Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Más sobre libertad religiosa

 

El Diario Vasco, 1968-01-21

 

      Â«América», la revista norteamericana de reconocido prestigio en los medios católicos mundiales, ha publicado el Informe de la Comisión de metodistas, judíos y católicos yanquis que recientemente vino a estudiar sobre el terreno la «puesta en marcha» de la nueva ley española de libertad religiosa.

      La Comisión opina que la ley se aparta de la letra y del espíritu de la Declaración conciliar: pero da la nota favorable de que la mayoría de los españoles parece dispuesta a aceptar con toda naturalidad la idea de la libertad religiosa. «Pese a todas las reservas, la palabra exacta para describir nuestra reacción después de la visita es optimismo».

      También el rabino Max Mazin, el pastor Cardona Gregori y el canónigo González Ruiz han abundado en análogas opiniones en la encuesta realizada hace unos días por el periódico «Pueblo». Estos señores coinciden en afirmar que hay una notable divergencia entre el espíritu del Concilio y la intención que parece haber animado a los redactores de la ley; pero al mismo tiempo dicen que «el pueblo español ha aceptado como cosa totalmente normal la libertad religiosa» (Max Mazin); que «el pueblo español ha dado pasos de gigante en estos últimos años respecto al problema de la convivencia» (González Ruiz) y que «los católicos españoles están sumamente preparados para vivir en régimen de libertad religiosa» (Cardona Gregori).

      Esto es importante porque, como decía Balmes, la tolerancia tiene que estar en los pueblos antes que en las leyes y parece que en ese terreno hemos avanzado algo.

      Es evidente que el problema de la libertad religiosa no preocupa hoy a nadie o a casi nadie en España. Hay otras cosas mucho más actuales que discutir, e, incluso como bandera política, ese tema resulta bastante trasnochado. El verdadero hombre religioso, que de veras quiere hacer de la vivencia religiosa la sustancia de su propio existir, y que se preocupa por el futuro de la religión en el mundo moderno, sabe que ésta no tiene nada que esperar de ningún género de protecciones constantinianas o césaro-papistas.

      No faltan, sin embargo, quienes insisten en defender por extrañas vías una teórica o quimérica unidad católica que uno no sabe siquiera en qué sentido interpretar ya en 1968. Si es cierto que en España el hecho católico sigue presentándose de una manera tan irrebatible y contundente, si es verdad que todos somos católicos y que la unidad católica constituye un hecho evidente, ¿contra qué o contra quién quiere defenderla el señor Piñar? La verdad es que esa presunta unidad católica se basa en una ficción jurídica, hoy en día desechada por la gran mayoría de los teólogos de nota, que hace de todo bautizado un católico o un cristiano. Las estadísticas hablan así de millones y millones de católicos; pero todos sabemos, por desgracia, qué enorme cantidad de irrealismo hay en esta manera de llevar la contabilidad religiosa de la Humanidad.

      La verdad es que en España, como en otras partes, existe hoy un catolicismo de fachada que dista mucho de la realidad sociológica.

      Un día u otro tendremos que volver a la verdad sociológica, que es la única que puede contar en este asunto. Lo mismo que a un momento dado, ha habido que devaluar la moneda para ponerse a tono con la realidad fiduciaria, llegará quizás pronto la hora de devaluar nuestra moneda religiosa que actualmente se está cotizando a un nivel artificialmente elevado. La verdad es que en España hay muchos excelentes católicos; pero hay también enormes masas completamente ajenas a la práctica religiosa, para las cuales la religión no representa nada en su vida real, o representa más bien un enemigo.

      Habría que aceptar este verdadero estado de cosas y el estatuto jurídico religioso tendría que reconocerlo también. Esto nos llevaría acaso a una leal a-confesionalidad del Estado, más sincera, y quizás también más eficaz que cualquier género de confesionalidad forzada o inauténtica.

      Creo que la religión es la primera que padece las consecuencias de aquella ficción jurídica a que me refería antes. Cristo dijo: «la Verdad os liberará». Y esta frase que tiene su aplicación más profunda y genuina en El mismo —la Verdad es Él, la Verdad es Persona—, los cristianos debemos aplicarla también en todos los terrenos. La verdad científica, la verdad histórica, la verdad filosófica, deben ser reconocidas por nosotros los primeros, caiga quien caiga y pase lo que pase.

      No se puede alcanzar la paz religiosa ni la verdadera convivencia entre los ciudadanos si no se parte de la verdad; en nuestro caso, de la verdad sociológica de nuestra situación religiosa.

 

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