Carlos Santamaría y su obra escrita

 

¿Manejos esotéricos?

 

El Diario Vasco, 1968-02-25

 

      La Universidad está en boga. Desde hace una temporada la Universidad se ha puesto de moda. Los periódicos se ocupan diariamente de ella y nos dan noticia, Facultad por Facultad, de sus actividades docentes y de las cosas que ocurren en sus aulas, y en sus paraninfos, cuando no en sus pasillos y aledaños.

      Â¿No es hermoso esto? ¿No es admirable el afecto, el amor, que toda una sociedad pone en sus altas instituciones culturales?

      Pero no nos hagamos los ingenuos. El interés que ahora se muestra hacia la Universidad no proviene de ninguna clase de amor a la sabiduría ni a la cultura. Lo que algunos llaman «el problema universitario» no es para ellos otra cosa que el deseo ferviente de que estos muchachos dejen de complicarnos la existencia», como decía un amigo mío, a quien, por cierto, le ha ido muy bien en estos años con su carrera universitaria, y otra que tiene, no tan universitaria.

      Para muchos padres de familia el problema universitario no es sino un problema culinario, es decir, el problema del futuro «modus manducandi» de sus hijos. Mientras no se vea en la Universidad otra cosa que una dependencia administrativa destinada a expedir las patentes necesarias para circular libremente por determinados territorios profesionales, no habrá forma de plantear a fondo los verdaderos problemas universitarios.

      Hay quienes piensan que los males de ahora son profundos. Se empieza a hablar de reforma de la Universidad. En realidad de esto se viene hablando hace cincuenta años, pero hablar solamente, porque nunca se ha hecho nada serio. Por otra parte, uno se echa a temblar ante los propósitos de algunos de estos reformadores que, más que en reformar la Universidad, piensan en destruirla. Es un intolerable «quítate tú para que me ponga yo» que no puede tener ninguna justificación, porque la Universidad debe ser de todos y para todos. Bajo la bandera de la libertad de enseñanza se introducen, a veces, extrañas mercancías, que nada tienen que ver con la libertad y muy poco con la auténtica vocación de la cultura.

      He repasado las páginas del famoso ensayo de Ortega y Gasset «Misión de la Universidad» y veo que estamos donde estábamos o más bien un poco más atrás.

      Â«Una institución en que se finge dar y exigir lo que no se puede exigir ni dar es una institución falsa y desmoralizada. Sin embargo este principio de la ficción inspira todos los planes y la estructura de la actual Universidad».

      Esto escribía don José en 1930. ¿Se atreverá alguien a decirme que hayamos adelantado algo sobre este punto?

      Me extraña, y me satisface, encontrar en las páginas de Ortega, siempre tan sublimemente desentendido de los problemas sociales, la preocupación por «hacer porosa la Universidad al obrero», problema que hoy vuelve a plantearse en algunos sectores, sin que se vislumbre la menor posibilidad de que sea resuelto de modo real y efectivo. Y así, a treinta y ocho años vista, con todo lo que ha llovido desde entonces, yo me encuentro completamente de acuerdo con don José en lo que dice que el acceso del obrero a la Universidad, no sólo implica una reforma de la Universidad, sino que exige una profunda reforma del Estado, sin la cual serán completamente vanos los intentos de socialización de la cultura.

      Todo esto es terrible, lo comprendo; pero este es el fondo del problema universitario y los estudiantes de hoy, como es natural, se las saben todas.

      Me molesta que con motivo de lo que está ocurriendo se trate a los estudiantes de «manada de borregos» que se dejan dirigir por esotéricos manejos. Los estudiantes no son tampoco niños, son hombres y mujeres, en la mayor parte de los casos cultos, sensatos y bien informados. Y llenos de auténticas preocupaciones por el mundo de hoy y de mañana, preocupaciones que raras veces comparten con ellos sus progenitores. Si traen unas ideas nuevas, poco o nada conformistas, es porque el mundo actual las trae y no hay por qué rasgarse las vestiduras por eso. Haríamos quizás mejor en revisar algunos de nuestros conceptos religiosos y sociales y ponerlos más a punto, aunque no fuese más que en la forma, que al fin y al cabo esto acabaría por traer también un cambio en el fondo.

      Entiendo que el problema lo ha planteado bien y con toda lealtad un señor que firma J.A. Palacios, sin duda un estudiante, en una carta a «Actualidad Española» reproducida por el periódico «Madrid». «No es una minoría de agitadores la que promueve dichas reivindicaciones —viene a decir el señor Palacios— sino la inmensa mayoría de los universitarios españoles. Lo que éstos desean —prosigue el comunicante— es libertad de reunión, libertad de asociación, autonomía real de los sindicatos estudiantiles, y en suma, la propia auto-organización con vistas a un replanteamiento de las estructuras de la Universidad española».

      La cosa es más complicada de lo que decía mi amigo. Y sin duda también mucho más importante. Y más noble.

 

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