Karlos Santamaria eta haren idazlanak

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Hay que recrear el pensamiento español, y al ritmo de hoy

 

Ya, 1956-10-22

 

La aceleración del ritmo físico de la vida social altera el planteamiento de muchos problemas importantes.

 

    No suele caerse en la cuenta de las innumerables consecuencias que en la vida humana, personal y colectiva, está teniendo el hecho —simple hecho físico— de la multiplicación y aceleración de las comunicaciones.

    Desde que existen autos, aviones, radio y televisión a la disposición de muchos millones de hombres, determinados problemas sociales no pueden ya ser planteados de la misma manera que antes. La velocidad de propagación de los fenómenos humanos se ha acrecentado de un modo extraordinario. Por hablar en términos físicos, la masa humana se ha fluidificado, y esto altera por completo las condiciones de realización de la justicia y del bien común.

    La paz y la guerra, la coexistencia entre gentes diferentes credos e ideologías, el orden jurídico y la organización social y económica de las naciones, están fuertemente condicionados por la velocidad de circulación de los hombres y de las ideas.

    Se dirá que los problemas humanos no se han alterado en su esencia, que en el fondo son siempre los mismos y que las premisas mayores de la vida humana permanecen invariables a través de los tiempos.

    Pero es indudable que lo efímero y circunstancial juega un papel muy importante en nuestra problemática vital y que, bajo muchos aspectos, ese papel es decisivo. El ritmo y la manera espirituales se acompasan en muchos casos al ritmo y la manera físicos. Hay mucho de verdad en la frase de Montaigne: «Cuando me pongo de pie, mis ideas se ponen también de pie; cuando yo corro, ellas corren».

 

Lo que le está pasando al hombre

 

    Esto último es, quizá, lo que le está pasando al hombre de hoy. Su gran movilidad física actúa como agitador y emulsionador de ideas. Ahí está, por ejemplo, el pequeño turismo internacional de las vacaciones populares subvencionadas que influye de un modo patente en la mentalidad europeísta de muchas gentes trabajadoras de Francia, Alemania e Inglaterra.

    Las crisis ideológicas son hoy más rápidas, más extensa y acaso, por eso mismo, más efímeras y superficiales que las herejías medievales. Hay que contar con el hecho, muy probable, de que gran parte de los movimientos culturales a que asistimos serán reemplazados por otros rápidamente, sin dejar casi rastro de su paso.

    Lo mismo puede decirse de las crisis políticas. Toda la vida política se desarrolla hoy a un «tren» formidable. En veinticuatro horas puede organizarse una reunión de jefes políticos o de jefes de Estado capaz de cambiar el rumbo de los acontecimientos de un continente o del mundo entero.

    El ciudadano particular se ve obligado a atemperar su ritmo al de la sociedad en que vive. La motorización física lleva consigo, como una necesidad aneja, la motorización psicológica. Por muy desagradable y trágico que esto pueda parecer a los espíritus sedentarios, hoy hay que pensar más de prisa, hay que vivir la vida mental más corriendo.

    De aquí el peligro de querer aplicar «oportunae et importunae» los moldes o categorías de un pensamiento clásico o tradicional a la realidad presente, sin un trabajo previo de modernización, selección, adaptación, derribo y desescombro, que en muchos casos sólo debe dejar del primitivo edificio las invisibles líneas de las más puras esencias.

    Hay mucha gente que se encariña con los viejos edificios. Se resisten a reformarlos, a derribarlos, si es preciso, para dar paso a nuevas vías. Quisieran conservarlos tal como los recibieron de los antepasados. Este cariño es en muchos casos morboso y de pésimas consecuencias.

 

¿Qué dirían ante la España actual?

 

    Sólo lo que es genuinamente eterno se libra del envejecimiento. Con haber sido Tomás de Aquino una de las más grandes inteligencias que haya conocido la cristiandad, es evidente que su pensamiento hubiera tenido hoy un sello o un matiz muy diferente del que tuvo en el marco de aquellas pequeñas y estrechas comunidades medievales, materialmente separadas entre sí por largas jornadas de fatigosas andadas.

    Sería buena cosa ver a un Tomás de Aquino redivivo viajar en avión a los congresos y reuniones mundiales de nuestro tiempo, para imponer en ellos su clara visión de las cosas divinas y humanas. ¿No vería él las cosas de distintas manera, al menos bajo muchos aspectos accidentales? ¿Las circunstancias no le proporcionarían nuevos datos capaces de alterar por sí mismos los planteamientos? Y aun en lo esencial, ¿sus ideas no se habrían completado y ampliado enormemente frente a las experiencias históricas que ha realizado la humanidad desde el siglo XIII?

    Por lo que hace a nosotros, ¿qué dirían un Donoso, un Balmes, un Menéndez Pelayo contemporáneos ante la España actual?

    Esta es la cuestión. Haría falta para resolverla satisfactoriamente mucha más imaginación que la de los simples escarbadores y resucitadores de textos, por útil e interesante que esta tarea sea.

    No basta con repetir. Hay que recrear el pensamiento español. Y esta tarea sólo puede ser llevada realmente a cabo a nuestro ritmo. Al ritmo de hoy.

 

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