Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Servicios secretos

 

El Diario Vasco, 1980-12-07

 

      Se anuncia en Francia la próxima publicación de una obra autobiográfica del «coronel» Le Roy, antiguo agente secreto que en un tiempo fue señalado como encubridor del asunto Ben Barka, aunque nunca llegara a probársele tal intervención.

      El diario «Le Monde» del veinticinco de noviembre último nos proporciona una extensa anticipación de esta obra, en la que —según parece— se revelan datos y detalles sobre determinadas acciones criminales de los llamados «servicios de información».

      Para nosotros, en pleno «asunto de Hendaya», se trata de un tema candente, y, a buen seguro, no dejaremos escapar el libro en cuestión sin una cuidadosa lectura del mismo.

      En el comentario a que aludimos se afirma que la mayor parte de los «servicios especiales» del mundo entero están organizados para poder montar, dentro o fuera del propio país, operaciones de limpieza, es decir, asesinatos contra personas consideradas como enemigos del Estado. Estos crímenes, que son designados en Francia con el nombre de «contrat homo» y en los países anglo-sajones con el de «murder action», son confiados a colaboradores circunstanciales, bandidos y criminales a sueldo, que —cuidadosamente protegidos y ocultos por los mecanismos oficiales— muy raras veces llegan a ser descubiertos.

      Un indicio de la forma en que suelen ser tratados en las altas esferas esta clase de asuntos lo da el relato que —siempre según «Le Monde»— hace el autor del libro de una de sus intervenciones en la época en que Georges Pompidou era primer ministro del general De Gaulle. Al parecer M. Le Roy tuvo por aquel entonces una conversación con un alto jefe del Interior en presencia del propio Pompidou, en el curso de la cual se le ordenó que pusiera en marcha la ejecución de varios miembros de la OAS exiliados en España. Como quiera que Le Roy se negase rotundamente al cumplimiento de esta orden, el primer ministro expresó su disgusto y extrañeza por este acto de indisciplina del «coronel».

      Es cierto que la veracidad del anterior relato podrá ser puesta en tela de juicio (1) pero hemos de convenir en que, a pesar de su carácter ultrasecreto, algunos de estos tenebrosos asuntos llegan a ser clarificados al transcurrir del tiempo. Confiemos en que también aquí ocurra algo de esto y en que nuestros descendientes puedan llegar algún día a conocer las «sucias tripas» del asunto hendayarra.

      Ahora bien, lo más notable de estos hechos es que los mismos políticos que los preparan y ordenan quieran al propio tiempo mantener limpia y refulgente la imagen del Estado y la suya propia.

      Con ello siguen al pie de la letra los consejos de Maquiavelo, en el capítulo dieciocho de su obra «El Príncipe». Los crímenes de Estado son necesarios para mantener la autoridad y ésta no debe vacilar en ordenarlos, sin pararse en escrúpulos morales —viene a decir Maquiavelo— pero la honorabilidad del que manda debe quedar siempre a salvo. Aunque deba recurrir al asesinato, «la figura del gobernante debe respirar siempre bondad, justicia, civismo, buena fe y piedad».

      En resumen, la fachada debe ser salvada a toda costa. La mayor parte de la gente «es vulgar y sólo juzga por las apariencias», por lo cual se tragará la versión oficial. Y no importa que unos cuantos se den cuenta de lo que pasa, porque en realidad estos pocos no cuentan.

      Tal es la opinión de Maquiavelo a la que peligrosamente se aproximan hoy algunos celosos partidarios del «secreto oficial».

      Pero en democracia las cosas deben ser de otra manera. En democracia, la verdad sobre los hechos, por cruda, dura e inconfesable que sea, valdrá siempre más que la mentira, para liberarnos de nuestros propios demonios.

 

(1) Ya lo ha sido. Escrito el presente artículo y a punto de enviarlo a la Redacción de DV veo que «Le Monde» del miércoles, que acaba de llegar a mi poder, publica una réplica y una contra-réplica sobre la información aludida, sin que me sea posible ya recoger estos textos en el mío.

 

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