Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

El hombre concreto

 

La Voz de España, 1950-03-07

 

      La filosofía había llegado a olvidarse del ser individual y lo esencial y genérico del hombre, es decir, el hombre con mayúscula, el HOMBRE universal.

      El existente particular —yo, tú, él—, piérdese en el seno de ese gigantesco Hombre colectivo que es pura ficción abstractiva. Como un determinado grano de trigo en el confuso montón de los que pasan por la tolva de un molino. Sólo la multitud cuenta.

      Con el idealismo racionalista de Kant y, sobre todo, de Hegel, la Ciencia había venido apartándose más y más de la realidad existencial: al final todo quedaba reducido a ideas y el mundo a una idea tremenda.

      Los existencialistas reaccionan ahora —y en esto todos les dan la razón— contra esa exagerada tendencia idealista, hacia lo esquemático y abstractivo. Las últimas guerras, los azares de esta época calamitosa, la incertidumbre del porvenir, los acontecimientos que los pueblos han presenciado y los más terribles que aún presienten, impiden al hombre de hoy perder el tiempo en elucubraciones: cada hombre necesita afrontar con urgencia, los problemas de «su» existencia. ¿Qué es, qué vale «mi» vida? ¿Qué último significado tiene esta existencia en la que me encuentro «embarcado», «arrojado» entre las cosas?

      El existencialismo —tanto si es ateo como Sartre o cristiano como Gabriel Marcel— vuelve, pues, su mirada hacia lo concreto. Dentro de sí mismo, en este ejemplar único y singularísimo que es cada hombre, indaga el misterio de lo personal e incomunicable. Percibe el enigma de su propio ser, de un ser que no «es» aun definitivo, que se está haciendo y para el cual el destino no está decidido todavía.

      Este retorno a lo concreto es, sin duda, una aportación positiva del existencialismo, un toque de atención que tendrá un eco importante en la evolución filosófica. Es, al mismo tiempo, una necesidad actual de nuestra cultura: piénsese, por ejemplo, en la distancia que separa la narración épica del héroe, cantado por los poetas como símbolo de un pueblo, de la biografía psicoanalítica, hoy tan en boga, en la que se intenta penetrar en la intimidad de un hombre, en la auténtica realidad de una vida interesante.

      Hasta ahora se había exaltado lo absoluto, lo eterno, lo inmutable del hombre, por encima y con olvido de lo contingente, lo finito y lo mudable. El examen atento de la finitud —este «ser entre dos ultimidades» que para Sartre, condenado por la Iglesia Católica, es un «ser entre dos nadas», un «ser para la muerte» y para nosotros, los cristianos, es un «ser para la eternidad»— se ha mostrado fecundo en enseñanzas que la misma Filosofía Escolástica, filosofía perenne del sentido común, no dejará de aprovechar.

      Lo mismo puede decirse de la «soledad» de nuestro vivir, soledad que sólo en mínima parte podemos superar, compartiendo nuestra existencia con «el otro», dado que el destino de cada hombre es personal e intransferible. La doctrina cristiana de la Caridad, la participación en los actos de los demás, es aquí un sublime misterio.

      Tema caro a ciertos existencialistas es también el del «desamparo», el del sentimiento trágico de la vida en Unamuno y, al contrario en Gabriel Marcel, por ejemplo, el tema de la «esperanza», el de la «intencionalidad ontológica» que dirige toda nuestra vida hacia un Fin supremo, hacia Dios, y la da sentido por medio de la «fidelidad» al propio destino y la aceptación obediente de esta vida que se nos ha dispuesto.

      Nuestra finitud, nuestro aparente desamparo, nuestra miseria radical, no son, pues, superadas por el existencialista cristiano por medio de una componenda silogística, de una fría cadena conceptual, ni menos aún por la reducción de todo lo existente a la nada, a lo absurdo —como en Sartre—, sino de un modo más realista, por un vivir intencional genuinamente humano. El tema del hombre concreto puesto así de moda por el existencialismo, significa, probablemente, pese a sus enormes desviaciones, el fin de una crisis religiosa, crisis de autenticidad y sinceridad y el retorno a las fuentes de la sabiduría.

      Y esto es lo que realmente nos interesa como hombres destinados a vivir y a morir, ineluctablemente. Todo lo demás es pura matemática.

 

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