Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Lutero y Marx, dos centenarios

 

El Diario Vasco, 1983-05-01

 

      Mil novecientos ochenta y tres primer centenario de la muerte de Marx; cuarto centenario del nacimiento de Lutero.

      Resulta evidente que un centenario no es nada, no significa nada por sí mismo. Es algo puramente convencional, una falsa perspectiva histórica. Al fin y al cabo ¿qué más da que un hecho haya acontecido hace cuatrocientos años que hace cualquier número de años, meses, días y horas? Pero en esto de los centenarios juega la magia de los números redondos y gracias a ella vuelven a la actualidad hombres y hechos del pasado de los que, a lo mejor no nos hubiéramos acordado para nada.

      Lutero y Marx. He aquí dos personajes que —nadie podrá negarlo— han ejercido una influencia enorme sobre los destinos de nuestra civilización.

      Uno no se resiste a la tentación de comparar estas dos figuras gigantes.

      Aunque a primera vista pueda extrañar esta afirmación, yo diría que ambos pusieron la tarea fundamental de su vida en un mismo problema: el problema de la salvación del hombre.

      Claro está que la palabra «salvación» tiene aquí una doble significación: un sentido trascendente, salvación en vida eterna, y otro inminente, salvación en esta vida y dentro del mundo.

      Fue Spinoza el primero que intentó secularizar la idea teológica de salvación. Construyó la idea de una nueva beatitud que en el fondo, no tenía nada que ver con la esperanza cristiana de salvación eterna. La beatitud spinoziana venía a ser algo así como la introducción de la eternidad dentro del tiempo. También Dios era introducido en la Naturaleza. Y de todo ello resultaba un nuevo género de felicidad, la contemplación del alma sobre la Naturaleza puramente idealista.

      El hombre de hoy ya no está para idealismos. A medida que ha ido avanzando la incredulidad ha ido pensando más y más en la felicidad temporal a la manera de la sociedad de consumo. Aquello del «valle de lágrimas» parece que ya no lo acepta nadie. Salvación aquí y ahora, en el tiempo y en el espacio; eso es lo que exige la nueva idolatría.

      Marx buscó la salvación del hombre en la desalienación. Esta salvación no era algo creencial ni tampoco el resultado de una acción voluntarista sino una realidad «científica» que encaja en el proceso real y material de la historia. Un proceso que avanza inexorablemente —aunque con mayores o menores obstáculos y retrasos— hacia la sociedad sin clases. Y es precisamente en esta sociedad donde el hombre será «salvado», según Marx.

      En Lutero el problema de la salvación eterna adquiere unas dimensiones tremendas. El hombre, ser radicalmente corrompido por el pecado, no tiene por sí mismo ni salvación ni camino de salvación. Sólo la fe puede salvarle; pero esta salvación no depende de sus obras. En Lutero hay pues un tremendo pesimismo sobre el valor de las acciones humanas. En cambio Marx se nos aparece como un gran optimista cuando afirma que el hombre es dueño de su propia suerte, «creador de sí mismo» y «forjador de su propio destino».

      Hagamos notar sin embargo —todo hay que decirlo— que el optimismo marxismo resulta bastante problemático. Este optimismo no se refiere al hombre individual— a cada hombre de carne y hueso sino más bien al hombre colectivo, a la Humanidad. Marx escribe en su «Teoría de la plus-valía»: «El desarrollo de la especie debe realizarse por de pronto a costa de la mayoría de los individuos humanos y de ciertas clases de hombres, aunque al final se romperá ese antagonismo y el desarrollo del hombre coincidirá con el del individuo. Es decir —añade Marx— que el desarrollo superior de la individualidad tiene que ser comprado mediante un proceso histórico en el cual los individuos han de ser sacrificados».

      El individuo tiene pues que esperar a que se salve la sociedad para ser salvado él mismo. Todo llegará, ciertamente, pero entretanto el individuo tiene que sufrir su suerte. Doctrina poco reconfortante para el hombre de hoy.

      Marx y Lutero. Pelagio y anti-pelagio. Nada es verdaderamente nuevo bajo la capa del cielo.

 

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