Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Por una acción de conjunto

 

El Diario Vasco, 1981-01-04

 

      Muchas personas exigen que el problema de la droga sea abordado ya de una vez de un modo metódico y firme. Pero ¿por dónde se debe comenzar?

      A mi modesto juicio no basta con encresparse y con exigir que se tomen medidas punitivas, que se castigue, que se persiga que se encarcele...

      El recuerdo de la Ley Seca de los EE.UU. y de las desastrosas consecuencias que la misma trajo en aquel país, debe hacer comprender hasta qué punto ese género de política, si no va acompañado de una profunda acción social y educativa, puede llegar a ser contraproducente.

      Por otra parte sería demasiado ingenuo el suponer que bastaría «perseguir a los camellos» y «cortar el comercio» para acabar con el problema. Todo el mundo sabe hoy que la panoplia familiar de fármacos y de productos de uso doméstico, desde los sedantes y dormitivos hasta la bencina, el éter, las lacas y el gas de encendedor, pueden servir ampliamente de sustitutivos. Y además ahí está la automedicación, cada vez más peligrosamente generalizada, que para muchas personas viene a ser una fase iniciática de la drogancia.

      La acción debe pues comenzar por un conocimiento tan profundo y general como sea posible de la realidad, pero este conocimiento no puede darlo en exclusividad ningún género de especialistas.

      Actualmente la mayor parte de los que se ocupan del tema en la prensa en términos concretos son médicos y psiquiatras, aparte de algunos directores, más o menos carismáticos, de las nuevas «comunidades terapéuticas».

      Sería sin embargo muy peligroso que un fenómeno tan complejo como éste fuese visto exclusivamente desde el ángulo de una especialidad determinada. haría falta, al contrario la intervención de otros muchos tipos de personas, que pudieran exponer su modo de ver el problema después de haberlo estudiado seriamente en su propio terreno. Así se requeriría el consejo de maestros, educadores, moralistas y «directores de conciencia», por una parte. Tampoco podría faltar, por otro lado, la aportación de criminalistas, jueces, expertos en la llamada protección de menores e investigadores policiales del ramo, sin olvidar a los sociólogos, culturólogos y humanistas experimentales, que son quienes han de dar el encuadre coyuntural del tema.

      No hemos citado a los padres, «gentes del pueblo», y a los propios jóvenes porque la presencia de este tipo de personas parece, de modo previo, absolutamente necesaria para el contacto con la realidad y con «cada realidad».

      Todas estas personas deben trabajar conjuntamente, por convergencia de saberes y de perspectivas, tal como lo exigen hoy muchos problemas sociales, técnicos e incluso científicos. No se olvide que estamos en el tiempo de las «ciencias convergenciales».

      Habría pues que realizar un tipo de trabajo como el de los primeros tiempos de la llamada «Investigación operativa». (Así por ejemplo las medidas para los casos de bombardeo fueron estudiadas en Londres por círculos, o «circos», como se les llamaba, entonces, constituidos por médicos, militares, psicólogos, sociólogos y ¡zoólogos!).

      Construir equipos adecuados para el conocimiento del fenómeno de la droga en este país sería, a mi modesto juicio, lo primero que tendrían que hacer las autoridades vascas cuando se hagan cargo del problema.

 

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