Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

La ciudad secular de Harvey Cox

 

Escuela de Teología para Seglares, 1969-12

 

      Maritain era relativamente optimista respecto del punto de vista religioso y de la persona (trascendente). Defendía una sociedad pluralista y democrática, dentro de la cual la religión libremente vivida por los hombres religiosos, tendría una función de animación y estímulo del progreso humano. Cox en cambio dice que estamos frente a la realidad o la posibilidad inmediata de una sociedad «sin ninguna religión en absoluto».

      Después de Maritain se han producido dos nuevos fenómenos históricos de gran envergadura: la sociedad técnica superindustrializada (la ciudad unidimensional que presenta Marcuse, entre otros) y el fenómeno urbano, lo que Cox llama la tecno-polis. La gran aglomeración urbana que la técnica actual produce.

      Cox distingue tres periodos en las sociedades humanas: tribu, burgo y tecnópolis. Estas tres formas de sociedad pueden existir en un mismo momento. Mientras la mayoría de los ciudadanos de Chicago viven en régimen de tecnópolis, en el mismo continente americano, millones de indios perviven aún en régimen de tribu.

      La vida tribal es el producto de lazos familiares y de sangre. Los hombres viven sumergidos en la naturaleza, confundidos casi en ella. Viven en el «encantamiento». No tiene conciencia de la naturaleza como realidad distinta de la suya. El hombre tribal casi no es un yo personal. Mitos y sortilegios reinan imperativamente en la sociedad tribal. El nexo es fortísimo y casi físico. La sociedad hitleriana puede ser considerada como una sociedad tribal porque se funda en la raza y su mitología. Hitler intenta construir una ciudad moderna sobre una base y un esquema de tribu.

      De esta primera situación, de las lealtades familiares, del lazo de la raza y de la sangre, puede pasarse al de las lealtades cívicas (de la lealtad de la sangre y de la magia, al culto de la ley y de la ciudad). La ley constituye la fuerza de la ciudad. El respeto a la ley es lo que hace que funcione el organismo social, aunque hayan dejado de existir los íntimos lazos familiares y raciales que unían entre si a los miembros del clan. En un tercer tiempo que es el actual aparece la sociedad técnica. Este tipo de sociedad es la sociedad que «funciona» sin que nadie se preocupe de que la gobierne mito alguno, ni religión ni ley moral alguna. Lo importante es que funciona. Que satisface las necesidades de los individuos. En la tecnópolis el lazo que une a los individuos entre si carece de toda profundidad y de todo sentido trascendente. Los individuos están como los engranajes de una máquina. Cada uno da lo que tiene que dar, y recibe lo que tiene que recibir.

      Cox explica el proceso de desencantamiento —salida del desencantamiento, y de la magia— a partir de la Biblia. En los primeros capítulos del Génesis el hombre aparece conociéndose a sí mismo como distinto de la naturaleza. La naturaleza deja de ser Dios para él. Aparece como inferior al hombre, algo que debe este dominar y dirigir. Dios encarga al hombre que ponga nombre a los animales, que es como decir que los use y los maneje para su propio servicio. El mensaje bíblico anuncia que el hombre ya no estará dominado ni aterrado por la naturaleza. Sin embargo la sociedad humana necesita un fuerte nexo. Ese nexo será la ley, respaldada por Dios implantada por el Todopoderoso. Los mandamientos son el fundamento firme de la vida social. Se legisla y se gobierna en nombre de Dios.

      Pero en la tecnópolis estos conceptos desaparecen. Es la sociedad de «ninguna religión en absoluto». Ya no se gobierna por derecho divino sino por imperativos técnicos. Al «desencantamiento» (saluda del mito) sigue pues la desacralización (extinción de lo sagrado). La desacralización de la política viene ya —según Cox— inscrita en ciertos pasajes de la Biblia.

      Pero cuando ha ocurrido todo esto, los dioses vuelven a través del secularismo (cosa distinta como ya se explicó, de la secularización). La tecnópolis nos amenaza con nuevos ídolos. Y con un retorno a la naturaleza, pero no a la «naturaleza natural» sino a una «naturaleza artificial» y, en ciertos sentidos, antihumana. El hombre de la tecnópolis, se halla también sumergido en esta nueva naturaleza de monstruos sociales mecánicos electrónicos, etc..

      En la secularización puede operarse un desencantamiento (superación del mito) y una desacralización (autonomía de los valores humanos) completamente correctores. Pero todo esto puede también desviarse hacia los nuevos ídolos del secularismo.

      No aparece nada claro en Cox el juego que el cristiano deberá hacer en la gran ciudad desencantada, artificializada, estandardizada, de la cual ha huido toda poesía, toda idea trascendente de la vida y de la muerte —en la gran ciudad la muerte no pasa de ser un incidente urbano para el que todo está previsto por la Administración.

      El hecho es que en esta tecno-polis parece que Dios ha muerto y que se han extinguido todos los rastros que tradicionalmente conducían al hombre a El.

      Sin embargo Cox piensa que aun se puede y se debe volver al Dios de la Creación, del Éxodo y del Sinaí, viviéndolo de una manera nueva en el interior de la inmensa urbe moderna. No se trata de dar pasos hacia atrás ni de volver al imposible tribalismo ni nada parecido a esto. Pero ¿cómo se puede ser cristiano en la civilización urbana, donde parecen haberse hundido todos los valores humanos en los que la religión se sustentaba?

      Maritain suponía la posibilidad de construir un horizonte histórico moderno el que las ideas morales y la religión tuvieran un papel positivo dentro de un gran pluralismo político y religioso. Cox nos coloca ante una situación mucho peor y que para el hombre religioso, casi parece invisible.

      La problemática de Cox es terrible. Podrá o no dudarse de su exageración. Pero si se acepta, constituye casi un callejón sin salida. ¿De qué manera se puede ser cristiano en la tecnópolis, en la que Dios ha muerto?

 

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