Carlos Santamaría y su obra escrita

 

La declaración de Teherán

 

El Diario Vasco, 1968-05-19

 

      Se han expresado muchas dudas sobre la validez y la eficacia de una Carta de derechos humanos formulada por gentes de ideologías, sistemas, filosofías y creencias tan distintas como las de los hombres de la O.N.U., que en la noche del 10 de diciembre de 1948 aprobaron solemnemente la Declaración de los Derechos humanos.

      Los últimos fundamentos del derecho son evidentemente muy distintos para un creyente que para un materialista; para un socialista que para un liberal, para un budista que para un cristiano. Incluso hay lenguas y culturas en las que ni siquiera existe la palabra si la noción de derecho. ¿Qué valor puede tener entonces una decisión de ese género que cada cual interpreta a su manera?

      Â«Estamos de cuerdo en todas las palabras que decimos, pero no lo estamos en lo que esas palabras quieren decir» —subrayó al día siguiente de la Declaración uno de sus ilustres redactores.

      Esta crítica muestra el gigantesco «mahas-mahas» en que nos movemos los hombres de hoy. Y, sin embargo, dentro de ese lío tenemos que movernos y procurar que las cosas vayan un poco mejor de lo que van.

      Evidentemente los hombres de la O.N.U., reunidos estos días en la capital persa, no se han puesto a filosofar ni a buscar los fundamentos últimos de sus afirmaciones, y parece que han hecho perfectamente en ello. Han sido mucho más prácticos y se han dedicado a señalar con el dedo —con el gigantesco dedo de una institución planetaria— los terrenos y los puntos en los que los derechos de la persona están siendo más lamentablemente conculcados en el momento actual: el «apartheid», calificado de crimen contra la humanidad; la explotación y el colonialismo, en sus formas visibles e invisibles; las agresiones y conflictos armados, y las discriminaciones raciales y religiosas.

      Si se analizan muchos de los conflictos que hoy agitan el orden internacional o el orden interior de los Estados, se verá que el origen de todos ellos siempre aparecen infracciones graves contra los derechos de la persona.

      Así los gobernantes que creen que pueden ignorar estos derechos impunemente acaban por llevar a sus pueblos a situaciones catastróficas.

      Un caso típico es, por ejemplo, el Viet-Nam. Ahora nos encontramos con el conflicto en todo su apogeo; pero si se analiza la historia del mismo, desde los acuerdos de Ginebra de 1954, se verá que todo el proceso fue falseado desde el comienzo por no haberse respetado estos acuerdos y con ellos el derecho del pueblo vietnamita a decidir de su propia suerte.

      La decisión del dictador Ngo-Dinh-Diem de no celebrar las elecciones juntamente en el Viet-Nam del Norte, tal como estaba previsto en los citados acuerdos, trajo un estado de cosas cada vez más violento y más anti-natural. Aquella decisión le fue desaconsejada a Diem, por los propios americanos; pero a él le pareció que la cosa le iría mejor por el otro lado y todo terminó mal, con el asesinato de Diem en 1963 y la intervención americana «a fondo», que ha llevado el problema hasta donde todos sabemos.

      Si ahora estuviera en nuestra mano dar marcha atrás en la historia, todos elegiríamos para el Viet-Nam el otro camino, es decir, el respeto de los acuerdos y del derecho de los pueblos a decidir de sus propios destinos. Pero ya es demasiado tarde, el mal está hecho y la solución será ahora incomparablemente más difícil que entonces.

      El último punto que se señala en la declaración de Teherán como violación de los derechos humanos es «la falta de libertad de expresión». Nadie puede imaginarse las consecuencias desastrosas que esta falta o insuficiencia acarrea.

 

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