Carlos Santamaría y su obra escrita

 

«Al-Andalus»

 

El Diario Vasco, 1982-05-23

 

      Hoy tenemos que hablar de las elecciones andaluzas. Esta nuestra modesta «columna pensante» no puede quedarse al margen de un acontecimiento de tal importancia sobre el que está volcada en este momento la atención de todo el Estado español.

      Decir que los vascos nos sentimos afectados por Andalucía no es una expresión vana, sino la manifestación de un hecho sociológico real y perfectamente comprobable.

      La vida de los pueblos, como la de las personas, es ante todo comunicación, solidaridad. Palabra esta que —dicho sea entre paréntesis— se nos ha gastado mucho esta temporada a fuerza de usarla sin profundidad ni discernimiento.

      Estoy convencido de que el pueblo vasco comunica, comulga o siente en muchas cosas con el pueblo andaluz.

      Pero aparte lo sentimental hay también la utilidad, el interés. En efecto, el resultado de estos comicios y la forma de desarrollarse las elecciones pueden influir mucho sobre el futuro de las autonomías. De estas elecciones la idea autonómica puede salir reforzada o, por el contrario, malparada. (Luego veremos quién o qué podría ser el culpable de esta malandanza).

      Desgraciadamente los comentarios de Prensa de estos últimos días han empequeñecido el tema notablemente mirándolo a través de un prisma que pudiéramos llamar politiquero. Parece ser que cada partido estatal mira en este momento a su sección andaluza pensando, mucho más que en Andalucía, en sus propios intereses de partido frente al juego político general que se avecina para después de las elecciones. Lo cual —señoras y señores— no me parece honesto ni inteligente.

      Â¿Qué van a ser las elecciones andaluzas? Desde el punto de vista que hemos denominado politiquero se dan muchas respuestas y ninguna buena: «Ensayo general», «tanteo de fuerzas», «test político de primera magnitud», inicio de un gran «remaniement» gubernamental, etcétera.

      Siempre ha sido mal asunto para un pueblo el convertirse en campo de operaciones en el que se ventilen contiendas ajenas.

      Creo que ha llegado el momento de afirmar una verdad elemental, que hasta puede parecer una perogrullada. Algo tan simple como el siguiente postulado: Lo primero y verdaderamente importante en las elecciones andaluzas es Andalucía.

      Andalucía es una gran nación, por lo menos en el sentido primario —étnico y cultural— de la palabra. De todas las culturas europeas la andaluza es seguramente la más original y sorprendente. Esto se ha dicho y repetido muchas veces de Ortega y Gasset a esta parte. Pero en los tiempos modernos tal afirmación jamás se ha traducido en hechos políticos tangibles.

      Sería lamentable que los dirigentes de los partidos estatales no se diesen cuenta de que en estas elecciones están tratando con un hecho descomunalmente superior a su propia existencia de partidos.

      Me temo sin embargo que para muchos de ellos Andalucía no sea más que una parte, una mera parte, de España. Pero los pueblos con personalidad propia, lo mismo que las personas, no pueden vivir como «meras partes» de otros. Esto ya lo vio claramente Maritain y lo dijo en forma tan rigurosamente filosófica que —ciertamente— casi nadie llegó a entenderle. Esta idea es, sin embargo, la razón esencial de las autonomías. Ahora bien, servirá de poco dar autonomías a los pueblos si los grandes partidos siguen tratándolos de modo centralista. Deformación que ha sido designada por algunos con el nombre de sucursalismo y que, como es natural, no les cae nada bien a los partidos de ámbito estatal.

      Por desgracia el sucursalismo es todavía hoy una realidad, una especie de enfermedad política, que, si no es superada a tiempo, podría dar al traste rápidamente con buena parte de las autonomías y entre ellas —claro está— con la autonomía andaluza.

      Me atrevo a decir que Andalucía es la comunidad nacional más gravemente perjudicada y amenazada hoy por el sucursalismo político y por los demás tipos de sucursalismo.

 

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