Carlos Santamaría y su obra escrita

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¿Desikastolizar las ikastolas?

 

El Diario Vasco, 1989-11-17

 

      Acabo de leer con interés y simpatía el artículo de Antonio Campos publicado en EL DIARIO VASCO del domingo, —y pocos días antes— unas declaraciones de Iñaki Etxezarreta, en las que éste manifestaba la disconformidad de la Confederación de Ikastolas por la forma en que se está llevando a cabo este asunto, al tratar de imponer de modo inmediato un modelo de escuela pública vasca con el que las susodichas ikastolas no pueden solidarizarse en modo alguno.

      Yo no he seguido con detalle las discusiones y debates que se han ido produciendo estos últimos meses en torno a tal asunto, ni las propuestas de unos y otros sobre la manera de dar a las ikastolas ese carácter público tan deseado por algunos.

      Pero para mí, como para otros muchos ciudadanos de este país, se trata de una cuestión vital, ya que de ella depende, en gran parte, el futuro cultural de nuestro pueblo.

      Me tocó intervenir hace años en la fundación de algunas de las primeras ikastolas. Nacieron éstas —como es sabido—, en pleno franquismo, al margen de la ley y bajo formas más o menos clandestinas, lo que suponía unas dificultades enormes para sus promotores.

      Lo más notable del caso es que esta aparición de las ikastolas se produjo, si así puede decirse, por generación espontánea: no había entre ellas una organización común que las sostuviese, ni planes conjuntos de acción, ni fuerzas políticas que las apoyasen. Nada de eso hubiera sido posible en aquellas circunstancias. Cada grupo de padres, llevado por su propia fe y su propio entusiasmo, tenía que arreglárselas por sí solo para sacar adelante la ikastola de sus hijos.

      Todo esto no resulta fácil de explicar a las nuevas generaciones: pero para los que lo vivimos en su tiempo constituye una hermosa realidad que nunca olvidaremos.

      El problema al que se quería hacer frente con la fundación de las ikastolas era muy antiguo y, sin duda, anterior al franquismo, aunque fue en esta época cuando se agudizó y adquirió mayor gravedad.

      Desde principios del siglo XX, la escuela había sido el enemigo número uno de las lenguas minoritarias. En España, lo mismo que en Francia, la escuela fue el medio más poderoso de que se valieron los centralistas para imponer la lengua común, es decir, la lengua del Estado, barriendo los otros idiomas considerados como muestra de ignorancia, atraso y negación cultural.

      El fenómeno es muy conocido y se han publicado muchos testimonios al respecto en diferentes países.

      En nuestra ciudad concretamente y en la época, harto lejana, de mi niñez, el caso más frecuente era este: desde pequeño, el niño hablaba euskera en su casa, con sus padres y familiares, porque ésta era la lengua doméstica usual en la mayoría de los hogares donostiarras de aquel tiempo. Pero tan pronto como el muchachito o la muchachita se incorporaba a la escuela la lengua materna era relegada por completo y muy pronto olvidada del todo.

      Mucha gente vasca explica todavía de esta manera su ignorancia del vascuence: «Yo lo hablaba de pequeño, pero cuando fui a estudiar al colegio se me olvidó».

      La «ikastolización» fue, pues, una novedad de gran valor para la pervivencia del euskera y es casi seguro que sin ella el vascuence hubiera ya muerto del todo.

      Claro está que para realizar esta especie de milagro la ikastola tuvo que configurarse, desde el principio, de un modo muy singular.

      Yo mismo lo he dicho muchas veces: la ikastola no es simplemente una escuela en la que se enseña en euskera, sino algo más importante y profundo que esto. En ella se trata de trasmitir al niño todo un modo de ser, una cultura propia, una historia, un pasado, cuya realidad no queremos que desaparezca bajo el peso de un supuesto progreso.

      Debo confesar que cada vez que oigo hablar de hacer públicas las ikastolas, encajándolas a la fuerza en el modelo escolar español o francés, me echo un poco a temblar.

      Â«Unificar la escuela» parece ser la consigna y la meta primordial de algunos educadores y políticos actuales en materia de enseñanza. Pero ¿por qué unificar? ¿Por que no perfeccionar el pluralismo y la libertad escolar, de modo que cada escuela pueda responder mejor a su propia vocación?

      Desde mi punto de vista, en esta como en otras muchas cosas, unificar significa a menudo hacer desaparecer.

      Desgraciadamente, ese paso que ahora se quiere dar a toda velocidad haciendo públicas las ikastolas de un modo forzado, puede significar la muerte de esta originalísima obra cultural en la que tanto entusiasmo y esfuerzo ha puesto una parte importante del pueblo vasco.

 

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