Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Los simplificadores

 

El Diario Vasco, 1980-10-19

 

      Como es sabido, la Sociedad actual ha alcanzado un grado de complejidad muy elevado, sea cual sea el punto de vista desde el cual se la contemple.

      Las sociedades de otros tiempos no diremos que fueran monolíticas pero sí altamente coherentes. El hombre individual, aunque todavía se halle muy condicionado por el medio, tiene hoy en cambio una independencia mucho mayor que en otras épocas para realizar su propia vida.

      Hoy más que nunca es aplicable el viejo aforismo recogido por Oihenart en sus «Proverbios»: «buru bezanbat aburu», es decir, «tantas opiniones como cabezas».

      Ahora bien ¿cómo legislar y gobernar en una sociedad tan compleja como esta?

      El hombre es un ser limitado y cuando tiene que tratar con realidades demasiado complejas, o demasiado grandes para él, no tiene más remedio que simplificarlas de un modo o de otro.

      Un caso modélico a este respecto es el de la ciencia llamada Estadística, la cual reduce una gran población de datos a unos pocos números estadísticos. Pero, si no se tiene presente el carácter simplificador y abstractivo de estos números, se puede incurrir en falsificaciones muy peligrosas de la realidad social.

      De hecho, no sólo los estadísticos, sino también los físicos, los juristas, los sociólogos, los economistas y hasta los mismos biólogos simplifican la realidad. De ahí que los resultados de la ciencia parezcan tan simples y claros mientras la realidad sigue siendo opaca.

      Hubo una época de romanticismo científico que empieza en Comte y termina quizás con Julio Verne, en la que las gentes se maravillaban de las simplicidad de «las leyes que gobiernan el Universo» La ley de Newton, las leyes de Kepler, las leyes de Mendel, ¿quieren ustedes cosas más simple y bella?

      Y sin embargo, sabemos que la mayor parte de las leyes científicas son falsas, porque no son sino primeras aproximaciones, primeros términos de desconocidas series infinitas. ¿Cómo no había de parecer simple la realidad si los mismos científicos se habían encargado de simplificarla de antemano?

      El mayor peligro de los científicos consiste precisamente en querer confundir la «realidad real» con la «realidad simplificada» por ellos mismos.

      Y no sólo los científicos sino todos los hombres nos vemos obligados a someternos a la necesidad de simplificar. Apenas empezamos a hablar ya estamos simplificando porque todo lenguaje es simplificación. Yo suelo pensar a veces que nos haría falta tener por lo menos dos bocas para poder ir negando o matizando con una de ellas lo que fuésemos diciendo con la otra.

      Entre todas las formas de simplificación la que se ven obligados a practicar los políticos es, quizás, la más peligrosa.

      Las masas no aceptan los planteamientos complicados y aparentemente ambiguos. Les gustan las ideas simples y los «slogans» arrolladores. De ahí que muchas veces los políticos se sientan inclinados a simplificar las cosas excesivamente.

      Digamos, a título de ejemplo, y con todos los respetos para independentistas y antinucleares, que gritar «Lemoiz gelditu» o «Independentzia» no dejan de ser hoy, grandes simplificaciones de la realidad vasca.

      Pero de este tema de la simplificación en política tendremos que ocuparnos en otra ocasión.

 

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