Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Utilidad de los espías

 

El Diario Vasco, 1985-09-23

 

      Este verano hemos asistido a una epidemia de «espionitis» de grandes dimensiones, la cual ha traído de cabeza a los Servicios de Información, tanto del Este como del Oeste, y cuyos efectos aún colean.

      El paso a la Alemania Oriental, a fines de agosto, de uno de los mejores agentes de la RFA —el señor Hans Joachim Tiedge— desencadenó una serie de revelaciones y la detención, huida o expulsión de un buen número de supuestos espías de la URSS, la Gran Bretaña y las dos Alemanias.

      Nadie puede sorprenderse por estos hechos. La existencia de potentes y costosos servicios de espionaje en todos los Estados del mundo es un hecho sobradamente conocido y nada tiene de particular que de cuando en cuando se produzcan erupciones, como la que hemos comentado, que pongan en evidencia los bajos fondos de la información secreta. Así está sin ir más lejos el caso del hundimiento del Rainbow-Warrior que está dejando en ridículo a toda Francia.

      En junio pasado, con motivo del caso Walter, que reveló la existencia de una poderosa red del espionaje soviético dentro de la Marina de guerra americana, se hizo pública en USA la noticia de que hay allí más de 5.000 espías rusos cuyos movimientos son vigilados por los servicios secretos de contraespionaje y probablemente un número muy superior a este de agentes al servicio de la URSS todavía no detectados.

      Al espionaje clásico de todos los tiempos, el espionaje militar, se une ahora otro de la mayor importancia: el espionaje tecnológico. En la Era nuclear, en la que los inventos científicos de trascendencia armamentística se multiplican con extraordinaria rapidez, las superpotencias tienen que estar al tanto de modo casi inmediato de los avances realizados en el campo adversario para no verse sorprendidas por ellos.

      Ahora mismo el Gobierno de Madrid acaba de decidir el ingreso de España en el COCOM lo cual supone para el Estado español la adquisición de informaciones y materiales de gran valor tecnológico, pero al mismo tiempo, le obliga a una vigilancia estricta para evitar que los mismos puedan ser trasladados a los países del Este.

      USA pone esta condición; pero ningún político avisado se hace la ilusión de que esta clase de secretos pueda ser mantenida durante mucho tiempo. Baste recordar lo que ocurrió entre los años 45 y 49, es decir entre el lanzamiento de la bomba atómica en Hiroshima y la primera explosión nuclear experimental en la URSS. Ilustres dirigentes americanos estaban entonces convencidos de que los soviéticos tardarían muchos años en hacerse con la bomba y de que, por tanto, Usamérica dispondría durante largo tiempo del monopolio atómico. Sin embargo bastaron cuatro años para que los rusos empezasen a dar alcance en este terreno a los americanos y parece cierto que a este éxito inicial contribuyeron en no pequeña escala los servicios de espionaje tecnológico comandados desde la URSS.

      Creo que en todo este asunto del espionaje tecnológico-militar hay algo que todavía no se ha dicho en la Prensa y que a muchos puede parecerles incluso paradójico, y es lo siguiente: «En la actual situación nuclear el espionaje es, en términos generales, un arma favorable para la paz, un arma estabilizadora».

      En efecto, en la estrategia de disuasión —que ahora impera sobre el mundo— las armas pueden ser catalogadas como estabilizadoras o como desestabilizadoras según que contribuyan a evitar o a facilitar la ruptura del equilibrio y, por ende, el estallido de la guerra nuclear que se quiere impedir.

      Así, por ejemplo, la IDS (Iniciativa de Defensa Estratégica) es frecuentemente considerada como desestabilizadora ya que la posibilidad de que los EEUU se conviertan en una fortaleza absolutamente inexpugnable empujaría a los soviéticos a hacer lo que actualmente se llama la «guerra preemtiva» —no confundir con preventiva— «preemtiv blow», especie de derribo de la fortaleza enemiga antes de que se construya, en el momento mismo en que se da por seguro e inminente el montaje de la misma. No se trata de prevenir sino de ejercer la contra-acción a una acción que ya está en marcha. En la guerra nuclear los acontecimientos se desarrollan con tal rapidez que esta distinción entre «preventivo» y «preemtivo» resulta esencial.

      En cambio los satélites de observación o, «satélites espías» suelen ser considerados como «estabilizadores», estimándose que estos poderosísimos instrumentos hacen menos probable el riesgo de guerra. Al estar cada una de las dos superpotencias mejor informada de la preparación bélica del contrario, se evita la desconfianza, el temor a las sorpresas, la posibilidad de un Pearl Harbor nuclear, etc.

      En realidad la clave principal de la disuasión nuclear se halla en la «credibilidad» de la amenaza implicada en ella. Según esta teoría no basta estar armado, hace falta que el enemigo se halle perfectamente informado de ello, incluso hasta en los detalles. En cuestión nuclear un enemigo informado del poder real de la parte contraria nunca se sentirá inclinado a dar el golpe, se dice: para disuadir no hay cosa mejor que la transparencia.

      Con los agentes secretos pasa algo parecido. Hoy son más necesarios que nunca para que los mandos de ambos lados puedan permanecer tranquilos. En esto —como en otras muchas cosas— hay una especie de acuerdo tácito entre los dos «Hermanos Mayores» de la Humanidad: «Es oportuno que haya espías».

      Por consiguiente, espía más o espía menos, nadie le va a dar importancia a la cosa y todo se va a arreglar amistosamente.

      Puro disparate si se quiere, pero así es la lógica ilógica de la disuasión.

 

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