Carlos Santamaría y su obra escrita

 

¿Autonomías iguales?

 

El Diario Vasco, 1980-09-28

 

      El presidente Suárez anunció en el Parlamento que el proceso autonómico se fundamentará en el «principio de igualdad». El Ministro de la Administración Territorial ha sido todavía más explícito en Radio Nacional: «Sobre el tapete de las autonomías habrá café igual para todos».

      Ahora bien, parece que igualdad y autonomía son conceptos antagónicos porque lo que las autonomías consagran es precisamente el derecho a la diferencia, el derecho de los pueblos a ser distintos dentro del Estado.

      Ser autónomo es, en efecto, ser persona, libre persona, y nunca pueden existir dos personas iguales. La autonomía andaluza nunca podrá ser igual a la autonomía vasca, ni igual, ni mayor, ni menor, sino sencillamente, distinta. Y toda comparación en este terreno será odiosa.

      Claro está que deberán existir unas reglas de juego para garantizar la justicia distributiva entre los pueblos del Estado: pero con la condición previa de que las mismas en nada desvirtúen la esencia del principio autonómico, que es el respeto a la personalidad de cada pueblo.

      Querer igualar —por su base o por su techo— las autonomías, es un apriorismo muy peligroso que puede falsificar todo el proceso. Contradictorias es, en efecto, la pretensión de encajar todas las autonomías en un modelo o supermodelo único, cuando ni siquiera se ha visto una verdadera voluntad autonómica en muchas partes o regiones del Estado.

      Las autonomías pueden ser hoy un camino para sacar a España de la atonía, para producir en ella un entusiasmo histórico hace tiempo desaparecido del mapa. Pero da la impresión de que desde la Administración, las autonomías están siendo pensadas y filtradas por cabezas centralistas.

      Y a mi juicio, mientras se sigan concibiendo las autonomías como una nueva forma de igualdad, no habremos salido del centralismo.

      Esto mismo lo explicaba muy bien un señor Fessard de Foucault en un artículo de «Le Monde» (IX, 1975) bajo el significativo título: «Los franceses tienen derecho a la diferencia». Pretender imponer a los pueblos de Francia un mismo sistema de regionalización —decía Fessard— equivale a negar la diversidad y la autonomía misma de cada pueblo.

      Parece ciertamente, que la idea igualitaria nunca ha servido para edificar de hecho la democracia. Si en un principio fue necesaria para combatir los privilegios, nunca bastó para construir la libertad porque el simple igualitarismo arrasa, no construye.

      Testigo de excepción de esta idea es Marx cuando combate al igualitarista Proudhon: «Los individuos desiguales nunca pueden ser medidos por una medida igual —escribe en 1975». Y añade: «el derecho igual debe ser en el fondo un derecho a la desigualdad».

      Si traigo a colación este pasaje de Marx es porque a continuación del mismo cita y hace suyo el famoso principio saint-simoniano: «A cada uno según sus necesidades. De cada uno según sus capacidades» sabio aforismo que bien pudiera inspirar, mucho mejor que el principio de la igualdad, nuestras autonomías.

      Capacidad y necesidad. Principio de diversidad y no de igualdad.

 

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