Carlos Santamaría y su obra escrita

 

De Hermenéutica

 

El Diario Vasco, 1981-12-20

 

      Uno de los principales méritos del reciente discurso de Landelino Lavilla es a mi juicio el de su claridad. Una claridad que no es simplemente habilidad oratoria, sino algo más importante y profundo que esto.

      Notemos que la verdadera claridad no es sólo cuestión de lenguaje. Un lenguaje sólo resulta claro cuando el que lo emplea a un momento dado ha logrado pensar y sentir por sí mismo con claridad absoluta aquello que trata de expresar. Por esta razón podemos decir que la verdadera claridad exige una especie de ascética previa, un largo trabajo preparatorio de clarificación interior.

      Exagerando un poco las cosas podríamos afirmar que la transparencia del lenguaje exige como condición anticipada la de la transparencia de la conciencia.

      En todo caso este sería el género de claridad que yo alabaría en el discurso del presidente de las Cortes haciéndola consistir sobre todo en su honradez, que muchos comentaristas han reconocido de buen grado.

      Si la política española no está clara, es decir, si está terriblemente oscura en este momento, será por algo, y este algo es lo que habría que desenmascarar. Así lo ha hecho, en parte al menos, el señor Lavilla en algunos de sus pasajes, cuando ha hablado de los «signos de los tiempos» y de la incapacidad de ciertas personas para entenderlos, con evidente alusión a una derecha no sólo reaccionaria sino regresiva.

      Teóricamente se trata aquí de una cuestión de Hermenéutica. La Hermenéutica que empezó por ser en los antiguos tiempos exégesis o interpretación del lenguaje de los libros sagrados se ha convertido hoy —sobre todo a partir de Dilthey— en un método de interpretación de los hechos históricos.

      Para la Hermenéutica moderna los hechos históricos y políticos no son solamente acontecimientos o sucesos, sino, ante todo y sobre todo, signos que hay que tratar de descifrar.

      Descifrar un hecho consiste precisamente en restituirlo a la vivencia o a la situación vivencial en la que el mismo se produce. La situación es lo que da sentido al hecho, lo que le hace auténticamente inteligible. En toda Hermenéutica se trata pues de buscar lo que yo llamaría una interpretación topológica, es decir, en función del «TOPOS» del lugar, de la situación.

      Un historiador que sólo vea en la historia hechos, sin llegar a descubrir situaciones a través de ellos, no es un verdadero historiador, sino un «cuentista», es decir, un narrador. De la misma manera un político que no sea al mismo tiempo un poco hermeneuta corre siempre el peligro de convertirse pura y simplemente en un oportunista.

      Algo de esto pasa en relación con la derecha aludida por el presidente Lavilla. El fenómeno «20 N» no es en efecto un simple hecho sino el signo, de una situación mental colectiva, más o menos extendida por todo el Estado, que consiste esencialmente en no poder ver el futuro más que como pasado.

      Descuidar este aspecto profundo de la cuestión sería un grave error en los políticos demócratas. En este asunto habría que hablar de regresión no sólo en el sentido político de la palabra sino también en su sentido psicoanalítico.

      La regresión es para Freud un modo inconsciente de rehuir la «penosidad» del presente. Se quiere volver al pasado porque no se tienen fuerzas para avanzar hacia un auténtico futuro. Y así parece que les pasa ahora a algunos españoles, muchos o pocos no lo sé. En cualquier caso el asunto merece la pena de ser tenido en cuenta con criterios hermenéuticos y no puramente políticos.

      Pero la regresión no es el único modo de escapismo. A la regresión de cierta derecha se opone el utopismo de cierta izquierda absentistas que en el fondo pretende el mismo fin: rehuir la responsabilidad inmediata ante la penosa y difícil realidad presente.

 

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