajos, dijo que las potencias ricas deben dejarse de calcular balances de pagos y tasas de descuento y lanzarse derechamente a la ayuda efectiva y real de los subdesarrollados. Pero es difícil suponer que estos buenos consejos sean escuchados, porque el dinero, y más aún el dinero capitalista, tiene su lógica interna tiene sus leyes propias, y la generosidad o cosa parecida no puede entrar en ella, es un puro contrasentido.

      En esa misma conferencia el señor Horowitz, gobernador del Banco de Israel, afirmó que, de seguir la cosas como están, harán falta siglos para colmar la fosa que separa a los países pobres de los ricos. La opinión parece incluso demasiado optimista, porque la verdad es que, al paso que lleva el mundo, esa fosa, lejos de colmarse, aumentará: lo probable es que de seguirse la marcha actual, dentro de cien años los países ricos sean inmensamente más ricos y los países pobres inmensamente más pobres. Esta es la lógica interna del dinero.

      Así, por ejemplo, está comprobado que en bastantes países pobres la elevación de renta por habitante sólo se eleva a un 1,7 por 100 anual, mientras la población crece en una proporción bastante superior a esta cifra. A este paso los niños que nazcan hoy serán más pobres el día de mañana que lo son actualmente sus padres.

      Â«Â¿Qué hacer?». Esta es la gran cuestión, la misma que se planteó Lenin, en las vísperas de la revolución de octubre. Yo no estoy tan seguro de que la respuesta revolucionaria, la de la revolución armada, sea la mejor, porque ya vemos a dónde han ido a parar los sucesores de Lenin. Pero sin duda hace falta una revolución en el mundo ¿Qué clase de revolución? ¿Por dónde y quién?

 

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